pamplona - El 28 de mayo de 1922 Osasuna visita por primera vez Zaragoza. De aquel partido contra una “selección de sociedades zaragozanas”, las escuetas reseñas de prensa aportan dos acotaciones asimétricas que ayudan a enmarcar desde el estreno los ámbitos tan extremos por los que discurre esta candente rivalidad que trasciende el ámbito del estadio; una, que el encuentro “fue muy fuerte y muy duro”; la otra, que “los navarros fueron obsequiados con un banquete”. Patada y brindis; insulto y ofrenda; polémica y homenaje; aprecio mutuo y ruptura traumática; correctos aficionados e hinchas violentos; los de aquí y los de allí; buenos y malos? Todo cabe en esta historia salpicada de encuentros y desencuentros que pasa ahora por su peor momento, ese en el que el miedo a lo que pueda pasar retrae de acudir al estadio del adversario.

Aunque fundado en 1932, el actual Real Zaragoza es descendiente, por una rama, de la Sociedad Atlética Stadium (1919) y del Zaragoza FC (1921), fusionados en el Real Zaragoza CD (1925), luego Zaragoza CD (1931); y por la otra rama, del Iberia Sport Club (1917). Todos han sido contrincantes de Osasuna y con todos ha habido mayores o menores trifulcas, también momentos para el agasajo, el reconocimiento y la cordialidad. Episodios similares de una rivalidad descontrolada ocurrieron en aquellos años con otros equipos próximos; particularmente tensos resultaron algunos enfrentamientos con el Tolosa (con futbolistas que acababan pasando la noche en el calabozo) o con aficionados de la Real Sociedad, resueltos estos a paraguazos. Pero ninguno ha perdurado tanto en el tiempo ni se ha enconado sin visos de atemperarse, sobre todo a raíz de los incidentes registrados en La Romareda a mediados de los ochenta, heridas que siguen abiertas.

El osasunismo, en fin, puede tener animadversión al Real Madrid, ver prepotente al Athletic, guardar en la memoria los agravios con el Sevilla?; pero lo del Zaragoza es diferente: el Zaragoza es el eterno rival. Desde 1922.

Primeros incidentes

Un público belicoso en Zaragoza

No tardó mucho tiempo en saltar la primera chispa. Unos culpan a la incompetencia del árbitro y, otros, a la actitud hostil del público. En octubre de 1923 Osasuna acude invitado a la inauguración del campo del Iberia. Dicen las crónicas que “en el segundo tiempo se inicia un juego violento que el árbitro no sabe impedir” por lo que estuvo “cerca de organizar un serio conflicto”.

Joaquín Rasero, que había sido portero y presidente de Osasuna, desempeñaba en esa fecha la labor de cronista en Diario de Navarra, donde firmaba con el seudónimo de Amaya. En su análisis del partido, elogiaba el trabajo que estaban desarrollando la Federación Aragonesa y los clubes por fomentar el fútbol, pero subrayaba que se les había “olvidado” algo: el público.

No era una opinión parcial. A 180 kilómetros de Pamplona, el Diario de Avisos de Zaragoza emitía un dictamen parecido: “Es lamentable que mientras unos cuantos se esfuerzan por llevar al Aragón deportivo, a Zaragoza, al puesto que debe ocupar y trabajan sin tregua, muchos en cambio no quieran o no sepan apreciarlo así y se empeñan en llevar la deshonra deportiva a nosotros”.

No era un hecho puntual o aislado, ya había antecedentes con el equipo pamplonés de por medio. Unos meses antes, en abril de 1923, Osasuna juega un amistoso frente al Stadium en el Arrabal. Al partido asisten cerca de nueve mil personas. Parece que el árbitro no está bien, que el público se queja y provoca incidentes, que el colegiado suspende el partido y que los disturbios cobran tal dimensión que debe intervenir la Guardia Civil a caballo.

En los partidos jugados en Pamplona con Stadium, Iberia y Zaragoza no ocurrió nada reseñable.

