En la ‘Meca’ desde los 7 años La Iruñea de mediados del siglo XX constituía un ecosistema variopinto que, a pesar de sus casi 70.000 habitantes, permanecía aún bastante encerrado en sí mismo. Cierto es que la emigración había permitido cierta expansión demográfica en los barrios de la periferia, pero el “centro” seguía siendo aún un cogollico donde casi todo el mundo se conocía. Y ello facilitaba la proliferación de una pléyade de personajes y tipos populares que, en una ciudad grande, hubieran pasado desapercibidos. Curdas, tipos curiosos e ingeniosos, gautxoris, buscavidas y desarrapados formaban parte de aquella fauna, así como algunas personas especiales que eran objeto a veces de burla, otras veces de un cariño y una atención especial, incluso ambas cosas a un tiempo. Uve era uno de ellos.

Wenceslao Lecumberri había nacido en la calle Descalzos (o en Jarauta, según otras versiones) el día 4 de octubre de 1906. Aquel jueves la prensa informaba de cierto misterioso accidente, cuidadosamente censurado, que la reina Victoria Eugenia había tenido en el palacio de La Granja, así como de una agria polémica que el obispo de Tuy había mantenido con el ministro Conde de Romanones, a causa de las injerencias de la jerarquía eclesiástica en la política. Nada nuevo bajo el cielo... Wenceslao nació sano y robusto, siempre fue un tipo alto y fuerte, y al nacer seguramente nada hacía presagiar aquella oligofrenia que retuvo su cerebro en edad infantil de por vida, y que le llevaría a ingresar en la Casa de Misericordia en 1914, sin tan siquiera haber cumplido los 8 años. Uve fue un niño eterno, y su simpatía y su carácter abierto hicieron que se convirtiera en un tipo entrañable y conocido, y que accediera a ámbitos de reconocimiento generalmente poco sensibles y poco accesibles al cariño...

Frustrada carrera taurina La primera de las fantasías de Uve era la que le convertía en un intrépido torero. Cuando le preguntaban si corría el encierro negaba categóricamente, pues decía que ello le restaba fuerza y ponía en riesgo la faena de la tarde. En cambio sostenía que había sido promesa del toreo, y que en su primera corrida, en la que habría recibido la alternativa del torero-actor Marcial Lalanda, un morlaco de la ganadería de Concha y Sierra le dio una artera cornada. Según su propio relato (El Pensamiento Navarro, 16 de mayo de 1980), después de una larga serie de muletazos, el toro lo enganchó cuando estaba dando un pase de pecho, y le dio una paliza que le obligó a abandonar una prometedora trayectoria taurina. Muchos años después, un 15 de agosto y con motivo de la festividad de la Meca (la Casa de Misericordia), un grupo de amigos le organizó una corrida de pega, escenificada por ellos mismos, en la que llegaron incluso a vestirle de luces. Desgraciadamente, el toro resultó ser otro marrajo, y se repitió la mala fortuna del día de su imaginaria alternativa: Uve resultó aparatosamente cogido. Llegaron incluso a mancharle con tinta roja el traje de luces, para dar mayor verosimilitud al percance, y lo llevaron a la enfermería en brazos. La reacción del valiente torero, sin embargo, fue levantarse como un rayo e ir corriendo a donde el administrador de la casa, para decirle que el próximo año él mismo habría de elegir el ganado.

Delantero rompedor Pero la faceta más conocida de Wenceslao fue la de imaginario futbolista de Osasuna. Siempre de Osasuna, aunque, según relata Andrés Briñol, Uve aseguraba que había recibido tentadoras ofertas de Real Sociedad y Athletic de Bilbao, siempre al acecho de la cantera navarra. La gente de Pamplona conocía muy bien las pretensiones futbolísticas de Uve, y constantemente le preguntaban sobre ello. De lunes a jueves el buen Wenceslao contestaba que por fin iba a jugar, que el entrenador le había dicho que contaba con él, pero a medida que se acercaba el partido Uve cambiaba el discurso y decía que tal o cual lesión se le había reproducido, y que no podría jugar. El escritor José Miguel Iriberri recordaba que las cuadrillas de críos que jugaban al fútbol por las calles, cuando veían a Uve por la calle se acercaban a él, y le retaban a que les tirara un penalty, que indefectiblemente marcaba, entre las aclamaciones y el regocijo de todos.

