reo que fue Martín en su etapa de entrenador quien acuñó aquella definición que situaba el lugar de Osasuna en el fútbol entre los diez últimos de Primera y los diez primeros de Segunda. No iba descaminado y los balances de las temporadas más recientes así lo confirman. Porque lo queramos o no, aunque nos rebelemos contra la lógica del balompié, los equipos van encontrando su sitio condicionados por factores que no tienen tanto que ver con el juego, el estilo o la idiosincrasia como con el poderío económico y la gestión de los recursos. Hay una brecha que se rompe periódicamente por equipos enrachados, que encuentran un buen funcionamiento y que asoman la cabeza entre el grupo de poderosos, también porque entre la elite llegan tiempos de crisis. Pero las cartas están repartidas desde el comienzo de la temporada y no hay más que leer los objetivos que traza cada club para definir los diferentes grupos. En el plan de Osasuna, la meta es lograr la permanencia; en el del Sevilla, pelear una plaza entre los cuatro primeros y perseguir alguno de los títulos en liza. Ni en el caso de los rojillos es una postura conformista ni en el de los sevillistas hay un exceso de confianza. Basta con repasar las plantillas y el valor de mercado de cada una. Es cierto que esa vieja dicotomía entre cartera y cantera, entre la aristocracia y la clase media, no es nueva, pero se ha hecho especialmente visible en los últimos años. Antes, poniendo mucho músculo, metiendo el pie, chocando y corriendo, no solo podía equilibrarse la diferencia, sino llegar a mandar en el juego y en el marcador. Ahora, con eso solo no vale; hay que hacer un partido perfecto, que tus aplaudidos centrales no fallen, que no dejes pasar las opciones que te conceda el rival y si la cosa se enreda, hasta que te ayude el árbitro, cosa que a Osasuna no le suele pasar, sino todo lo contrario. Ante un Sevilla que acostumbra a tutear a los grandes de Europa, con un fútbol de otro nivel, el equipo de Arrasate se aplicó a una estrategia sustentada en dos argumentos: presión muy alta cuando el rival salía jugando en corto y líneas muy juntas cerca de la frontal del área cuando el contrincante se posicionaba en campo contrario con el balón. Así las cosas, un equipo maniobraba por poseer la pelota mientras el otro trataba de robarla y acabar pronto la jugada. La idea pudo cuajar si Oier pone el balón en la red en el remate de cabeza nada más comenzar el encuentro. No acertó y sí lo hizo Diego Carlos en una acción a balón parado de esas en las que le atribuyen a Osasuna cierta autoridad, pero ahí también se plasman las diferencias, la brecha.

Pese a remar contracorriente, Osasuna fue fiel a sí mismo, incluso tras volver a recibir otro gol poco después de regresar del descanso. No decayó ni en la pelea ni en la porfía, pero el Sevilla no hizo tampoco concesiones en su área. Los rojos siguieron corriendo hasta el minuto 90, buscando un gol que les metiera en el partido, pero no había por dónde ni con quién.

La actitud de Osasuna no es cuestionable. Faltó profundidad por las bandas y un futbolista de ingenio creativo y manejo de la pelota que rompa con ese molde monolítico de los pivotes, sean dos o tres, y no pierda la pelota en el segundo pase. Esa figura no existe en la actual plantilla, aunque se asemeja al perfil de Javi Martínez. Porque, si no lo puedes comprar, fabrícalo. Mientras tanto, a seguir buscando el sitio.