Síguenos en redes sociales:

El rincón del paseante

De Patxi, salesianos y progreso

De Patxi, salesianos y progreso

ola, personas, ¿qué tal?, ¿vamos desescalando con cuidado? Pues hala, a seguir así, que en nada estaremos al pie de la pared y podremos recoger cuerdas, piolets y crampones. El pasado martes 26 de mayo fue un día triste, Patxi Calleja, el gran fotoperiodista que tantos y tan importantes momentos inmortalizó con su Canon, nos ha dejado. Sabíamos de su mal y esperábamos este final más pronto que tarde pero su llegada nos ha dado un mazazo a todos sus amigos. Patxi, entre bromas y veras, hizo las mejores fotos de cabestros de los encierros de San Fermín; después de cumplir con su cometido y fotografiar como es debido la trepidante carrera de cada mañana, cuando ya habían pasado los Jandilla, los Cebada Gago o los de Dolores Aguirre , no recogía la herramienta sino que se empleaba a fondo en tomar unas auténticas joyas protagonizadas por los cabestros de cola que cierran el encierro. Muchos días esas fotos que él, jocosamente, firmaba como "Agencia Bull press" tenían más fuerza que muchas de la torada zahína y acometedora que acababa de pasar. Ahí está el arte, en ver y hacer ver lo que nadie ve. Patxi y su gemelo Carlos pasan la vida casi silentes, me niego a hablar en pasado, no son gente de muchas palabras, ¿para qué? Con las justas se puede decir lo mismo, pero nadie duda de su valía personal y profesional y de su fino sentido del humor. Tienen mucho de su padre, otro gran fotógrafo con el que trabajé de vez en cuando y que era hombre de gran bonhomía. Adiós Patxi, este paseante echará de menos nuestros encuentros por nuestra querida Pamplona siempre con tu pesada bolsa al hombro y tu cámara en la mano lista para el disparo. Ábrete una página en el Facebook celestial y enséñanos como es aquello. Si no hay cerveza, avisa.

Por la noche he tomado mi velocípedo con su asiento nuevo y me he dado un paseo nocturno por la ciudad que me ha sabido a teta. Hacía meses, entre pitos y flautas, virus y bacterias, que no disfrutaba de la Pamplona callada, recogida, vacía o semivacía, esa que tantos y tan buenos ratos me ha dado. Tomé el artefacto y dirigí mis pedaladas a la Medialuna para salir por ella a contemplar in situ lo que ya sabía que las excavadoras habían hecho en las horas precedentes: la demolición de los salesianos. Ya hace varios rincones del paseante que me decanté al respecto y daba y doy todo mi aplauso a este derribo.

Estos días he leído en las redes sociales encendidas peroratas en contra de tal actuación acusando a todo pichipata de especulador, de desalmados y vende patrias por quitar del centro de la ciudad un edificio tan "emblemático" y poner en su lugar una suerte de viviendas de alto standing en las que solo van a poder vivir los ricos y con las que otros ricos llamados constructores se iban a hacer todavía más ricos; entre estos afortunados de la fortuna señalan a los salesianos, los cuales, según algunos, se han cubierto el riñón a costa de borrar de un plumazo la historia y el recuerdo de miles de estudiantes que pasaron por sus fresas, sus tornos, sus impresoras y sus chibaletes.

Vamos a ver, las ciudades están vivas y es ley de vida que un edificio de escaso valor arquitectónico que en su día se levantó para cumplir una función social con unas dimensiones y una ubicación que el tiempo ha dejado obsoletos desaparezca empujado por el progreso dando lugar a una puesta al día del lugar; por regla general este tipo de actuaciones, destinadas a mejorar la ciudad y a mover el cotarro de la pasta, lógicamente, vienen de la mano de gente con poder económico y suelen ir destinadas a otra gente que puede entrar en ese círculo que para cerrarse necesita de unos y de otros. Los pobres pocas ciudades hemos embellecido, no fue un pobre quien levantó el Empire State, ni el palacio de los Medici, ni ninguna de las siete maravillas del mundo. El edificio demolido era feo, viejo y mastodóntico; estoy seguro de que el nuevo colegio de Sarriguren cumplirá mucho mejor el fin que persigue la institución heredera de Don Bosco: la enseñanza y preparación de profesionales de oficios tan necesarios en la sociedad.

