Juez de línea del Osasuna-Girona | Moreno y la ley de la grada
Hay domingos en los que es conveniente leer a Juan Villoro. El escritor mexicano, un apasionado del fútbol, defiende que en los estadios “no hay nada más importante que la gente”; y añade: “Es por eso que muchas de las principales actividades deportivas suceden en las tribunas: es una constatación evidente que en México, el público hace más esfuerzo que los jugadores”.
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En El Sadar, los esfuerzos están repartidos entre equipo e hinchada, pero cuando los futbolistas decaen y el entrenador no reacciona presa de sus temores, la afición se hace oír y señala el camino. Ocurrió este domingo; como en anteriores encuentros, Osasuna dejó de defender con inteligencia (lo que hizo muy bien en el primer acto) para atrincherarse arropado por ese miedo paralizante.
Un rumor de voces corrió en ese momento por El Sadar. La sensación era de que el partido iba a terminar mal, como otros tantos esta temporada. El murmullo sonaba como la bocina de una alarma que anuncia un incendio. Los aficionados exigían al equipo dar un paso adelante y al entrenador hacer algo distinto del corta y pega que viene repitiendo en la media hora final.
Aunque con las ideas poco claras (en principio iba a hacer tres cambios de golpe y lo dejó en dos), Vicente Moreno rompió las cuartillas que viene utilizando desde el principio de temporada, algo que la afición le estaba reclamando con insistencia en las últimas semanas. Y lo más visible para cambiar el ánimo del osasunismo fue renunciar a la línea de cinco defensas y volver al dibujo de cuatro.
Era una declaración de intenciones ante el referéndum de la grada como podía haber sido apostar por tres delanteros. Y el técnico metió en el partido a Iker Muñoz (a la sombra de las lesiones y de Torró en el curso que debía ser el de su asentamiento) y a Kike Barja (inédito en las cuatro jornadas anteriores pese a que los partidos requerían de un extremo con desborde y buenos centros).
Antes, Moreno eligió a Pablo Ibáñez, por el que el club debería hacer un esfuerzo para que renueve (más allá de hacerle una encerrona en un despacho). Y ese intento de cambiar las cosas, de perder el miedo a ganar, de escuchar la voz de la grada, de entender cuál es el estilo de Osasuna, todo eso desembocó de inmediato en el gol de Ibáñez que todo el estadio celebró como propio.
En esa ruptura técnica y emocional, hasta la aparición de Unai García se saltaba esa tendencia malsana de que siempre juegan los mismos. Moreno pudo constatar que cuando toda la plantilla se siente útil, hasta el ignorado capitán arriesga la cabeza para salvar a Osasuna.
Quizá Moreno ha entendido por fin lo importante que es en este equipo prestar atención al socio, a la calle, a tertulianos y críticos, no solo a quienes acuden de visita a los entrenamientos para salir en las fotos. Nunca es tarde y esta experiencia seguro que le ayuda a crecer como entrenador. Y leer a Villoro.