Decía el colegiado murciano Sánchez Martínez, en la antesala de su primera final copera, que esperaba que hubiera una “gran final”, que el juego fluyera y que esperaba que su labor contribuyera a un juego vibrante y sin polémicas que suscitaran dudas o interpretaciones. En el Madrid lo juega todo Vinicius, que es una polémica en sí mismo, por lo que el árbitro sabía que iba a tener tarea de sobra e interpretaciones sometidas al escrutinio público.

En el enfrentamiento que rinde con sus rivales, contra los colegiados y frente a la afición de Osasuna, Vinicius se mide con una vara que cada vez que no es él el sujeto del protagonismo se debe esconder en algún cuarto trastero. Así, que Sánchez Martínez, tan firme él en sus declaraciones, hizo lo que habitualmente caracteriza a su colectivo según a quien tenga enfrente. Si Vinicius se encara con un rival, en lugar de pedir explicaciones al brasileño por sus mofas continuadas, al árbitro le da por plantarse delante del defensor a sacarle los dientes y exigirle un buen trato. Desde el centro del Estado siguen agarrados al discurso de que le provocan y buscan así sacarle de sus casillas. Pero a Vinicius, tarde o temprano, le irá mal seguro porque un futbolista no puede caminar con esa impunidad por un estadio.

El colegiado se encaró en reiteradas ocasiones con Moncayola, David García y Rubén Peña a cuenta de acciones con el brasileño, hasta que finalmente el merengue gastó la paciencia del trencilla que en el 44 le enseñó la amarilla, curiosamente por protestar una falta (que fue) no señalada sobre Rodrygo. De ahí, Vinicius se fue al vestuario faltando el respeto a todo el mundo y el árbitro volvió a no comparecer con el silbato. Se hizo el longuis en el túnel de vestuarios y luego se sacó varias cartulinas del bolsillo con facilidad. A Barja y Pablo Ibáñez le cayeron una por cabeza, fruto de los nervios y de las decisiones de un colegiado que en las disputas suele pitar a menudo. Sin jugadas en el área que arbitrar, a Sánchez Martínez le faltó tiempo para que antes de que llegara el cronómetro al tiempo de descuento señalara el final del partido y se diera aquello por acabado. Se complicó lo justo para molestar a los rojillos y demostró que lo de Vinicius ya es una afrenta a todo el estamento al que pertenece, donde nadie se atreve a decirle cómo se juega a fútbol. Y con tanto que ganan, tampoco nadie le enseña a saber hacerlo.