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Memoria, futuro y democracia

Memoria, futuro y democraciaEFE / EP

Esta semana hemos vivido la efeméride de los 50 años de la muerte de Franco. Una fecha simbólica, sin duda, aunque ni el franquismo terminó el 20 de noviembre de 1975, ni la democracia arrancó con la muerte del dictador. De hecho, el cambio de régimen empezó a gestarse mucho antes por la lucha y la resistencia sindical, social y política antifranquista, que en Navarra fue especialmente intensa, y le costó luego fraguar en un sistema democrático que arrastró claros déficits y mantiene aún asignaturas pendientes en materias básicas como Verdad, Justicia y Reparación.

Sin duda, es necesario reivindicar una memoria no autocomplaciente, una memoria integral y crítica que, además de recordar de dónde vinimos, sirva para asentar valores democráticos y ese Estado de Bienestar basado en la cohesión social y en la lucha contra las desigualdades. Y esto hay que contarlo. Porque la desmemoria es el principal ingrediente del que se nutren los fascismos. Y eso lo sabe muy bien la ultraderecha, que controla las redes sociales en donde las nuevas generaciones se mueven. Una juventud que tiene ante sí un presente complejo, en el que está en juego algo tan importante como la democracia de la que nos hemos dotado y muchos derechos individuales y colectivos.

Son reflexiones y preocupaciones que tengo después de haber vuelto de un intenso viaje por Argentina y Chile, países donde han sufrido, y mucho, el horror y la violencia de los fascistas y que, de nuevo, ven cómo la ultraderecha se instala en el poder. Con esos recuerdos aún recientes, asistí la pasada semana en Pamplona a unas Jornadas Internacionales sobre Comisiones de la Verdad con expertos europeos y latinoamericanos. Y este miércoles mismo he participado en el Seminario Internacional sobre democracia desde la cogobernanza multinivel en Europa, celebrado en Barcelona, de la Conferencia de Regiones Periféricas y Marítimas. Tres momentos y un mismo tema.

Estos tres encuentros no han hecho más que reafirmar que el panorama actual es preocupante en todo el mundo con unas democracias amenazadas. Una versión deteriorada de la política parece que da mejores respuestas al malestar provocado por la inestabilidad –la liquidez diría Bauman– de nuestros sistemas políticos, económicos y sociales. Y así, pasamos del antisistema a la antipolítica esgrimida por la ultraderecha, las corrientes reaccionarias y los movimientos negacionistas, que avanzan de forma significativa. Una corriente profunda que empieza a socavar los cimientos de muchos sistemas de gobernanza y cogobernanza de los que nos hemos dotado en los ámbitos local, regional, estatal, europeo e internacional. No hay más que ver los populismos y regímenes que han hecho saltar por los aires el multilateralismo y las instituciones supranacionales. La ONU, la Unión Europa y otras redes han perdido fuerza y eficacia. La ley neoliberal del más fuerte y la guerra empiezan a ganar terreno a la justicia social y a la diplomacia.

Tiempos preocupantes que exigen una reacción que, sí o sí, tiene que tener un enfoque glocal: pensar globalmente y actuar en lo local. Un abordaje multinivel en red con una alianza entre regiones, estados y organizaciones internacionales. Y, sobre todo, una reconexión entre las instituciones y la sociedad. No debemos perder el contacto con la realidad, con la ciudadanía, con lo que pasa más allá de las instituciones.

La fuerza emergente de la ultraderecha (superando el 20% en muchos países, gobierna en algunos y condiciona la agenda en otros) y el calado de esta ola reaccionaria global (su influencia es ya social, geográfica y generacionalmente trasversal) hace que ya no sirva ignorarla y que tampoco sean eficaces algunas medidas que se están tomando. ¿Qué hacer? A riesgo de retroalimentar y visibilizar sus posiciones provocadoras y guerras culturales, parece necesario confrontarla pacíficamente. Evitar que monopolice la agenda de los espacios públicos en las instituciones, las calles, los medios o las redes sociales. No basta solo con “decir”, o con manifestaciones y declaraciones.

