PAMPLONA. Osasuna, equipo ramplón candidato a la Segunda División cuando Lafita marcó al poco de iniciarse el encuentro tras un error grave de la defensa rojilla, se convirtió a la hora del partido en el Osasuna indomable, resistente y rebelde que se marchó hacia adelante sin miedo y finiquitaba la cita en veinte minutos de acierto letal. Así es ahora Osasuna, una caja de sorpresas capaz de resumir en 90 minutos defectos y virtudes de todo tipo.

Como no podía ser de otro modo en un encuentro de alta tensión, el ánimo de los contendientes resultó fundamental para el desenlace. Lo mismo que Osasuna languideció cuando para los quince minutos ya le pintaba en el marcador un gol en contra -el Zaragoza entonces no supo rematar la faena en una evidente ejemplificación de sus taras como equipo-, los rojillos se agarraron con fuerza insultante al partido en el instante que acertaron a marcar. Tan vigoroso fue el desempeño de los rojillos a partir de ese momento, que el Zaragoza solo pudo ver crecer enfrente a un equipo que le infligía una derrota dolorosísima, en un escenario preparado para la fiesta, y con una eficacia rematadora reservada a los grandes del campeonato. La fortuna que pudo sonreír a Osasuna en algunos lances, no estuvo con los rojillos en la jugada del primer gol local y nada tiene que ver con el coraje de los futbolistas de Mendilibar para mantener las formas en los momentos de mayores apuros -Ricardo, denostado otras tardes, resultó ayer el reanimador de los suyos-. En una remontada, todo cuenta.

Antes de este final feliz que casi refrenda la permanencia, decepcionante resultó el primer tiempo de Osasuna porque nuevamente un grave error defensivo se interfirió en cualquier plan para el partido. Como viene ocurriendo en los últimos tiempos con demasiada frecuencia, de un balón aparentemente controlado surgió un auténtico regalo para el Zaragoza. Lolo tocó de cabeza hacia atrás unos metros más allá del centro del campo, Sergio quedó descolocado y desplazado por el despeje sorprendente a ninguna parte y ahí encontró Lafita una autopista para llegar solo ante Ricardo y marcar sin ningún problema.

El gol llegó muy pronto, cuando no se había cumplido un cuarto de hora, y Osasuna simplemente se hundió. Comenzó a naufragar durante muchos minutos, atenazado entre el nerviosismo y la incapacidad para llevar el esférico hacia la portería contraria, los rojillos ofrecieron unos minutos preocupantes. Un equipo que se juega la vida no debería sufrir semejante derrumbe emocional salvo que, efectivamente, se haya visto superado por los acontecimientos y se resigna a su peor destino. A pesar de que Osasuna logró tener un cierto mando en el centro del campo por un tono superior a sus rivales de Nekounam y Puñal, la bisoñez de los rojillos en ataque resultó patente. Solo Cejudo se había tomado el partido como una cuestión interesante y se convirtió en el único explorador con intenciones aviesas. A él se sumó el incontrolable Nelson, que sigue evidenciando que es un futbolista sin miedo y que quería cambiar el destino del partido desde su flanco.

Ricardo, en la otra portería, salvó a Osasuna de irse al descanso con una renta inabordable con dos intervenciones brillantes ante Uche.

El partido estaba resultando poco digerible para Osasuna, con una puesta en acción en el segundo tiempo además excesivamente nerviosa y con un tono gris en sus hombres importantes. Mendilibar realizó un movimiento en el banquillo que resultó a la postre decisivo. Vadócz, un futbolista de difícil encaje, con habilidad en el último tercio del campo y otras veces lagunas en su acción cuando se le reclama para la defensa, saltó al campo sin necesidad de mirar el retrovisor, porque Nekounam y Puñal le guardaban las espaldas. El húngaro se metió entre los defensas para dar un pase malicioso en el remate final de Camuñas, que se tragó Doblas y supuso el empate. Con media hora por delante, al Zaragoza le tocó sufrir el efecto bofetada. Se equivocó poco después en la defensa de una falta, magistralmente proyectada por Puñal, que Sergio remató de cabeza en el segundo palo. Osasuna había cambiado radicalmente y se permitía defender sin muchos apuros el fútbol directo del Zaragoza. En dos acciones se puso el broche al partido. Un disparo fue repelido por el palo de Osasuna y en dos jugadas más tarde, en medio de un asedio brutal, Vadócz condujo un contragolpe tan campante, remitió un servicio a Camuñas y éste dio el último toque a Sola. Fue gol. El final.