Fuente de la plaza de Santo Domingo, 1890
EN 1890 era aún habitual que las mujeres acudieran a las fuentes públicas a coger agua para las faenas domésticas, y era también frecuente que fueran acechadas por moscones que, sin otro quehacer aparente, acudían allí a "pelar la pava", como entonces solía decirse.
La fotografía muestra la fuente de Santo Domingo, a la que se han acercado tres mujeres con cántaros y tres hombres, dos de ellos vestidos de traje y un tercero con blusón, pero que tienen en común el uso de grandes txapelas. La escena, que parece sacada de un cuadro costumbrista, parece haber sido cuidadosamente compuesta. Veamos. El extremo izquierdo va ocupado por una mujer, vestida de negro, que se acerca componiendo un escorzo muy velazqueño. Sigue un hombre que parece estar ayudando a llenar el cántaro a una chica joven, que tiene aún en su cabeza la corona de tela blanca que servía de apoyo al recipiente. Tras arduas investigaciones he podido saber que esa pieza circular se llamaba rodete, y que iba acolchada con un relleno de lana. El centro de la imagen va ocupado por una mujer vestida con blusa, falda larga y delantal, que posiblemente sea quien ha traído la herrada o recipiente de madera reforzado por aros metálicos que puede verse. Cierran la escena un hombre de espaldas y otro ataviado con proletario blusón, que nos mira de reojo. Una fotografía preciosa, vaya.
HOY EN DÍA, a decir verdad, y cuando ha pasado la friolera de 123 años desde que se obtuvo la fotografía antigua, podemos constatar que la zona permanece perfectamente reconocible. Vemos enseguida que falta el elemento principal de la foto antigua, es decir la fuente de hierro, que fue trasladada en el año 1952 a la plaza de San José, donde podrá encontrarla quien tenga interés. El lateral de la fachada del Mercado de Santo Domingo, que como ya dijimos en otro artículo de esta serie fue diseñado por José María Villanueva en 1877, sigue en su sitio, certificando la correspondencia exacta de ambas fotos, pero vemos en cambio que han crecido árboles, que faltaban totalmente en 1890, y que han crecido también las casas, que han pasado de tres a seis alturas. En cuanto al mobiliario urbano, casi inexistente a fines del XIX, se ha visto enriquecido con una antiestética pero necesaria marquesina, allí ubicada para el servicio de las villavesas.
En su conjunto, podemos concluir que la zona ha perdido algo de su encanto, y que permanece más triste y desangelada que entonces, como si la vieja plaza echara en falta el ruido del agua y la cháchara de las mozas de 1890. Ah, y además constatamos que en el lugar preciso en el que estaba la fuente ahora no hay nada de nada. Para eso, podían haberla dejado ahí, ¿no?
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