De mediados de los 90, uno más de entre muchos y muchas más de Arróniz, cuyos veranos era salir a la puerta de tu casa (a la fresca) con todo hijo de vecino, donde una piedra o un palo daban para mucho, ir a la huerta era una simple rutina, ayudar en la tierra que labraba tu familia era “lo que tocaba”, andar en bici hasta los confines de nuestros caminos, o ser arquitectos de cabañas era lo más común… y uno más de a los que nunca nos ha faltado un “¿y tú de quién eres majo?”.

Viejas costumbres que perduran en los pueblos, tan viejas como lo es el desamparo que sufren estos territorios por parte de las instituciones. Últimamente en Navarra estamos viendo cómo, ya que hablamos de juegos, nuestros ayuntamientos son unos expertos en el escondite, además, con trampas. Es sabido que la proliferación de plantas de biometano de dimensiones industriales e innecesarias acechan nuestros pueblos, nuestros campos. Todo ello sin un previo aviso a la población, tapando todo el proceso y evitando dar explicaciones a las vecinas y vecinos. Los únicos buitres que vamos a terminar viendo son estos fondos inversores, estas empresas que vienen a zonas rurales pensando que con billetes le pueden poner puertas al campo y que pueden andar a sus anchas allá por donde pasan.

Empresas como lo es AGR, que se presenta sin un proyecto claro y una demostrable dudosa trayectoria con algún que otro incidente. Cuenta con el amparo del Gobierno aún sabiendo la inexistencia de informes de impacto medioambiental y ocultando datos relevantes para nuestra salud. Y me pregunto: “¿cómo les va a importar nuestra salud si su único objetivo es ser el principal productor de biometano y generar ingresos económicos?”. Perdonad la expresión pero, nunca mejor dicho, sus intenciones “huelen un poco mal”.

Como pueblo nos vemos en la obligación de ser informados, pedir responsabilidades y sentirnos con todo el derecho de decidir sobre nuestro futuro, porque esto no es un juego. Están en peligro nuestras costumbres, modo de vida y el deseo de quedarnos en nuestros pueblos. No dejemos que la tierra que arropa nuestras raíces, nuestros antepasados, quienes forjaron lo que aún conocemos como mundo rural, se contamine con lo que nos prometen como “futuro”.

Y si en este texto has visto tantas comillas es porque de nuevo, las instituciones “nos protegen”, “nos representan” y “nos prometen un buen futuro”.