PAMPLONA. CON la dirección deportiva buscando la mejor manera de confeccionar la plantilla para la competición que se avecina en el horizonte, conviene echar un vistazo a la temporada recién concluida en la que Osasuna, por segunda vez consecutiva, decidió el relevo en el banquillo ante las pobres sensaciones que fue dejando el equipo durante buena parte de la temporada.
Se fue José Antonio Camacho tras la derrota en Anoeta y llegó José Luis Mendilibar, al que el impulso inicial casi logró sacar a los rojillos de la zona de peligro, pero no impidió que Osasuna llegara -junto a otros seis equipos- a la última jornada con todo por decidir. Aunque dada la extrema igualdad que ha presidido el campeonato no resulta nada extraño que Osasuna se viera inmerso en esa lucha caníbal, no conviene pasar por alto que ha sido la tercera ocasión en cuatro años que el club pasa por este trance y la experiencia aconseja tomar medidas porque no siempre el final puede ser feliz.
Para entender bien lo que ha sido la temporada 2010-11 basta con contemplar la clasificación final que dejó la última jornada. Entre el Espanyol, que acabó en el octavo puesto con 49 puntos, y el Deportivo, que terminó decimoctavo con 43, se situaron 11 equipos que hasta el último momento lucharon a capa y espada por evitar el último puesto de descenso junto a los ya decididos de Almería y Hércules.
Que Osasuna acabara a solo dos puntos de los pericos, quienes a dos jornadas del final aún tenían opciones de cogerse una de las tres plazas que dan acceso para disputar la Liga Europa, viene a confirmar la tremenda igualdad entre la clase de media-baja del campeonato, con Barça y Real Madrid jugando a sus cosas, y unos pocos equipos pensando en Europa.
Dejando al margen los apuros del final, la temporada de Osasuna ha estado marcada sin duda por el relevo en el banquillo que se produjo en la jornada 23ª tras la derrota ante la Real Sociedad, que llevó a los rojillos a ocupar puestos de descenso por cuarta vez en la temporada y con unos síntomas muy preocupantes dentro y fuera del equipo.
Hasta entonces, Osasuna había llevado una línea similar a lo vivido en los dos últimos años. Fiel a sus ideas hasta el último momento, Camacho articuló un bloque apañado para resolver los partidos de casa, sin excesiva brillantez en la mayoría de los casos, pero con un probada efectividad como lo demuestra el hecho de que salvo el Barcelona nadie fue capaz de llevarse los tres puntos de Pamplona.
Pese a que la falta de sintonía entre parte de la grada y su entrenador se fue haciendo a cada momento más evidente, Osasuna fue capaz de abstraerse al ruido ambiental y tal vez consciente de que era la única forma de aspirar a la salvación, se hizo fuerte en su terreno. Con Camacho más cuestionado que nunca se venció al todopoderoso Real Madrid que hasta ese día todavía soñaba con la Liga, pero fuera de casa las decepciones caían una tras otra. Sin remisión, ya que excepto en un par de buenos partidos como visitante (Valencia fue el mejor, tras igualar a tres en los minutos finales) el equipo se mostraba incapaz de mantener el aplomo imprescindible para al menos aspirar a sacar un punto.
cambio de ciclo
Anoeta, el fin de Camacho
Aunque todo el mundo lo negaba, el síndrome provocado por los doce meses transcurridos sin ganar fuera de casa hizo mella en los jugadores, que sin pretenderlo iban dejándose la confianza a jirones por cada derrota que se traían lejos del Reyno. Llegó hasta tal punto que los jugadores, tras la derrota en Anoeta, plantearon abiertamente la necesidad de un cambio al margen de los planteamientos de Camacho.
Era la primera señal de que el vestuario amenazaba con derrumbe y en el viaje de vuelta de San Sebastián la directiva tomó la decisión de cambiar de entrenador, que en 22 jornadas había obtenido 23 puntos con un desolador balance fuera de casa, con diez derrotas y dos empates.
La llegada de José Luis Mendilibar se dejó sentir rápidamente en el vestuario, donde el cambio de aires sentó de maravilla. Marzo fue el mejor mes de la temporada para los rojillos, que obtuvieron un empate y tres victorias consecutivas, con el añadido de que dos fueron a domicilio. Tuvo especial relevancia el obtenido en Málaga gracias a un gol de cabeza de Sergio en los instantes finales, que puso fin a una racha de trece meses sin ganar fuera de Pamplona.
Parecía que el colchón de puntos podía ser suficiente para llegar al final sin demasiados problemas, pero un par de derrotas en casa y el despiste del Molinón trajeron de nuevo las urgencias. Los tres triunfos contra Valencia, Zaragoza y Sevilla demostraron el carácter de supervivencia de este equipo.