pamplona - Osasuna se reconoció ayer miembro de la Liga de los medianos, de los equipos que deben remar mucho y fuerte para no meterse en apuros, después de caer con estrépito ante el Granada en el peor encuentro de los rojillos de la era Arrasate. No es que hubiese un estado de euforia o de confianza desmedida, pero es que los hechos señalaban que el partido ante el conjunto andaluz tenía un peso importante para escribir la historia del resto del campeonato. Y pese a la trascendencia y carga emotiva resultó un fiasco. El compromiso subrayado en rojo para el asalto serio al carpetazo a la temporada se transformó en una trampa imprevista, y de lo que se trata ahora es de que no se estire, crezca y se convierta en un pozo. Quedan jornadas para todo.

Osasuna fue diezmado por sus graves concesiones en defensa y el Granada, con una efectividad letal en los remates entre los tres palos -porque los tres primeros que ejecutó terminaron en gol-, se aprovechó de estas concesiones y completó así un partido excelente, una lección, que reivindicó al conjunto andaluz como la revelación de la temporada, a la espera de posibles gestas mayores en la Copa. El conjunto de Arrasate siempre estuvo a contrapié, molesto, y se vio superado en todas las facetas del juego. El público de El Sadar, consciente de que a los suyos les estaban dando un repaso en toda regla, prefirió asumir el trompazo sin crítica -este entrenador y este equipo se han ganado a pulso respeto y confianza- demostrando adhesión a los colores, certificando que en días como el de ayer lo mejor es cerrar los ojos y esperar a que el viento cambie otro día.

El relato del partido de ayer es el de la sucesión de desgracias y errores. También el de la búsqueda de Osasuna, que no hizo acto de presencia por El Sadar, que nunca aterrizó en el partido y mostró una imagen inusual, nunca vista con este entrenador. La peor actuación del equipo desde que Arrasate llegó al banquillo tuvo lugar en esta cita excitante y con interés, con premio de por medio para ir cerrando el objetivo del torneo -la salvación- con una perspectiva tranquila. El plan le salió al Granada, que deshoja la margarita de la permanencia, pero la pugna futbolística entre estos dos recién ascendidos fue un martirio para Osasuna, que fue liquidado por un rival mejor.

En defensa del equipo navarro juega que, lógicamente, en el plan de partido de Arrasate para nada se contemplaba que los suyos fueran una autopista hacia el gol por el lado de Darwin Machís. El delantero venezolano fue un cuchillo por la banda derecha de Osasuna, donde Nacho Vidal nunca pudo con él, que contó además con la aprobación de Aridane en sus dos dianas. En la primera, con el público aún llegando a sus asientos porque no se cumplían los cinco minutos, el central falló en el pase y encima ayudó con la puntera de la bota a empujar el balón a gol tras el zurdazo del venezolano. En el segundo gol, el zaguero rojillo también andaba rondando la última posición de la defensa para permitir otra carrera del delantero. Nacho Vidal, descolocado y a otras cosas -proponiendo una salida de balón por su costado-, fue espectador en los dos zarpazos.

Lo peor es que los dos goles de Machís fueron ante un Osasuna irreconocible, incapaz de dar dos pases seguidos, superado en las segundas jugadas y sorprendentemente torpe y pesado en cada acción. Si, además, ni siquiera por las bravas se puede empujar a un rival fuerte y sabio en la pelea, y tampoco se arma un disparo entre los tres palos ni por casualidad -el único que fue a puerta fue en el minuto 91 por mediación de Enric Gallego, que en la primera parte había rematado también entre los tres palos, a gol, pero en posición de fuera de juego-, el panorama es de preocupar. Y así fue.

Con el 0-3, obra de Foulquier tras otro buen ejemplo de defensa permeable, el encuentro se transformó definitivamente en un asunto grave por los riesgos de debacle en el marcador, también en un suplicio en el césped y en la grada. No se trataba ya de que Osasuna estaba siendo superado por el acierto de su rival, más rocoso y sobrio en todas las facetas del juego, sino que adquiría un cariz terrorífico y preocupante. Con todo el segundo tiempo por delante, a los rojillos les tocaba pelear por su orgullo y por suturar alguna de sus heridas, no caer todavía con más estrépito, porque estos batacazos suelen traer malas consecuencias.

Osasuna estuvo mejor en el segundo tiempo, porque no era muy difícil parchear semejante hundimiento, pero siempre a remolque del Granada, dominador del juego y siempre varios puntos por delante. De hecho, a los cinco minutos de la reanudación, Sergio Herrera tuvo que salvar otro remate a puerta, esta vez de Soldado, que seguía jugando plácidamente, siempre activo y creando peligro alrededor del balón.

Los cambios de Osasuna, para la media hora final, fueron un trámite obligado que no mejoró lo que pasaba en el terreno de juego. Los rojillos no habían presentado su rendición -siguieron insistentes aunque desacertados-, pero cuando no hay nada que hacer no es necesario mostrar la bandera blanca. Antonio Puertas, a diez minutos del final, le perdonó otro gol a Osasuna enviando a las nubes a un metro de la portería en un difícil ejercicio de despeje.

El partido se fue marchando tristemente, con más errores, menos poderío, pobres sensaciones del equipo, también con la grada empeñada en decirle a los jugadores y al entrenador que una mala tarde la tiene cualquiera. Enric Gallego, en el tiempo de descuento, pintó el primer palito en la estadística de remates a puerta con un cabezazo que ayudó a desentumecer los músculos a Rui Silva, el meta del Granada que estuvo en El Sadar como espectador de los dos fondos.

A Osasuna, que no está más lejos del objetivo, le queda trabajo por delante. Autocrítica y reflexiones severas es lo que le toca ahora. Y digerir esta enorme decepción.