Un piloto a bordo de un patinete de altas prestaciones sorteando vidas ajenas, alguien en una bici llegando tarde a costa de los demás, un viandante embebido en algo muy intenso que le escupe su smartphone y que tiene que atender mientras cruza la calle por cualquier parte sin prestar más atención que la que merece su asunto, esa automovilista que ya ha esperado la fase del semáforo como quien ha expiado todos sus pecados en 60 segundos y está dispuesta a humillar a todo aquel que se cruce en su camino porque su vida es más importante que la de los demás. La ciudad y su movilidad es un mundo cada vez más cruel, más insensato y más agresivo, por no hablar de peligroso, que es sólo la consecuencia.

Se ha ha tratado de afrontar la complejidad de la movilidad desde perspectivas tan simplistas como pobres (multas, limitaciones a la circulación y al aparcamiento, segregación de las circulaciones) que no han hecho sino recrudecer los enfrentamientos y agravar la peligrosidad en los puntos de encuentro (cruces, rotondas y espacios compartidos). Nadie ha encarado el problema de la movilidad desde una visión empática, conciliadora, solidaria, democrática. Se conoce que no somos así. Y ya.

Por eso y a la vista de los resultados, yo, que me muevo principalmente en bicicleta y ocasionalmente en el resto de modos de locomoción, he decidido que es el momento de pasar de los demás y salvar mi culo. Ya son 50 años de tratar de ser mínimamente cívico, mínimamente respetuoso, mínimamente adecuado, mínimamente educado. Y digo mínimamente porque yo también soy ventajista, egoista, individualista, impuntual y un poco rebelde.

Y, ahora que las aseguradoras vuelven a intentar sacar otro mordisco de la mano de la DGT queriendo hacer obligatorio un seguro para los malditos VMP (Vehículos de Movilidad Personal), para salvar mi culo he pensado que lo mejor es tratar de evitar los lugares que me parecen más riesgosos y éstos, para los ciclistas, son sin duda los carriles bici. Sí, los carriles bici son las infraestructuras que más ponen en peligro a los ciclistas y a los patineteros que los utilizan. Sobre todo, porque alimentan una falsa protección en las zonas sin intersecciones que les hace concurrir a los puntos de encuentro con una falta de atención y de prevención, aumentada por el empoderamiento que les otorga su espacio exclusivo y protegido, que es la que provoca la mayoría de los accidentes.

Así pues, volvemos a las carreteras, calzadas o carriles generales de circulación. A prestar atención, a ocupar el espacio que nos pertenece que es el centro del carril por el que circulemos, a llegar a los cruces y rotondas con todos los sentidos puestos, a ceder el paso a viandantes o a cebras en los pasos y zonas peatonales. Volvemos a adaptar nuestra velocidad a la circulación (máximo 30 en la mayoría de las vías urbanas compartidas con coches), volvemos a ser conscientes, a participar, a interactuar, a concurrir en los espacios urbanos como lo hacemos en los interurbanos, con prevención y con consciencia. Esas que hemos ido perdiendo con la falsa promesa de una protección que se desvanecía en el cruce.

Y seguiré utilizando los carriles bici si me da la gana y cuando me dé la gana, porque tengo derecho a hacerlo. Y circularé por parques y zonas peatonales. Y haré mis atajos a veces sin bajarme de la bici, a veces a contramano y a veces siendo un poco borde (en todos los sentidos). Porque yo también soy uno más. Pero seguiré procurando estar atento a mi seguridad y a la de los demás. Nos vemos por ahí.

El autor es trabajador de Oraintxe