Rubén García, el premio que cobró con su gol tras el lanzamiento de una falta espectacular, ha terminado por darle forma a la historia rumiada en las últimas jornadas –un cuento en voz baja– y ha colocado a Osasuna metido en el meollo de la lucha por clasificarse para jugar una competición europea la próxima temporada. Osasuna no ha podido evadirse a la locura del campeonato, con muchos candidatos para caer en el pozo y otros tantos para soñar con la gloria, y con nueve puntos consecutivos, la mejor racha de la campaña, ha asaltado un sitio entre los mejores en donde, ya lo sabe, va a haber muchos codazos para mantenerse en el hueco.
En un encuentro flojo, contra un rival con un hombre menos desde la primera media hora, con problemas en la segunda mitad para defender la renta frente a un Sevilla en esa inferioridad numérica, Osasuna encontró la fortuna esquiva en otros partidos mejores –esos encuentros en los que se marcharon puntos de forma increíble– y siguió con esaa suma loca de puntos en las últimas jornadas. Así también se escribe la historia de una temporada cualquiera que, en el caso de ésta, parecía que no terminaba de coleccionarse decepciones.
Osasuna se ha metido en otra película y ahora solo depende de que se lo crea, de que se ponga a la altura del guion, y de firmar un gran final feliz, por lo menos en cuanto al regalo de jugar en Europa.
Del partido ante el Sevilla solo hay que llevarse el resultado. En muchas jornadas, Osasuna se ha tenido que ir colocando tiritas en forma de sensaciones para no echar en saco roto encuentros decepcionantes, con resultados pobres. Ante el Sevilla de la crisis, Osasuna salió airoso y no es momento de darle más vueltas, más allá de que se volvió a temblar cuando el rival apretó y que se sigue echando en falta contundencia o saber hacer para gestionar algunos minutos sin un sudor frío recorriendo el cuerpo.
Fue un encuentro gris, muy oscuro, casi negro. Lo único rescatable relacionado con el juego fue en el primer tiempo el gran gol de Rubén García. El centrocampista, que ha recuperado con Vicente Moreno protagonismo en el juego y él está respondiendo con su abnegación tradicional y gestión mayor en el grupo, se marcó un golazo de falta mediado el primer acto que restituyó el fútbol para un partido horrendo. Rubén García firmó el primer disparo entre los tres palos y se zanjó el asunto de la pugna balompédica.
Y aunque Osasuna era muy superior ante un Sevilla irreconocible, archi replegado, súper plano y sin guion más allá de la autodefensa, la tarde pintaba peligrosa por los enredos en los que se metió el árbitro. El Sevilla tiene sus razones para creer que la pugna entre Lukebakio y Catena a la media hora no debía ser castigada con la roja para su jugador; como Osasuna también comprobó que había exceso de afán compensatorio en la roja que recibió Pablo Ibáñez, pero que el VAR decidió que no era para tanto.
La facilidad tarjetera del árbitro, la inferioridad del Sevilla –de jugadores, de propuesta–, le llevó a Vicente Moreno tras el descanso a preservar a los dos amonestados –Ibáñez y Catena– y a colocar al equipo en un dibujo menos arropado atrás –se pasó a jugar con cuatro defensas–, pero más pimienta con la inclusión de Bryan. El extremo está muy alejado del torbellino por la banda del principio de Liga y además el Sevilla le buscó mucho. O sea, fue a tumbarle siempre que pudo y le desquició.
Osasuna no compitió bien en el segundo tiempo y casi lo paga. El Sevilla parecía que era el que contaba con más personal sobre el terreno y, tras disponer de una ocasión clarísima a los quince minutos en un remate de cabeza de Angoumé –Osasuna estuvo fatal en los córners–, dejó la traca final para los últimos minutos con oportunidades para Peque, en dos ocasiones, y una tremenda de Saúl, a la que respondió Herrera con una intervención de su marca: increíble. Los rojillos estuvieron siempre incómodos y mezclaron exceso de aceleración, con demasiada condescendencia. El vértigo parece que le llega a este equipo esté donde esté. Y ahora le toca mirar arriba.