He seguido mi paseo nocturno y me he acercado a ver cómo iba la demolición de otro edificio del que ya hablé el domingo pasado, la esquina de Sarasate con Alhóndiga; la pobre casa de€ ¡socorro!, sin embargo, no ha sido reivindicada por nadie, ¡con la de recuerdos y vivencias de miles de pamploneses que en forma de sangre y dolor albergaban paredes!

He cruzado el boulevard del famoso violinista y por Navas de Tolosa y el paseo de Arazuri he llegado al comienzo de la cuesta de la estación en la plaza de Recoletas, mi intención era meterme por la calle Mayor y hacerme un paseo callejero por lo viejo pero al ver la cuesta que, amable, se ofrecía ante mí, no me he podido resistir y por ella me he lanzado a tumba abierta. Ya dije alguna vez que pocas cosas habrá tan placenteras como una bici cuesta abajo; el viento fresco de la noche chocaba contra mi cara y me daba cierta sensación de ingravidez, a mi derecha corría en dirección opuesta el muro de las recoletas, he llegado al Portal Nuevo y ha sido la prueba de fuego para ver la calidad de las zapatas de mis frenos. He reducido considerablemente mi vertiginosa velocidad de bajada y he tomado a la derecha siguiendo cuesta abajo hasta el puente de la Rochapea. Ahí se acabó lo bueno, mis piernas no han podido, he tenido que echar pie a tierra y subir la cuesta del encierrillo a pinrel. Cuando estaba casi arriba he parado unos minutos a ver la maravillosa imagen que ofrecen piedra, agua y vegetación en un pequeño tramo de la muralla que siempre está filtrando pañí y he abierto bien las orejas para escuchar la deliciosa música que ésta interpreta incansable al caer. Me han venido a la memoria, salvando todas las distancias, los jardines de la Alhambra y el Generalife en los que los árabes, grandes dominadores del agua, crearon infinidad de canalillos , surtidores y demás ingenios en los que el agua colma los sentidos con su presencia y su música.

Por Aldapa he salido a Navarrería y he llegado a Estafeta donde he parado frente a la Casa del Libro para hacer unas fotos de esa fachada que tanto me gusta con su reloj de cuenta atrás sanferminera. Estando en ello he visto a una pareja que bajaba por las escaleras que vienen de la plaza del Castillo dirección Bajada de Javier, me he fijado que llevaban sendos monopatines bajo el brazo, les he llamado y les he pedido que pasasen patinando por delante de la librería para hacer una foto. Como estas cosas es difícil que salgan a la primera, he abusado de su paciencia y lo han repetido varias veces hasta que les he dicho que ya me gustaba y que podían seguir su camino, qué majos; cosas así me reconcilian con el ser humano.

Y nada más, he vuelto a montar en mi artilugio y pedalada a pedalada por Carlos III he llegado a mi cubil. Feliz. Eran las 00.15, ya era miércoles.

Referente a mi libro he de señalar que sigue viento en popa a toda vela. Dos librerías más se han montado en el tren del paseante y me ayudan a llegar a vuestras manos, se trata de Abarzuza, en la calle Santo Domingo, y de Muga en Paulino Caballero, que ya disponen de ejemplares a vuestra disposición. Os recuerdo que el viernes día 5 a la tarde estaré firmando Paseantes en el centro comercial Leclerc. Os espero.

Feliz semana.

Besos pa' tos.

Facebook : Patricio Martínez de Udobro

patriciomdu@gmail.com