Las primeras veces que siendo un mocoso bajé a Tajonar para Navarra Hoy o fui al Sadar me dio la sensación -que más tarde confirmé- de que Jesús Riaño escribía las crónicas de Osasuna, era el presidente, el entrenador, sacaba y remataba los córners y aún le daba tiempo para antes de irse al Chaves a tomarse un pote ir al campo tras cerrar sus muchas páginas en Diario de Navarra a apagar las luces de las torretas.

Aquel tipo mandaba mucho. A mí ya me habían avisado, de todos modos, de que no hiciese mucho caso de su imagen externa de tipo avasallador y fiero. Lo había hecho su cuñada Pili, amiga íntima de mi madre y hermana de la mujer de Jesús -un beso enorme, Teresa, otro para vuestros hijos y Carmina-: a Jesús, ni caso, un pedazo pan. Claro, él creo que algo de eso sabía que yo sabía y por eso cuando aparecí las primeras veces aunque me miraba con cara como de desprecio -ese qué pasa pequeño que tan bién escribió su compañero Luis Guinea- en el fondo era más una actuación que otra cosa. Jesús era Jesús, pasabas de querer ahogarlo al minuto siguiente morirte de risa y querer besarlo. Era un terremoto humano con una capacidad de despistarse y concentrarse a un mismo tiempo que no he visto muchas veces, que nunca hizo de su condición de periodista del diario más vendido de Navarra un hábito de altanería mal entendida, como si ocurría con algunos otros compañeros y compañeras, sobre todo en los primeros años.

Era Jesús, el puto Riaño, la tía Jesusa. Si se movía el isquiotibial del lateral derecho a las seis de la tarde Jesús se enteraba tras hacer dos mil llamadas, al mismo tiempo que te prestaba su modem en Gijón porque el tuyo se había roto para poder mandar tu crónica y te gritaba “¡venga, puto Nagore, que no nos van a dar de cenar!”. Un competidor nato y un muy buen compañero. Ya está para el cuatromus con Perolo, Zuñi y Fermín. Los estará volviendo locos.