n Osasuna las crisis no son a medias. Y si las cosas van mal, es el mejor lugar en el planeta fútbol para que empeoren. Aquí o tocamos el cielo o nos arrojamos por el desfiladero. El punto medio es para los mediocres o los políticamente correctos. Sucede en este club que tras un periodo de calma y de normalización, en lugar de graduar los conflictos en pequeñas dosis, nos aplicamos el frasco entero. Para que se note. Así que desatada la crisis institucional por el resultado de las elecciones a compromisario, con la desconfianza instalada de nuevo en el osasunismo, llega también la crisis deportiva con un equipo deprimido y deprimente. Si no hay más frentes abiertos es porque la pandemia impide la asistencia de público al estadio, si no ayer hubiéramos asistido a una situación de máxima tensión, con reproches en voz alta a la directiva, con críticas al entrenador y reprobación a los jugadores. Lo planea alguien con premeditación y no le sale tan bien. Y no hay que mirar al exterior, ni desviar la atención buscando culpables por dos malas decisiones consecutivas del árbitro que condicionaron por completo el desarrollo del partido, de uno de los siete últimos que no ha ganado Osasuna; aquí los líos los generamos desde dentro; unas veces por un indisimulado (y confesado) deseo de controlar al cien por cien la asamblea de compromisarios; otras, porque no se cubren las necesidades objetivas que tiene la plantilla y que todo el mundo detectaba y señalaba en el verano; algunas más porque el entrenador no ha acertado con el estilo que debe aplicar a un grupo tan heterogéneo; y otras también porque los futbolistas que deben marcar las diferencias u ocupan los puntos sensibles en el equipo están ofreciendo un rendimiento que no da para salir de los puestos de descenso.

La contestación pública provocada por la dirección del club no alcanza a los resultados de los partidos, pero ha conseguido que muchos aficionados conozcan de memoria nombre y dos apellidos de los nuevos compromisarios, pero sean incapaces de intuir por donde va a ir la alineación para el próximo partido. El enredo de Arrasate en sus propios planes sí que nos pilla de nuevas; es algo que tenía que pasar porque no recuerdo un entrenador de Osasuna (ni los venerados Zabalza y Aguirre) a quien una racha larga de malos resultados no le pusiera al borde de un ataque de nervios. Creo que la directiva y todo el entorno debe tener paciencia, porque es lo menos que se le puede devolver a un entrenador que ha hecho tanto por el club y por la afición. Que haya ruido de sables, que el presidente tenga que reiterar su confianza en el responsable de la plantilla, es algo que entra dentro del guión. También que si esta dinámica no revierte, llegue a decidirse s u destitución y relevo, porque en la industria del fútbol el primer balance es el económico, euros antes que puntos, y Osasuna todavía tiene cuentas pendientes que no convendría aplazar. Y, en cuanto a los jugadores, esa constatación de que algo no va bien que es siempre el cambio de portero, lo dice todo. No porque Sergio Herrera hubiera sembrado la desconfianza por una toma poco cabal de decisiones cuando se aleja de la sombra de los palos, sino porque lo que funcionaba bien se ha derrumbado (los centrales) y los elementos que cohesionaban al equipo como Nacho Vidal, Oier, Rubén García y Torres han perdido protagonismo, aunque cuando pasan estas cosas todo es una cadena de errores de la que no se salva nadie. Pero también preocupa comprobar que Osasuna no sale al campo ni con la agresividad de antes, ni con la concentración de antes; como mucho se deja ver en minutos aislados y sin resultado eficaz. Si el juego es decadente, las sensaciones que transmiten no ayudan a levantar el ánimo. Estamos pues ante la tormenta perfecta, en el ojo mismo de la tempestad. De estas Osasuna ha salido en muchas ocasiones, pero también lo ha pagado caro en otras. No es cuestión de aprender del pasado, sino de buscar soluciones para no complicar el futuro.