Un merecido y esperado triunfo De cualquier modo, la apoteosis futbolística de Uve no se produjo militando en las filas de Osasuna, sino en un hilarante partido celebrado en 1955 en el campo de San Juan, de flacos de Pamplona contra gordos de Bilbao, un tipo de pachanga que se estilaba mucho en la época, animado por una banda de música dirigida por el mismísimo Joaquín Desplán. Según Andrés Briñol, un pase servido en bandeja fue transformado por Uve, oportunamente colocado en boca de gol, y ello produjo el delirio de los muchos (miles, según Briñol) de espectadores reunidos. Era la apoteosis. Después de tantas convocatorias frustradas, entrenadores que se desdecían de sus promesas y de lesiones en el último momento, había llegado el triunfo de un Wenceslao que, por primera vez en su vida, se quedó sin palabras.

Y con el paso de los años llegaron los homenajes, que daban la medida exacta del aprecio que Pamplona sentía por él. Recibió varios, además de la corrida escenificada por sus amigos y del apoteósico partido contra los gordos de Bilbao. Así, tenemos constancia gráfica de un saludo “desde el tercio” en el campo de fútbol de San Juan, en 1955. En la foto se ve a Uve vestido con elástica a rayas y pantalón oscuro (probablemente del Athletic), con la grada de detrás repleta de gente que le mira sonriendo. Y también otro homenaje celebrado el 11 de mayo de 1980 en el campo de la Meca, del que se hizo eco El Pensamiento Navarro, y que enfrentó a un equipo de veteranos de Osasuna contra una selección de Boscos, con participación de las peñas, los Amigos del Arte, dantzaris, joteros, etc.

El final Todavía en sus últimos años de vida las fantasías de Uve se mantuvieron en todo lo alto. En una suerte de breve entrevista que publicó El Pensamiento Navarro en 1980 aseguraba que estaba en contacto con el seleccionador Kubala, que estaba empeñado en alinearle, aunque por aquel entonces el pamplonés tenía ya sus buenos 74 años, y se movía con un bastón. En estos años era frecuente ver a Uve por la Vuelta del Castillo, con su pelo peinado a cepillo, paseando o caminando rumbo a algún bar donde tomarse un café. En esos últimos tiempos, además, cada domingo que Osasuna perdía, Uve se empeñaba en llamar por teléfono al entrenador, Pepe Alzate o Zabalza, para echarle una estruendosa bronca. Era lo que en la Meca conocían como la escandalosa, y los buenos administradores, que consentían a Uve casi todo, lo solventaban con infinita paciencia, llamando desde la Meca... a otro despacho de la Meca.

Wenceslao Lecumberri murió en la única casa que conoció, la Meca, el 13 de abril de 1992, siendo el residente más antiguo de la Casa. Según José Miguel Iriberri las esquelas decían que tenía 85 años, pero era una errata, pues en realidad tenía 7 años. Los mismos 7 años que cuando, aquejado de aquella maldita oligofrenia, lo ingresaron en la Casa. Él había dicho que quería que lo enterraran bajo la portería del campo de la Meca, cubierto por una bandera de Osasuna y tras darle la vuelta al campo. No fue así, pero tampoco creo que hubiera tenido queja. Lo enterraron vestido con el chándal de Osasuna, con presencia de su inolvidable presidente Fermín Ezcurra, y con una gigantesca corona de flores del club. Y entre quienes tomaron la palabra en su funeral, hubo quien se acordó de la dedicatoria que le hicieron sus amigos del Chanclazo 03 en el homenaje de 1980:

¡Osasunista, el primero

pamplonés, al cien por cien,

amigo del mundo entero,

ese es ‘Uve’, ¡va por él...!

Pues eso, va por él.