Una acampada de felicidad
los 'indignados' del 15-m se suman al fiestón rojillo, que colapsa el casco viejo y convierte las calles en graderío
OSASUNA ya tiene acostumbrados a los suyos a vivir en la agonía permanente y los desenlaces con suspense. Para corazones a prueba de bomba como los de los rojillos, la permanencia ayer festejada no dejó de ser una costumbre repleta de nervios hasta la extenuación porque por aquí nos han dado con el mazo cientos de veces. Es lo que tiene vivir siempre en la cuerda floja, que provoca que la afición se someta a menudo a una prueba más de abnegación a los colores. Ayer, de nuevo, la prueba resultó sobresaliente: por el resultado, por la espléndida ejecución de la disputa y por que, como se sabe cuando se viste esta elástica, uno no vive tranquilo hasta que no pita el árbitro.
¿Y qué ocurrió cuando Turienzo sopló el silbato? Que una marabunta se lanzó en estampida hacia la plaza del Castillo y que la indignación de la acampada del 15-M se transformó en una jarana enorme, con gente que aparecía por Navarrería, San Nicolás, Estafeta y la Bajadica de Javier como si se hubiera lanzado el mismísimo Chupinazo. Los rojillos que no estaban en el campo habían vivido una noche plácida, de no ser porque como era Osasuna lo que estaba en juego, ya es conocido que este equipo es capaz de quitar la salud a cualquiera. Los pintxos pasaban a marchas forzadas, los vinos aún colaban por el garganchón y los bares no daban abasto, con la barra llena y la euforia a rebosar. El pitido de Turienzo provocó un estruendo rabioso en la calle, los abrazos de los amigos, los saltos de los niños con sus padres (multitud en las calles más populares) y que las terrazas de la plaza del Castillo castigaran el suelo sobre el que pisan. Además se consiguió que la acampada revolucionaria se identificara con el color rojillo, respetando los futboleros el debate del movimiento y uniéndose muchos acampados a la celebración del fútbol. Así, la convivencia resultó espléndida y los rezagados rojillos que desembocaban en la plaza, levantaban los brazos y se informaran a su vez de los lemas revolucionarios.
Al finalizar el encuentro, la marea rojilla entonó el campeones, campeones, se hartó de corear Osasuna y Camuñas y también los había quien celebraba un triunfo doble, por la salvación de la Real Sociedad. Las tonadillas recurrentes se mezclaron con los cohetes de fondo, los petardos que sobresaltaron al Casco Viejo, unas cuantas cornetas y alguna vuvuzela que no dejaban de resonar y una pitada encomiable de todo aquel vehículo que asomaba por los límites de lo Viejo. Una acampada de felicidad.