A finales del siglo XIX se produjo el reparto de casi la totalidad del continente africano entre las grandes potencias coloniales de la época, Inglaterra, Alemania, Francia, Portugal, Bélgica o Italia. Alemania se quedó con territorios como las actuales Tanzania o Camerún. Pocos años después, la gran guerra mundial de 1914, llevó también sus batallas a los territorios africanos. El pequeño contingente militar alemán del Camerún estaba rodeado por las tropas aliadas, al norte, británicos y franceses, al oeste los belgas. La presión de dichas tropas hizo que el ejército alemán fuera empujado hacia el sur hasta poder refugiarse en la Guinea española, cuyo gobierno permanecía “neutral” en la confrontación. Aunque la mayor parte de ese contingente, formado por tropas autóctonas o askaris, quedó refugiada en Fernando Poo, cerca de mil alemanes, la mayoría mandos militares, aunque también algunos civiles, comerciantes, sanitarios, ingenieros, religiosos y sus familias, fueron trasladados en los vapores mercantes Cataluña e Isla de Panay, escoltados por el crucero militar Extremadura, hasta desembarcar en Cádiz. El Gobierno de Madrid los iba a acoger como refugiados, siguiendo el Pacto de la Haya, haciéndose con los gastos de su estancia y manutención, al menos de los militares. Evidentemente la supuesta neutralidad del Estado español no era total y las simpatías de su gobierno hacia Alemania, después también manifestadas en la segunda gran guerra mundial, iba a resultar en una más que amistosa recepción a los militares alemanes. Repartidos entre las ciudades de Alcalá de Henares, Valladolid, Zaragoza y Pamplona, el día seis de mayo de 1916 llegaban a la Estación del Norte de Iruñea, 247 ciudadanos alemanes, de los cuales algo más de cincuenta eran civiles y el resto militares de diversas graduaciones.

El alcalde Manuel Negrillos editó un bando arengando a los pamploneses a que dieran una buena acogida a los súbditos alemanes dando muestra de su “nobleza y cortesía y rogando a mi pueblo se abstenga de hacer ninguna clase de manifestaciones que puedan ofender los sentimientos de nadie”. Los militares fueron alojados en dos barracones preparados en el interior de la Ciudadela y los civiles, la mayoría contando con bienes suficientes, se fueron alojando en distintas fondas y posadas de la ciudad.

Sin embargo alguno de aquellos militares, a decir verdad los menos, no correspondieron de la misma forma a esa cortesía y protagonizaron algunos incidentes en la ciudad. Fue muy conocido por sus fechorías el cabo Petter Mosser que, muy “aficionado” a la bebida, tuvo que ser arrestado en varias ocasiones por su proceder algo más que incorrecto. Insultos e injurias a las telefonistas desde la centralita de un conocido café pamplonés, riñas y broncas con cualquiera que se pusiera en su contra etc. En una ocasión raptó a una agraciada señorita de la calle San Gregorio a la que más que probablemente agredió sexualmente, acto que, de forma chocante y contradictoria, terminó con la pobre víctima recluida en un convento de la ciudad en donde se acogía a las mujeres de malas costumbres. El cabo alemán, libre, no dudó en seguir su acoso, con actos que producían escándalo en las cercanías del convento. Otra vez fue localizado montando gresca en el frontón Euskal Jai, en donde había costumbre de proyectar películas, entonces de cine mudo. Agentes de paisano intentaron detenerle, escapó y tras una persecución novelesca terminó cayendo en su huida por una muralla de la ciudadela. Sospechando que podía haber fallecido en la caída fue llevado rápidamente al Hospital Militar en donde tan solo le diagnosticaron de un fuerte ataque de alcoholismo. Fue arrestado y castigado, desconozco con que severidad, en los calabozos militares.

El historiador alemán Friedich Steinbach en su libro Deutsche Kamerun, se hace eco de una reyerta que una noche de los sanfermines de 1918 tuvieron algunos de aquellos soldados alemanes que venían animados de la fiesta, con los miembros del cuerpo de guardia de la Ciudadela, por increpar a la reina española Victoria Eugenia. Se supone que lo hacían por ser, la reina, prima del rey inglés Jorge V, aunque, por otra parte, también lo fuera del káiser alemán. La cosa terminó con seis heridos por arma blanca y varios contusionados más, en lo que el autor del libro da por llamar, de forma jocosa, la Batalla de San Fermín.

