En 1965 el espacio comprendido entre el Redín y la Ronda del Obispo Barbazán simultaneaba de forma admirable el hecho de ser una de las zonas de esparcimiento más queridas por los pamplonicas de la época, con ser también lugar preferente de trabajo para un gremio antiquísimo y de origen medieval, el de los cordeleros. Este oficio, que en Pamplona estaba vinculado de forma indisoluble a los miembros de la familia Elizari, se basaba en la confección de sogas artesanas, muy necesarias entonces para actividades tanto agrícolas y ganaderas como para sectores económicos importantes como el de la construcción, la navegación, los transportes, etc.

Como materia prima utilizaban las fibras de la planta del cáñamo (cannabis sativa), que se trenzaban utilizando grandes ruedas de madera. Para ello precisaban una considerable extensión de terreno abierto, que estuviera además poco transitado. Los cordeleros clavaban en el suelo unos postes de madera, en los que se fijaban las ruedas que facilitaban el trenzado del material, al ser accionadas de forma manual por una manivela. Un trabajo arduo y sujeto al calor, al frío y al duro cierzo que azota este descarnado y expuesto rincón de la vieja Iruñea.

HOY EN DÍA la zona que se extiende entre el Portal de Zumalakarregi, el Redín y la Ronda del Obispo Barbazán sigue siendo un lugar de tranquilo paseo para los pamplonicas, una zona céntrica y, al mismo tiempo, poco transitada del casco histórico de Pamplona. Y cuenta además con el aliciente del Mesón del Caballo Blanco, que constituye un local de inequívoco y evocador ambiente medieval, respecto al que tan solo tenemos que lamentar la intermitencia con la que abre sus puertas al público.

Han desaparecido de la zona, en cambio, los cordeleros artesanales de Pamplona, que durante décadas mantuvieron sus ruedas fijadas al suelo del Redín. La falta de relevo generacional, motivada a su vez por la caída de la demanda de sogas en determinados sectores económicos, así como por la aparición de nuevos materiales que se elaboran ya de manera industrial, terminaron por barrer a los viejos cordeleros de sus puestos de trabajo. Los Elizari de Pamplona, como los López-Cárcar de Tafalla, los Zufiaurre de Estella o los García-Ursúa de Viana fueron los últimos eslabones de una cadena artesanal que duró miles de años, remontándose probablemente hasta el neolítico.