A Conchi Olaizola Amorena estos días le asoma a menudo la lagrimilla. “Mis clientes vienen a despedirse y me voy a casa con el alma en un puño. Conozco a los padres, a los hijos y a los hijos de los hijos, porque les he vendido los libros de texto a unos y a otros. Y siguen viniendo, son fieles al barrio y a las tiendas del barrio”, dice. 

La papelería Iturralde, que regenta en la calle Martín Azpilcueta desde hace 39 años, está de liquidación. A la espera de un posible traspaso, echará el cierre el 31 de diciembre. “El balance es muy satisfactorio, he estado aquí súper a gusto, he hecho y deshecho las cosas a mi manera. También he metido muchas horas, porque aquí nos hemos dedicado al escaparate, a la limpieza, a llevar las cuentas... a todo. Ha sido mi vida. Por eso siempre digo que Martín Azpilcueta e Iturralde es mi segunda familia, y por eso me está costando un poco la despedida y me emociono”, reconoce Conchi.

Natural de Elizondo, llegó a Pamplona para estudiar Magisterio y se instaló en casa de sus tíos. Terminó la carrera y quiso quedarse, “buscarme la vida, preparar oposiciones... Entonces mi tía me dijo: ‘¿Qué te parece si abrimos una tienda?’ Y salió esto, que al fin y al cabo tenía que ver con lo que había estudiado, la papelería, los libros, luego nos metimos con el libro de texto... Pues adelante”. La Imprenta Irujo se convirtió en la Papelería Iturralde, apellido de su tía Mika. “Me quedé pensando en ayudarle unos años, preparar las oposiciones y a lo mío. 39 años después, sigo aquí”. Decisión de la que no se ha arrepentido “nunca. Siempre he estado muy contenta e ilusionada, me ha encantado el trabajo”. 

Con 60 años, a Conchi le toca pensar en otras cosas. “Lo primero que voy a hacer es apuntarme a nadar. Me ha gustado siempre, pero claro, con estos horarios maravillosos que tiene el comercio vas dejando las cosas”. A lo mejor también se anima a cantar en una escuela de música. Y su marido le debe un crucero que se cobrará “en cuanto podamos. Es una de las cosas que tengo pendientes”.

Conchi, a las puertas de su papelería de la calle Martín Azpilcueta. UNAI BEROIZ

La evolución del negocio

Primero con su tía, después con Roca, amiga de la infancia, y los últimos 15 años con su hermana Eva, que se jubiló hace un par de meses. Conchi siempre ha estado acompañada en la tienda, con dos temporadas fuertes que prácticamente se solapan: la campaña escolar con los libros de texto en agosto, septiembre y parte de octubre, “que es cañera total”. Y Navidad. “Aquí los Reyes Magos son los jefes, es cuando más trabajamos. Antes también hacíamos la campaña de comuniones, pero ha bajado mucho porque que hay menos niños y muchos no hacen la comunión”. 

Comuniones al margen, el negocio ha cambiado “completamente. Cuando empecé venían los viajantes con la maleta. Perdías media mañana mirando materiales y haciendo los pedidos. Eran mucho más fáciles que ahora; sota, caballo, rey. Bolígrafo Bic, lápices Staedtler, carpeta clasificadora Saro, Pardo y cuatro cosas más”, dice.

Ahora, sin embargo, hay “mucha más variedad de producto”, pero también es más sencillo realizar los pedidos. Los viajantes y sus maletas dejaron de existir cuando llegaron las páginas web. De un día para otro el pedido está en la tienda y apenas necesitan espacio de almacén.

En este tiempo Conchi vende y ha vendido “todo tipo de material de oficina, de papelería, regalo tipo educativo y todo lo que es mochilería. Nuestro producto estrella son las mochilas. Siempre hemos tenido muchísima variedad, y salen como rosquillas, además durante todo el curso. Siempre he tenido la tienda llena y variada, porque es lo que le gusta a la gente”.

El 15 de noviembre comenzó con los descuentos y liquidación del material. “Y ya hasta el final. A ver si llega la hora de la verdad y podemos hacer un traspaso. Estamos abiertos a opciones. Me daría muchísima pena que se cerrara, por el hecho de que se cierre esta tienda, que es mía”, se ríe. Son 40 años y “toda una vida. Pero hay que ponerle fin en algún momento y ha llegado el momento”. 

Conchi destaca las virtudes del comercio de cercanía, que promueven a través de la Asociación de Comerciantes de la Zona de Martín de Azpilcueta “para que la gente se quede a comprar aquí. Es una calle en la que no hay puerta donde no haya un comercio, y además súper variado. Es como un centro comercial a cielo abierto; vas y vienes de una acera a la otra y tienes de todo. Y sigue siendo comercial, aunque ha bajado”. Por último, agradece la compañía durante todos estos años “de la asociación de comerciantes y sobre todo de mis clientes, porque han sido y siguen siendo fieles hasta la médula”.