Las partituras de la calle
cuatro musicos callejeros cuentan su historia, todos coinciden en que tocar forma parte de su vida
aparecen y desaparecen de la calle, pero nunca pasan inadvertidos. La música los delata. En Pamplona, la mayoría de músicos callejeros tocan por necesidad, aunque íntimamente ligado se encuentra un sentimiento compartido: la música les hace felices.
francisco quintana, 59 años
La música le ayudó a salir
Francisco Quintana Martínez, de 59 años, lleva más de 20 años como músico callejero. Natural de Aguilar de Codés, pero criado en Tafalla, Francisco no puede separar su acordeón de su historia vital. "Caí en una depresión, estuve con psiquiatras, medicalizado y…la música me ayudó a salir", explica. Sabe lo que significa dormir en el suelo. "Afortunadamente, gracias a los servicios sociales, esa época ha pasado. Fue una etapa más de la vida", explica. Lejos de guardar rencor a la dureza de la calle, Francisco ama tocar en ella. "Las miradas sinceras cuando te echan unas monedas, el cariño de las personas, ese agur, ese kaixo", afirma. Francisco no toca por el dinero, sino porque le anima a seguir. "Algunos dicen que la calle quema, a mí me satisface. Aunque el acordeón pese y tenga que estar de pie, como la libertad de la calle no hay nada", señala. Se atreve con canciones populares, de la tierra, pasodobles y mexicanas, entre otras. Su preferida: Le llamaban Charly. "Habla de alguien que estaba en la calle, solo y pasa hambre", afirma. Francisco no tiene horario, su música obedece solo a su inspiración. Su acordeón, de origen chino y de segunda mano, lo adquirió en Traperos de Emaús. "Está algo desafinado, pero no saco lo suficiente para arreglarlo", se sincera. Mientras tanto, una melodía suena en Estafeta. Fallaste corazón…
ghita jurj, 58 años
Director de orquesta y compositor
Otro acordeonista con tradición musical es el rumano Ghita Jurj, de 58 años. "Aprendí a tocar el acordeón cuando tenía diez años en la Escuela de Música de Rumanía". Jurj, afincado en Pamplona desde hace once años, está casado con una profesora de violín y piano, y es padre de una hija de siete. Por ahora, "mi hija toca el piano porque el acordeón pesa mucho y prefiero que crezca más, aunque ella quiere aprender". El acordeón que utiliza para tocar pesa 18 kilos. Jurj confiesa que estudian música en familia. "Mi mujer y yo nos corregimos, ella es experta en música clásica y yo toco con el oído. No podemos vivir sin música". En su casa hay violines y piano, además de su acordeón. Jurj, antes de aterrizar en Pamplona, fue director de dos orquestas de Rumanía, la Moldova - Nou y la Valurile Dunari Moldova - Noua, además de haber participado en diversos festivales y ser compositor. A Jurj le gusta tocar en la calle, pero actualmente se ve obligado a ello porque está en paro. Toca todos los días en el Casco Viejo y Carlos III. Sin embargo, por problemas de corazón, solo toca "hora y media o dos", puntualiza.
tom lakaton, 45 años
Más de 30 años tocando el violín
Un violín eléctrico se escucha en la esquina donde comienza Estafeta. Tom Lakaton, húngaro de 45 años, toca ante la mirada de los transeúntes. Lleva dos meses viviendo solo en Pamplona y se defiende bien en castellano. Aunque la mejor forma de presentarse en su nueva ciudad es interpretando piezas musicales. "Llevo 30 años tocando el violín, vengo de una familia de músicos", explica. A pesar de llevar tanto tiempo, afirma que "es difícil". Lakaton interpreta canciones de todo el mundo, aunque se decanta por la "música clásica". Como músico formó parte durante 15 años de la orquesta Wpsi Aver de Hungría. Actualmente vive de la música, de lo que la gente le echa. "Suelo ganar 20 euros al día. Lo justo para el alquiler, la comida y el tabaco", señala. Lakaton toca todos los días de 11.00 a 14.00 horas y de 19.30 a 21.00 horas en el Casco Viejo.
Stephane Deprost, 40 años
El sueño de ser músico
Sueña con vivir de la música. Stephane Deprost, francés de 40 años, que lleva nueve residiendo en Pamplona, dejó su tierra natal y un puesto de funcionario por un "tema familiar". Una guitarra y un micrófono son sus instrumentos para medir las posibilidades de alcanzar su sueño: "La calle es una buena prueba porque la gente, si eres malo, no te echa dinero". Deprost ha tocado en bibliotecas, bodas y en la escuela de idiomas. Vende dos discos, "uno de versiones y otro mío", a siete euros.
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