echo la vista atrás, y permitidme que me ponga inevitablemente nostálgico. No sé porqué razón, hoy me he levantado de par de mañana recordando cosas, momentos, sensaciones, que a través de Osasuna y de los años, unas he vivido y otra se han perdido. Me han venido casi sin querer a la mente mis primeros recuerdos de estar en el Sadar con unos 4 años (sería 1975), no recuerdo ni qué partido, era la verdad, pero sí recuerdo que no había ni vallas en el campo y, en el descanso, estábamos varios críos de mi edad jugueteando por el césped al lado de la banda vigilados por nuestros aitas, y un intenso olor a hierba fresca cortada. Más tarde ya recuerdo ir a los partidos a tribuna de gol todos los domingos con mi padre y mis tíos, bebiendo en sus petacas, fumándose sus puros y el olor de ese humo que me molestaba tanto... Recuerdo pasar mucho frío, y aquellas almohadillas cuadradas grandes y duras que parecía que te sentabas en el puro cemento, pero era increíble la sensación de entrar al campo y ver tanta gente, tanto ruido, me fascinaba... Merecía la pena el frío y el olor de los puros de mis tíos... Luego llego la época que empecé a escapar del redil de mi familia, y me colocaba en el ángulo de infantiles, con la txaranga de Marcilla, y todo el montón de niños de colegios que entrábamos con invitaciones de infantiles que daba el club para los colegios. Era la época de Ezcurra y del primer ascenso que viví, 1980 si mal no recuerdo, de eso no quiero hablar más porque sería muy largo y muy intenso.

Eran tiempos en los que las tarjetas de socio se hacían de cartón y los gorrillas te tickaban cada partido como si fueras al cine, sin tornos, sin cacheos, sin apenas Policía... Eran días de apreturas en el campo, sin un sitio fijo en la grada que siempre estaba a rebosar, eran tiempos de “¡Qué vienen los indios!”. Tiempos donde se cantaba: “¡Bat, bi, iru, lau, Osasuna gora!”, “Osasuna, Osasuna oé, oé, pé”, de ver a Txikilin subido en la valla animando al personal, eran tiempos de bufandica y gorro de lana de dos colores, cientos de banderas con palo, y mucha... mucha garra en el campo de los once de rojo.

Sobre el 85, más o menos, ya tenía mi grupete de amigos del instituto -éramos unos criajos- y nos poníamos en graderío sur, pasábamos las tardes del día anterior al partido haciendo papelicos con folios sobrantes de la clase para tirar a la salida de los jugadores, nos poníamos horas antes en la puerta para poder coger el mejor sitio, justo detrás de la pared de arriba, -por entonces era el más cotizado- . Ahí vimos el nacimiento de Indar Gorri, con sus primeras bufandas aquellas de lana negra que ponía “indar gorri” y un estrella en blanco y tenia el ribete azul y rojo, la primera UEFA -impresionante el partido del Glasgow Rangers-.

En aquel momento, empezó a forjarse el mito del infierno de El Sadar, las bengalas, bombers naranjas, los decibelios atronadores, el miedo escénico de los equipos que pasaban por Iruña -sobre todo el Madrid-. Para entonces ya había vallas, bueno, doble valla en graderío sur, -donde a más de uno vi subirse hasta arriba y también caer proporciaonalmente a la subida-. Era la ebullición, los principios de los 90 con todo su esplendor, y siempre, cada domingo, esa sensación de cuando eras niño, ese olor a hierba fresca cortada, y esos once de rojo en el césped luchando como guerreros y la grada volcada con ellos en una comunión perfecta.

Luego pasaron muchas cosas -descenso incluido- y tras esa etapa de oscuridad en la que también hubo milagros como el de Martín, llegó otro ascenso, y otra vez la ciudad explotó en rojo, y volvió la ilusión, y la grada era un clamor, y ahí estaban Armentano, Palacios, Krutxaga, Josetxo, Puñal, Mateo, Muñoz, Alfredito, y muchos otros partiéndose la cara con los grandes cada fin de semana, podían ser mucho peores que los demás, pero aquí mordía el polvo cualquiera.

Con los tiempos modernos, llegan los asientos en la grada y la prohibición de estar de pie -para mí una de las peores cosas que ha pasado en el fútbol-, los horarios infames de los partidos por los intereses de las televisiones, las tarjetas de socio que parecen la MasterCard, los cacheos, la represión policial, la prohibición de la pirotecnia -otra cosa que para mí, particularmente, me parece que dejó de dar mucho color a los estadios-, prohibición de entrar alcohol. Han llegado los tiempos donde prima el dinero sobre el deporte, los tiempos donde del tiki-taka es lo que gusta, ha llegado el tiempo de ver la realidad económica de Osasuna, de ver cómo perdemos nuestro patrimonio, de tirarse mierda unos a otros, pero lo más triste es... que aparte del descenso, han llegado los tiempos donde ya no hay once de rojo comiéndose al contrario. Siempre esta ahí ese olor a hierba recién cortada y ese gusanillo al entrar al campo como cuando eras niño, pero los que ya no nos representan, ni son los Armentano, Palacios, Krutxaga, Josetxo, Puñal, Mateo, Muñoz, Alfredito... son los jugadores y en lo que se ha convertido Osasuna a día de hoy: una caricatura de sí mismo. Se pueden perder muchas cosas, incluso el patrimonio, pero lo que jamás, ¡jamás! se debe perder son las señas de identidad de un equipo que representa los colores de una tierra y un sentimiento. Y cuando echo ahora la vista atrás, veo por desgracia que eso ya está perdido. Solo espero que algún día vuelvan esos once de rojo a comerse al rival que sea, y que muerda aquí el polvo hasta el Liverpool si hace falta. Aunque solo sea por lo que nos deben a tanta gente que hemos vivido con este club esos momentos de olor a hierba recién cortada de El Sadar.