ola personas, ¿listos para encarar noviembre?, pues, hala, a por él. Yo despido octubre con un paseo a la antigua usanza, es decir, por el centro y de noche, viendo, recordando e imaginando, tres gerundios fundamentales en un paseo "comme il faut". Vamos a verlo.

Salí de mi cueva el miércoles a las 23 horas y tomé la senda que durante años tomaba cada mañana y cada tarde para ir al colegio, esto es: Gorriti, Bergamín, Avda. de Galicia. En un pispás llegué a la tapia de los maristas. Una verja permite ver el interior del enorme patio, me asomé un momento y los recuerdos se me amontonaban en la chola: frente a mí el frontón de la izquierda en el que me parece que estoy viendo al pequeño hermano Felipe jugando a pelota con la sotana remangada y ganando a todo aquel que se pusiese a tiro a pesar de su ya avanzada edad; me parece estar viendo las filas formadas para entrar a clase, cubrirse, firmes, cubrirse, firmes, ¡silencio!, chascazo pa que aprendas a estar callao, silvato, y escaleras arriba cada cual a su aula; veo los recreos tras un balón; veo las quedadas cuando había excursión a Roncesvalles o a Leire con la mochila para llevar el bocadillo, la fiambrera y el tubo de leche condensada La Lechera, y veo que lo vivido en la infancia es imposible de olvidar. Sigo mi camino, llego a la avenida de Zaragoza y hago un pequeño esfuerzo para recordar cómo era aquello antes de que el desarrollo nos trajese las casas de Yanguas y Miranda primero, la plaza de los Fueros después y la estación de autobuses más tarde, y cómo era aquello se puede resumir en dos palabras: dos tapias. ¿Recordáis?, una enorme tapia que empezaba en la Vuelta del Castillo tras la que se veían los tejados de unos pabellones y que continuaba por lo que hoy es la plaza de los Fueros y enlazaba con la calle del secretario del Reyno, autor del diccionario de antigüedades por excelencia, y de un libro, entre otros, de título divertidísimo: La Contragerigonza, D. José Yanguas. La tapia se interrumpía con el cuartel Diego de León y continuaba hasta la calle Padre Moret con la que hacía esquina otro cuartel, el del General Moriones. La otra tapia se formaba a la derecha y cerraba el espacio que ocupaban las vías de la estación Irati-Plazaola y llegaba hasta las casas que daban sus traseras a esta infraestructura y su delantera a Conde Olivetto. Como veis la zona ha cambiado un poco y ha cambiado para mejorar un mucho. Tomé la Avda. del Ejercito y a la altura de la bonita puerta de la ciudadela hice... deeeerecha ¡¡Ar!!, todo se pega, y crucé a General Chinchilla. Caminé dejando a mi izquierda el edificio del Gobierno Militar, único en pie de todas aquellas construcciones de estilo incalificable que conformaron el universo castrense pamplonés y por Moret llegué a José Alonso donde paré a recrearme con la casa número 4, la joya del art Nouveau que diseñase el arquitecto Manuel Martínez de Ubago y que compendia en su fachada todas las virguerías que una obra modernista pudiera lucir, rocallas, volutas, serpentinas, flores varias, y un largo etc. de elementos decorativos en una especie de "horror vacui" que no deja un milímetro sin decorar. A mí me parece una de las casas más bonitas de Pamplona. Salí a Navas de Tolosa y tomé la calle San Antón para adentrarme en lo viejo, en su esquina con Ciudadela vi con agrado que el edificio donde vivió Espoz y Mina, y que durante tantos años albergó el consulado italiano luciendo la enseña tricolor de la peninsular bota, se encuentra en fase de lavado de cara. Las casas que siguen al palacio del general isabelino tienen sillares como para levantar una catedral y labras heráldicas como para componer un armorial. Fue calle gremial en su creación esta calle de las Ferrerías, un cul de sac que acababa en la muralla de la Población de San Nicolás. Siglos adelante se ennobleció como continuación de la linajuda calle Zapatería y pasó a tomar el nombre de su cercano convento de San Antón. El siglo XIX, siglo de guerras y pendencias, le trajo el nuevo nombre de Mártires de Cirauqui que perduró hasta el 37 en el que se restituyó al santo animalista en el callejero pamplonés. Iba yo avanzando por dicha calle cuando vi y oí que de frente llegaba un grupo de chicos y chicas cuyas voces, risas y gritos violaban, in misericorde, la paz de la noche. Me vinieron a la cabeza aquellos versos con los que empieza el Tenorio:

Cuan gritan esos malditos,

pero mal rayo me parta

si concluyendo esta carta

no pagan caros sus gritos.

Por otro lado, versos muy adecuados a la fecha pues es tradición que por Todos los Santos se repongan en los teatros las aventuras del prepotente espadachín y la cándida monjita.

A medida que se alejaban la calma volvía y con ella llegué a la Plaza del Consejo, saludé a Neptuno niño que tridente en mano hace guardia desde su pedestal de Paret y Alcázar y tomé la calle Nueva de Almazán para volver a salir a la de Ciudadela y cruzar al paseo del maestro Arazuri que me llevó a situarme frente a la puerta de San Lorenzo. Ante ella me paré un rato y les di caña a la imaginación y a la memoria para verme en ese punto dentro de nada viendo salir al santo moreno al ritmo que le marca el trepidante repique de campanas que anuncian que el jefe está en la calle. Y me veo rodeado de cabezudos y kilikis y veo a los gigantes esperando en la plaza de Recoletas y me rodea el blanco y el rojo, y junto a mí, madres, padres y niños aguardan con la misma ilusión que yo para ver salir al Santo a hombros de sus empelucados porteadores. Y se grita, ¡Viva San Fermín!, y se aplaude y se emociona uno. De nuevo en la realidad he tomado la vacía calle Mayor en la que se oía el silencio y en la que mis pasos eran marcada percusión entre sus paredes. Al llegar al palacio de Ezpeleta, o, por mejor decir, de San Miguel de Aguayo, he parado un rato a escudriñar los motivos que decoran su barroca fachada y he visto que no falta de nada: una dama cortesana a la izquierda de la puerta, un caballero de levitón a la derecha, cañones y cañoneros en el dintel, frutas y guirnaldas por doquier, guerreros, sirenas y en el centro el escudo de Pamplona. Seguí por Mayor para llegar por San Saturnino al Ayuntamiento y por Mercaderes tomar Chapitela que me depositó en la Plaza del Castillo, cuando ya salía de ésta un reloj digital nuevo que han colocado en la esquina del Crédito Navarro marcaba las 00:00:04 lo que me indicaba que ya era jueves. Tomé Carlos III, vi con cierta tristeza que ya están colocando las luces de navidad, y diez minutos más tarde entraba en casa. Muy a gusto.

Besos pa tos.