PAMPLONA. Diego Costa, bien aleccionado por su entrenador, supo aprovecharse de los metros de ventaja que inexcusablemente siempre concede una zaga adelantada y gozó también de los suficientes balones en condiciones, bien suministrados por un centro del campo con el plan bien establecido. La pérdida de mando en el eje resultó fatal para Osasuna y el atacante brasileño, por estos prodigios que permite el fútbol, marcó tres goles casi idénticos, encarando siempre en soledad a Ricardo, con los defensas a contrapié, unos metros por detrás. Todo patas arriba.
El Atlético de Madrid se llevó la victoria del Reyno y, como este hecho es asunto inusual por aquí, hubo indudable mérito en los colchoneros. Osasuna notó la intensidad de un rival que desde el primer instante demostró que estaba dispuesto a dar guerra y que quiso mantener su guión hasta el final, incluso con un marcador en contra.
A Osasuna, la derrota le reconduce hacia una situación clasificatoria menos boyante y le recuerda que después de una marcha triunfal durante el último mes, la lucha por la permanencia se recrudece y, aunque nunca se ha olvidado, parece que de nuevo palpita con más insistencia.
Al margen de los efectos clasificatorios, el nuevo estilo de Mendilibar no queda cuestionado por el varapalo. La actitud de Osasuna con el balón sigue siendo lúcida, como corresponde a un equipo con las ideas claras, y sólo se resquebrajó el sistema por la suma de errores en el centro del campo y, principalmente, en defensa.
Antes del desenlace triste en un partido loco, dos futbolistas revelación del nuevo Osasuna se llevaron el protagonismo en el primer tiempo. Cejudo, el nuevo dueño del carril derecho, cedió espacios a Nelson, buscó las combinaciones con él, centró directamente o superó al defensa -un desconcertado Antonio López- una y otra vez para sembrar con peligro cada una de sus intervenciones. En una de ellas, después de que Soriano se empeñara en toparse con De Gea en la oportunidad anterior, dirigió con suavidad el esférico a ese terreno donde el zaguero nunca llega y que se convierte en regalo para el delantero. Sola, con furia y determinación, marcó el primer gol del partido tras su envío. Osasuna había despertado tarde, pero lo hizo con los bríos característicos del nuevo tiempo.
El protagonismo de la primera parte en el Atlético de Madrid se lo llevó Diego Costa. Esperando su oportunidad, agazapado en el centímetro anterior al espacio del fuera de juego, el tenaz atacante se las vio con Lolo y aprovechó su punta de velocidad superior. En una de éstas, el riesgo de jugar con la defensa adelantada le pasó factura a Osasuna, que le dio unos cuantos metros al ariete -Juanfran le sirvió entonces un buen pase- y éste, rompiendo desde la espalda de Lolo el fuera de juego, marcó con precisión.
Aunque no se alteraba el valor del marcador, Osasuna ya había demostrado que su banda derecha era una mina, un pasillo por donde el Atlético flaqueaba, y que, en la otra parte del campo, debía amarrar más en corto al referente ofensivo colchonero.
En una jugada a balón parado, De Gea contestó al testarazo de Soriano y, tras esa demostración de convencimiento en la reanudación, el Atlético emergió con autoridad y puntería. Juanfran y Reyes fueron los primeros en llegar solo hasta Ricardo -al primero le derribó Monreal y el árbitro, que nunca acertó, favoreció con su torpeza a Osasuna-, pero en las dos acciones siguientes ya no medió perdón. Un fallo en el centro del campo de Osasuna permitió una recuperación y un pase medido sobre Diego Costa, que cruzó ante el meta rojillo para marcar el segundo de su cuenta. El tercer tanto con su firma, tres minutos después, no varió en su composición: fallo en la combinación, carrera en soledad del atacante y acierto en el mano a mano con Ricardo.
Un final de partido loco ofreció unos cuantos sucesos. Un penalti fallado por Reyes tras una pena máxima que no lo fue. Un penalti marcado por Nekounam tras una mano clamorosa de Tiago en un lanzamiento de falta. La lesión de Masoud en una caída fortuita con Ujfalusi. La roja directa a Sergio por propinarle un empellón al incordiante Diego Costa. Mucho ruido para este accidente.