confieso que me quedé sorprendido al conocer la alineación de Osasuna. Vaya por delante también que yo era otro de los que pensaba que del Bernabéu el equipo salía invicto. Digo sorprendido porque la elección de jugadores no guardaba relación con el mensaje enviado en la víspera por Arrasate ni con el espíritu inconformista de un equipo que sale siempre a ganar. O quizá no le entendimos bien. O quizá fuimos víctimas de un ataque pasional. Porque ante un rival diezmado por las lesiones, el entrenador rojillo en lugar de poner enfrente a su primera unidad, a los que él mismo ha señalado como titulares en las cinco primeras jornadas, al grupo más potente a tenor de los resultados, optó por igualar las fuerzas (si vale esta afirmación ante un rival como el Real Madrid) y meter siete cambios respecto a la última alineación con lo que de arriesgada experimentación (por no probado antes en competición) implica. En particular, modificar una defensa en tres de sus cuatro elementos, debutando los dos centrales, es asumir un riesgo solo justificable en la confianza que el entrenador tiene en la plantilla y en la alta implicación de todos en el trabajo diario y a la hora de asumir y ejecutar los sistemas. No parecía que Arrasate aprovechara para sacar alguna ventaja de la merma del rival; al contrario, daba la impresión de que optaba por reservar a sus más cualificados elementos para el compromiso, en principio más asequible, ante el Levante. No le salió bien.

Pero, aunque el resultado pueda inducir a pensar lo contrario o el encogimiento del equipo en la segunda parte anime versiones en contra, Osasuna dio la cara, por lo menos hasta el minuto setenta. Luego llegaban señales de fatiga, muchas pérdidas de balón (algunas de ellas suicidas en las botas de Estupiñán y Rubén García), dificultades para asaltar el campo enemigo y un paupérrimo balonazo de un disparo lejano de Mérida como todo balance atacante. Paradójicamente, cuando Arrasate quiso dar una vuelta de tuerca y en el escaso margen de seis minutos metió en el campo a Villar, Chimy y Torres, llegó el gol de Rodrygo. Para entonces, ese Madrid ramplón y de baja velocidad, tenía el partido y al rival bajo control. Ventilado.

Ocurre que el osasunismo está tan poco acostumbrado a perder que algo que se antojaba lógico, la derrota en el Bernabéu, haya provocado cierta decepción y hoy mire con lupa la decisión del entrenador. Hasta cierto punto es comprensible; el “ya te lo dije” es la coletilla de las conversaciones de aficionados. Navas, que casi hace un autogol y llega tarde a la ayuda en el 2-0, acusó el estreno más que su pareja Roncaglia; Lillo sufrió la falta de ritmo y una tarjeta innecesaria; Cardona estuvo lento cuando pudo hacer gol al borde del descanso y aislado el resto de minutos. De los ‘nuevos’, Moncayola firmó su mejor partido, con mucha presencia en el juego por su buena colocación y pulmones.

Si Arrasate fue a por el partido, equivocó la elección; si quería hacer rotaciones, el esfuerzo dejó tocados o fundidos a Estupiñán, Mérida, Rober Ibáñez, Rubén García, Brandon y en estado de alteración permanente a Chimy. Osasuna ya sabe lo que es perder. Casi se nos había olvidado.