Aplaudimos hasta con las orejas cuando se implantó el VAR en la Liga, porque sabíamos de sobra que iba a ser muy beneficioso para Osasuna, harto históricamente de todos esos errores desnivelados casi siempre en su contra, sobre todo contra los de siempre. Pero no podíamos imaginar que esa herramienta se iba a convertir en una red para que los árbitros realizaran alegremente acrobacias como inventarse en un mismo partido dos tarjetas rojas –la de Sergio Herrera no era ni falta; la de Aimar Oroz, amarilla y gracias–. Tan ridículo como la costumbre actual de no pitar (por si acaso) ningún fuera de juego, ni los más flagrantes. Iglesias Tarjetas Rojas Villanueva se olvidó ayer de dos datos fundamentales: 1. El fútbol lo sigue arbitrando una persona de carne y hueso, no el VAR. 2. El VAR se creó para corregir los errores, no para darle patente de corso al árbitro para asombrarnos con piruetas tan disparatadas.