Era 2010, cementerio de las botellas, junto al fuerte San Cristóbal. María Pintado, en casi el final de su vida, encontró a su padre. Por primera vez supo quién era y dónde estaba ese padre. Lo abrazó, le besó el cráneo, gritó varias veces por qué, por qué, por qué, lloró y supo, también por primera vez, quién era ella misma. Esto es un lugar de memoria.
San Cristóbal, el cementerio de las botellas, los doce cementerios de la antigua Cendea de Ansoáin, las fosas de la fuga, la Tejería de Monreal, las Fosas del Perdón-Erreniega, el Parque de la Memoria, los pequeños panteones de los pueblos, el monumento a las mujeres en Peralta, la sima de Otsaportillo, Valcardera, Oteiza, Mues, Memorial de Ibero, del alto de Loiti, de Etxauri, Uroz, Falces, de Lodosa, de Obanos, de Larraga, de Gaztelu, de la Vuelta del Castillo... son lugares de memoria. Los catorce expertos y expertas, al menos los de Navarra, los conocen bien. Muchos de ellos se han sacado fotos y han llevado a sus jefas y jefes a sacarse fotos en esos lugares donde las asociacioines de memoria de Navarra han venido desplegando el mapa de las víctimas. Han encontrado en esos lugares el recuerdo añorado, el abrazo solidario, el derecho a la memoria individual y colectiva.
Pero tan importante como el derecho a la memoria es el derecho al olvido: a decidir qué es lo que no deseamos legar a nuestros descendientes, lo que no deseamos que nunca sea parte del futuro y de nuestra democracia. Y las víctimas quieren ejercer su derecho al olvido precisamente con la eliminación del buque insignia que los fascistas implantaron en el centro de la ciudad: el Monumento a los Caídos, que siempre será eso y no otra cosa. El monumento que viene alterando el sueño de las víctimas, que sella el oprobio permanente y el triunfo de los asesinos y los fascistas.
Son tres grupos políticos autoconstituidos en grupos de poder, de imposición ideológica sobre las víctimas, quienes han decidido mantenerlo en pie para que la sombra del pasado, del presente y del futuro se proyecte como oprobio permanente. Y han traspasado a catorce expertos y expertas el papel de ayudarles en esa decisión absurda que han aceptado sin ningún inconveniente. Parece que saben más que nadie, tienen la preparación necesaria y se sienten cómodas en su papel de ayudantes del verdugo. Las asociaciones que exigimos el derribo de los caídos declaramos malditos a los tres grupos dirigentes del fiasco: PSN, EH-Bildu y Geroa Bai. También a este grupo de expertos con sus nombres y apellidos, que se aprovechan de los lugares de memoria de las víctimas y han decidido imponernos también el de los asesinos sobre nuestro derecho al olvido, amparado por las leyes que ellos mismos han aprobado y ahora incumplen. Malditos también en mi nombre, y en el de Maravillas Lamberto, la niña doblemente inmolada en vuestras desgraciadas decisiones.
Esta semana pasada, Adosinda Conde, hija de Hermenegildo Conde, con sus 89 años viajó por primera vez desde Galicia para conocer dónde fue enterrado su padre, dónde se perdió su camino. Lo encontró en el cementerio de Larragueta y allí, bajo la placa que proclama su nombre y el de otros presos de San Cristóbal, hundió su cabeza en el suelo, requiriendo el abrazo que siempre le negaron. Lloró y gritó una y otra vez: por qué, por qué, por qué, maldito Franco, maldito Franco, hasta que su dolor se fue mitigando en el abrazo solidario y en el reconocimiento a la alcaldesa que en su día aceptó la colocación de esa placa en el cementerio del pueblo. Ese es y será su lugar de memoria. Jamás se asomará a los caídos.
El autor es presidente de la Asociación Txinparta-Fuerte San Cristóbal, Red de Memoria Colectiva
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