Auge y caída de "Mari-Blanca", 1926
En 1926, Mari-Blanca reinaba orgullosa en el centro de la plaza de San Francisco, sobre alto y destacado pedestal. Esta escultura, que es en realidad una representación de la Beneficencia, fue ejecutada por el insigne artista Luis de Paret y Alcázar, en el año 1788 y en estilo neoclásico. Se le representa "a la romana", con una cornucopia de frutas que simboliza la abundancia, y un niño, amorcillo o putto, al que protege con un ademán de su brazo, haciendo honor a su iconografía benéfica. Formó parte, en origen, de la decoración de una de las fuentes que se construyeron en Pamplona con motivo de la traída de aguas a Pamplona desde el manantial de Subiza, vía acueducto de Noain, en 1792.
Esta vieja escultura, bautizada pronto por los pamploneses con el nombre de Mari-Blanca, se instaló en un principio en el centro de la plaza del Castillo, donde se enseñoreó entre 1788 y 1910. Desde su pedestal presidió, durante la friolera de 122 años, corridas de toros, festejos sanfermineros, juras de bandera y exhibiciones aerostáticas, y ante ella formaron, el 9 de febrero de 1808, las tropas victoriosas de Napoleón. Cuando en 1910 se acondicionó la plaza de San Francisco, la estatua se instaló allí, pero ya sin el brillo de antaño, y aún habría de sufrir un nuevo y definitivo traslado, cuando en 1927 se depositó en los jardines de la Taconera.
HOY EN DÍA, Mari-Blanca reposa todavía en un rincón de la Taconera, semioculta y reducida a la categoría de ornamento de jardín, algo así como los bambis de escayola y los elefantes con alforjas de flores que lucen algunos chalets. Desprovista de su alto pedestal y sin el boato de sus primeros siglos de existencia, hoy son muchos los pamploneses que desconocen su existencia misma, su castizo nombre y el protagonismo que en el urbanismo de la ciudad tuvo durante no menos de 140 años, tanto en la plaza del Castillo como en la de San Francisco.
A la altura a la que hoy se encuentra, totalmente accesible, es fácil admirar la finura de su talla, su equilibrado contrapposto y los estudiadísimos ademanes con que aligera su frontalidad. Uno no puede dejar de sorprenderse de que esta bella imagen, que miró a los ojos a los generales de Napoleón, haya sido desterrada de las plazas pamplonesas, donde hoy en día pueden, en cambio, verse obras de peor calidad, como las supuestas estatuas de reyes del Paseo de Sarasate, en realidad un lote de esculturas de saldo, sobrantes de un parque madrileño y de dudosa filiación. El doctor Arazuri, tan certero siempre en las cosas referidas a su ciudad, reivindicó ya hace años la rehabilitación social de Mari-Blanca, reponiéndola en uno de sus antiguos y gloriosos emplazamientos. Ainsi soit-il.
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