El clímax

Los duros años treinta

Todo tiempo pasado fue peor. En el caso de esta rivalidad, también. La primera mitad de los años treinta registra los momentos de mayor tensión.

En febrero de 1931, el encuentro que tiene por escenario Torrero quedó suspendido antes del primer cuarto de hora. El árbitro echa a dos jugadores locales por agresividad, los futbolistas organizan una tangana, el público una revuelta y el colegiado huye a la caseta. El trencilla fue detenido y puesto a disposición del Gobernador civil por negarse a que prosiguiera el encuentro. En Pamplona citan a un directivo zaragocista, nacido en Corella, como principal instigador de los incidentes.

El partido de septiembre de 1933 ya venía caliente por los comentarios de los periódicos de ambas ciudades, que hacían recuento de las afrentas. Goicoechea, en el Diario, recuerda que en una visita anterior les habían pinchado las ruedas de los coches y apostilla que, ya entonces, la hinchada rojilla prefiere quedarse en casa y no acompañar a su equipo. En el juego, de nuevo hay expulsiones y tangana, pedradas, insultos y agresiones a los jugadores navarros, rematado con el apedreamiento de su autocar, según la prensa navarra.

Un mes después, en Pamplona, el público silba, insulta y lanzan “trozos de carbonilla” a los jugadores del Zaragoza, reconoce la prensa local que, matiza, “allí disparan botellas”. La Guardia de Asalto debe intervenir para sofocar los desórdenes.

Y en junio de 1935, tras la victoria a domicilio en un partido de Copa, Osasuna también se lleva el reproche de la prensa local: “Los pamplonicas siguieron acreditándose en la patada al estómago, la marrullería y el desplante. En eso también nos ganaron”.

Tiempos de guerra

El Zaragoza, un aliado

Y fue la Guerra Civil la que convirtió en aliados a Zaragoza (ya único equipo de la ciudad tras la desaparición del Patria) y Osasuna. La iniciativa nace en Aragón y está acompañada durante los tres años de contienda bélica por reiteradas manifestaciones de dirigentes deportivos y políticos en las que defienden y apoyan que Osasuna debe figurar en Primera División cuando callen las armas. Apoyan sus argumentos en los “méritos de guerra” tanto de Navarra como de los jugadores rojillos, que combaten en el frente en primera línea.

Por todos estos motivos, José María Gayarre, presidente de la Federación Aragonesa de Fútbol y primer presidente del Real Zaragoza, organiza en la ciudad un magno homenaje a Navarra y a Osasuna entre el 20 y el 22 de diciembre de 1936.

Los actos consisten en una recepción en el Ayuntamiento, misa en la capilla de los Capuchinos y banquete final. Acuden autoridades civiles y militares, además de representación de Falange, Requeté, Renovación Española y Acción Ciudadana (partido fundado por Gayarre). El partido se juega el 22; los futbolistas de Osasuna viajaron desde el frente y ganaron 2-5.

Gayarre no descansó en su campaña para reintegrar a Osasuna en la máxima categoría, después de su descenso deportivo. La tregua y el buen rollo imperaron durante una década. Luego pasó lo que paso.

Ruptura de relaciones

Una crónica de ‘Alfil’

Las hostilidades volvieron en la temporada 1950-51, cuando ambos equipos competían en el Grupo Norte de Segunda División. San Juan registra “un ambiente nunca conocido” con la presencia de cuatro mil hinchas del Zaragoza llegados en un tren especial, unos sesenta autobuses y en turismos. La recaudación ascendió a 225.000 pesetas (1.355 euros), cuando entonces el récord estaba en 150.000 (poco más de 900 euros). Unos 12.000 espectadores animaron las gradas. El Zaragoza ganó 1-2. No hubo incidentes.