¿Aislarlos? También. El llamado “cordón sanitario” sigue siendo válido y fundamental entre las fuerzas democráticas, pero como nos dicen en Argentina y en Chile, no es suficiente. Por un lado, permite a la ultraderecha crecer desde el extrarradio con una victimización disfrazada de antisistema y, por otra, es una fórmula que, en el mejor de los casos, solo sirve para ganar tiempo, porque tarde o temprano acabará roto o desbordado. Lo estamos viendo. Por tanto, hay que aprovechar este tiempo para responder con eficacia desde la democracia y yendo al fondo de los problemas. Además de “decir” o “denunciar”, hay que “hacer” y “actuar”. En un doble sentido.

Hay que desactivar focos de malestar y frustración ciudadana, un sentimiento capitalizado siempre por la extrema de derecha con habilidad y empleando las redes sociales. En ocasiones, basados en manipulaciones y percepciones, pero muchas veces basados en la realidad. No podemos dejar a gran parte de la juventud –un eslabón determinante– con una sensación –tangible o sentida– de “no futuro”. Porque necesitan un proyecto de vida basado en la educación, un empleo de calidad y una vivienda y ocio asequibles. En ese contrato social debe venir también la dosis de “memoria”. Para recordarles machaconamente que los derechos laborales y sociales que tenemos surgieron de la lucha de las generaciones anteriores. Nada ha sido gratis y es fácil perderlo.

Tampoco se puede dejar en manos de las corrientes populistas a personas con dificultades socioeconómicas y sacudidas por la globalización y la deslocalización. O a la población rural que mira con desconfianza a las élites urbanas. O que la población migrante –complejo tema en su gestión por los distintos ámbitos competenciales– se convierta en un problema de seguridad en lugar de en un valor de diversidad y enriquecimiento cultural. La equidad, la cohesión social y, por tanto, la convivencia es la mejor vacuna contra el crecimiento de la xenofobia.

No es un reto fácil. La ultraderecha es especialista en convertir la diferencia en miedo, y el miedo, en odio. Asimismo, plantea sustituir el Estado de Bienestar por un modelo basado en la desigualdad y en el cercenamiento de derechos bajo una falsa bandera de libertad. Pero es evidente que hay que superar el buenismo que rodea algunos discursos de la izquierda y afrontar los problemas en lugar de evitarlos. Aplicar un pragmatismo político desde el respeto a los derechos humanos y a la dignidad de las personas. Lo contrario es dejar que la ultraderecha amplíe su caladero electoral y su estrategia de minar la propia democracia.

Y en paralelo, además de desactivar frustraciones y descontentos, hay que activar soluciones y posiciones. La formación y la información son imprescindibles. Los derechos y la propia democracia son cuestiones que no se pueden dar por logradas. Como la igualdad de género. Costó mucho avanzar en ello y puede desaparecer si miramos para otro lado. Es una cuestión a trasmitir de generación a generación. La memoria es una cuestión de futuro que garantiza la no repetición. Memoria crítica con enfoque de futuro.

Porque si se consiguieron estos derechos y se mantienen es porque hay quien, en su momento, puso por delante “lo común” a “lo individual”; lo “público” a “lo privado”. La desafección política y el individualismo solo favorece a los más fuertes y a quienes tienen mejor posición en la línea de salida. Que no nos engañen. Por eso debemos reivindicar la política, haciendo política, trabajando en redes. La ultraderecha ha exportado fórmulas de un país a otro. Las fuerzas democráticas también deben hacerlo. Se impone activar una resistencia y reacción ante el autoritarismo tecnológico que está copando los espacios reales de poder, suplantando a gobiernos y estados.  “Inteligencia colectiva” frente a “inteligencia artificial”. “Principios” frente a “algoritmos”. 

También es tiempo de potenciar medios de comunicación fiables y éticos. Todos estos ingredientes están en los mimbres del segundo Plan de Convivencia de Navarra que pronto esperamos aprobar. Y han de estar en nuestro día a día como ciudadanas/os y como representantes públicos. Nos jugamos mucho. Nos jugamos la democracia. Nos jugamos un porvenir en común sin repetir errores del pasado. Antes de que sea tarde, el futuro es ahora.

La autora es vicepresidenta segunda del Gobierno de Navarra y consejera de Memoria y Convivencia, Acción Exterior y Euskera