En la época era costumbre generalizada, durante el verano, el bañarse en el cercano río Arga. Una pequeña playa formada en la orilla derecha del mismo, inmediato a la presa del molino de Ziganda en la Magdalena, era utilizada habitualmente por el gran contingente de soldados que tenía la ciudad, conociéndose al lugar como el río de los quintos. Los soldados alemanes, haciendo grupo, acudían también a bañarse a un lugar cercano, unos doscientos metros aguas abajo a donde se accedía desde la llamada Vuelta de la Campana, camino que unía la Magdalena con la zona de Capuchinos. Bien preparados físicamente, enseguida hicieron gala de sus habilidades, colocando un trampolín y una soga que atravesaba la corriente. Y no solo eso sino que, no dudaban en bañarse también en invierno, y es muy conocida la noticia, relatada por Arazuri, de que en alguna ocasión tuvieron que romper el hielo para poder zambullirse. Tal gusto le tomaron al lugar que, en 1919, el Ayuntamiento autorizó al súbdito alemán Karelius Arutzen a establecer allí, una caseta en donde se alquilaban trajes de baño y corchos para los que no sabían nadar, que entonces eran mayoría. La caseta permaneció en uso tras la marcha de los soldados a su país de origen y es sabido, también por testimonio personal de Arazuri, que a finales de la década de 1930 solían cobrar, supongo que el consistorio, una ochena por gastos de cabina y baño.

Pero también es conocido que dentro del grupo de refugiados alemanes había algún camerunés autóctono, se supone que criados o sirvientes de alguno de ellos. La prensa de la época refleja la noticia de tres de ellos llamados Madan, Onana y Achonbo que, en una misma ceremonia fueron bautizados, comulgados y confirmados en la iglesia de San Agustín. Les fueron impuestos los, mucho más cristianos, nombres de Jesús, Pedro y Pablo respectivamente y el entonces obispo de Iruñea José López Mendoza, en un acto del más rancio paternalismo los recibió, después, oficialmente en el palacio Episcopal.

Terminada la contienda, en octubre de 1919, la gran mayoría recuperaron sus pasaportes y volvieron a su país de origen. Unos años después unos cuantos de ellos reunidos en la ciudad de Bremen, en los sanfermines de 1924 escribieron una carta al alcalde de Pamplona, firmada por Hans Mallet, de agradecimiento por el trato recibido. La situación en que había quedado Alemania tras su derrota en la guerra no era muy boyante desde el punto de vista económico y algunos pocos, sobre todo civiles, decidieron quedarse y establecerse en Iruñea, integrándose rápidamente y sin ningún problema en la sociedad pamplonesa. Todavía hoy día apellidos como Klett, Raschee o Schulhauser, que llevan sus descendientes persisten entre nuestro vecindario. El sajón Ernest Raschee, por ejemplo, tras casarse con una joven de Atarrabia, regresó a Alemania con ella, pero terminaron volviendo en 1921. Hábil mecánico, encontró trabajo en las instalaciones del aserradero destilería que la empresa El Irati tenía en Ekai, llegando pronto a ser director de la sección de destilería, en donde residió con su familia hasta su fallecimiento en 1940. Fritz Standfuss, puso un comercio en el número 37 de la calle Mayor de Pamplona llamado La Alemana, con productos de bisutería, menaje y otros artículos de loza y cristal. Gabriel Schulhauser, que aunque era austriaco, estaba en el Camerún alemán trabajando como leñador, tras venir a Pamplona terminó casándose aquí y estableciéndose en Villava. Karl Klett que se dedicaba al comercio entre Hamburgo y el puerto camerunés de Douala con un barco mercante, durante su estancia en Pamplona se casó con una tafallesa, aunque al acabar la guerra continuó con su actividad comercial con continuos viajes al país africano en donde finalmente falleció. Su familia permaneció siempre en Iruñea y sus descendientes son, todavía, vecinos de la capital.

El lugar donde aquellos militares alemanes se bañaban en el río, en la llamada hasta 1960 Vuelta de la Campana, fue progresivamente denominado por los pamploneses como “donde los alemanes”, denominación que ha llegado hasta nuestros días para el paseo situado entre la actual calle Padre de Adoain y el río Arga. Aunque no figure en el callejero, el familiarmente llamado paseo de Alemanes, es reconocido por gran parte de la sociedad iruindarra aunque no todos conocen su por qué, su historia. Jalonado por magníficos fresnos plantados hace mas de cien años, es lugar muy frecuentado por paseantes, caminantes o korrikalaris y cobra su particular protagonismo cada mes de mayo al celebrarse allí, la multitudinaria comida popular de las fiestas txantreanas. Hace unos años se colocó una pasarela sobre el rio que une dicho paseo con el interior de Aran-tzadi y esta sí es llamada oficialmente la pasarela de Alemanes. Hoy en día otro pequeño colectivo de ciudadanos germanos, técnicos y directivos de una importante industria de la automoción de la capital, ha tomado el relevo en nuestra sociedad a aquellos que estuvieron hace cien años. Desconozco sus gustos para elegir el lugar de sus baños veraniegos.

Arazuri J.J (1978) ‘Pamplona, calles y barrios’. Tomo II Edit. Autor. Pamplona.

Del Molino S. (2009) ‘Soldados en el jardín de la paz’. Edit. Ensayo. Zaragoza.

Font Gaviría C. (2016) ‘Los alemanes del Camerún 1914-1918’ Edit. Autor. Madrid.