Pero algo se barruntaba para el choque de vuelta. Miguel Gay escribió en la prensa zaragozana: “? el ambiente ha de ser cordial y de sincera fraternidad, como fue para los zaragocistas aquel viaje inolvidable (a Pamplona). Como si estuviéramos en casa. Y los pamplonicas que vengan tienen que llevarse la misma impresión. La de que no han salido de su tierra”. Las llamadas a la cordialidad no calan. Hay enfrentamiento entre ambas aficiones y entre los jugadores se practicó un juego “sucio y marrullero”. Venció el Zaragoza 4-2.

Los sucesos del partido generaron indignación en el osasunismo y en Pamplona. Tres días después, el club navarro rompe relaciones con el Zaragoza. Así lo contaba la agencia de noticias Alfil en un detallado despacho:

Pamplona 11.- El Club Atlético Osasuna ha enviado a la Prensa una carta dirigida al Real Club Zaragoza, concebida en los siguientes términos:

“La Junta de este club, en sesión del día 10 del corriente (abril), ha acordado retirar toda relación amistosa con ese club de Zaragoza, por el trato desconsiderado de la afición aragonesa, socios y aficionados que presenciaron el último partido celebrado en Torrero, el día 8 del actual, culminando con el bochornoso incidente de última hora, en que fueron agredidos e insultados groseramente los jugadores, directivos y aficionados que acompañaban, a nuestro club, hasta el punto de tener que salir del campo protegidos por la fuerza pública y acompañados por la misma hasta el límite de la ciudad.

Protestamos contra el proceder antideportivo del jugador señor Hernández, del Real Zaragoza, quien agredió alevosa y visiblemente a nuestro masajista, señor Rey, al concluir el partido, y por los insultos que profirió a nuestros jugadores; igualmente, contra las agresiones de que fueron objeto, con almohadillas y piedras, dentro del terreno de juego y a la salida del campo, alcanzando con algunas de ellas, dentro del campo, a nuestro jugador Fandos, y fuera de él, al autocar que los conducía, pese a la custodia ya aludida de la fuerza armada”.

Pese a la dureza del comunicado, el asunto no pasó de un enfado de novios. Justo un año después volvía la armonía.

Colaboración

Inauguraciones y cesiones

Enterrada el hacha de guerra, los dos clubes entraron en una etapa en la que la cortesía fue mutua. El Zaragoza invitó a Osasuna a la inauguración de La Romareda y en Pamplona hicieron los propio en la apertura de El Sadar. Los partidos, al margen del resultado, tenían un denominador común: miles de aficionados acompañaban a su equipo y convertían el fútbol en una fiesta.

La cordialidad también tuvo su mejor expresión en la ayuda que el Zaragoza prestó a Osasuna, sobre todo cuando los rojillos empezaron a dar tumbos entre Segunda y Tercera, cediendo jugadores. Por aquí pasaron, entre otros, el portero Visa, Ortega, Duñabeitia, Gozalo, Gómez Vila? El declive de Osasuna coincidió con una de las épocas más gloriosas de su rival, de tal forma que entre 1963 y 1978 no tuvieron oportunidad de encontrarse ni de reñir.

Los malos tiempos

De eterno rival a enemigo eterno

Los hechos más recientes están en la memoria de todos. Las desproporcionadas cargas policiales en La Romareda contra hinchas rojillos, jaleadas por buena parte del público, provocaron una reacción unánime de repulsa. Luego ocurrió el lanzamiento de un objeto que alcanzó a Roberto Santamaría. Y más tarde los cánticos contra la Virgen del Pilar; y después más. Lo que a principios de los ochenta fue retomar una rivalidad que propiciaba el desplazamiento festivo de miles de seguidores, ha terminado por reducirse a la presencia en campo ajeno de pequeños grupos, protegidos por la Policía. Y el resto casi de incógnito y sin llamar la atención. También por las amenazas y desafíos entre los más radicales. Y mientras, futbolistas, entrenadores y hasta secretarios técnicos pasaban de un equipo a otro.

El eterno rival es ahora el enemigo eterno. Aquí y allí. Pierde el fútbol, todos pierden.