lejado de la figura del solista inmerso en su burbuja, Rubén García entiende el fútbol como una interpretación coral. Nadie es más que nadie y el fin último es el beneficio para el equipo. El libreto de uso cotidiano en Osasuna, vaya. Porque de nada sirve un elegante pase de tacón o dibujar una pared con trazo fino si no encuentras la colaboración de un compañero y una extensión que funda ese momento en otro de mayor gloria, en el gol. No hace tanto tiempo que por aquí hemos asistido a la discusión entre dos jugadores para lanzar un penalti porque uno de ellos recibía bonificaciones económicas por cada gol marcado; o criticábamos el egoísmo de otro delantero que solo tenía ojos para la portería e ignoraba la cercanía de otro rojillo mejor posicionado que él para el remate. Al contrario, en ejecuciones de penalti y lanzamientos de falta Rubén García siempre ha respetado los galones de Roberto Torres; como se vio ayer, siempre hay una consulta previa, una puesta en común. Esa concepción asociativa del juego la aplica el futbolista valenciano a otros órdenes de la vida. Este fin de semana ha tenido mucho recorrido en las redes sociales un mensaje del jugador en el que, a requerimiento de uno de sus seguidores, se comprometía a utilizar en sus mensajes caracteres legibles para personas ciegas que usan lectores de pantalla. El anuncio desencadenó un aluvión de elogios, no solo de osasunistas sino también de aficionados de otros equipos que aplaudían el gesto de Rubén García, que no es el primero que tiene que ver con acciones sociales. No sabría decir si es el compromiso social es el que influye en su concepción del fútbol o ha sido el fútbol, la relevancia que él ha adquirido en el campo, la que le ha llevado a usar su prestigio en beneficio de otras causas. Sea como fuere, ayer Rubén García volvió a aportar como jugador de equipo, con particular relevancia en la acción del primer gol, aunque quedara en un tercer plano a la sombra del pase de Manu Sánchez y el posterior disparo a la red de Calleri. Porque el futbolista valenciano, aunque no alcance el nivel de las temporadas anteriores, siempre está ahí, incluso para aplaudir a su guardameta Sergio Herrera aunque este no acierte ni una sola vez a orientar el saque de puerta a la posición del extremo para que este prolongue el balón con un toque de cabeza. Tipos así, sin gastar un mal gesto ni regatear nunca un esfuerzo, sostienen a un Osasuna que se obliga a pelear hasta el último minuto por sumar puntos para la permanencia. Un ejemplo que contagia; y si no vean a Budimir perseguir con ambición el gol de la victoria, al que tampoco son ajenos ni el servicio al área de Roberto Torres ni la irrupción en el primer palo de Adrián; ni la mano de Jagoba Arrasate, que los sacó al partido a ambos para revitalizar a un equipo enredado entre su fútbol y su futuro, que perdió intensidad después de la primera media hora y que padeció ese agarrotamiento que provoca la necesidad. Cuando Rubén García dejó el partido en el minuto 89, Íñigo Pérez no entró como su sustituto sino como su complemento. Porque la definición de titulares y suplentes pierde cualquier relevancia en este Osasuna, en un equipo inclusivo y en el que todos cuentan.