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El rincón del paseante

De Taconera, San Juan y recuerdos

De Taconera, San Juan y recuerdosUnai Beroiz

Hola personas, ¿qué tal va todo?, yo bien, gracias. ¡Qué gran cosa es la medicina! Esta semana, aprovechando que mi aparato motriz está como nuevo, me he dado un buen paseo. La cosa tuvo lugar el miércoles a la mañana. Resulta que tenía que ir a la policía municipala hacer una gestión, gestión que podía haber solucionado por teléfono en diez segundos si se hubiesen dignado a contestar a alguna de las mil llamadas que realicé, pero, como no fue así, hube de personarme en sus oficinas de la calle Monasterio de Irache. Para llegar allí salí de casa y tomé Bergamín dirección norte, llegué al paseo de Sarasate y doblando por la antigua casa Alzugaray, me planté en la principal avenida del 1er Ensanche, la de las Navas de Tolosa. Pasado el Hotel que sustituyó al bonito palomar y al estanque de los cisnes, me metí en el bosquecillo para ver si el arbolico de San José había florecido ya, anunciándonos una eminente primavera, y vi, con alegría, que sí, que está en ello, que su fama no le viene porque sí y que es el primer castaño en florecer de todos los que sombrean Pamplona. Por el portal de San Nicolás entré en la Taconera, en nuestro jardín estrella desde hace siglos. Dice de él Ángel Mª Pascual en una de sus Glosas a la Ciudad: La Taconera y la Cuesta de la Reina forman ya una masa común en torno a un trozo de vieja muralla que hoy podía servir para una batalla de flores. Vi que las flores no tardarán en llegar, algunos habitantes del jardín ya tienen sus yemas de luz y color a punto de reventar. Los parterres cuidados por buenas manos ya están llenos de color. Dejé atrás al bueno de Julián, con su traje de pescador de perlas, subido en su alto pedestal que lo convierte en vigía de la zona. Pasé junto al monumento a los teobaldos que allí levantara en 1934 el Dr. Victoriano Juaristi para conmemorar el VII centenario de la coronación de Teobaldo I, el Trovador, primer monarca de la dinastía francesa de Champaña, que trajo a Navarra dos cosas importantes: el primer paso para crear los fueros y unas cepas de vid que arraigaron en nuestros campos dando hoy el rico vino que tenemos. Tras entretenerme un poco con las aves que allí pasan la vida, patos, ocas, pintadas de guinea, pavos reales y un largo etc. seguí mi camino por esa gran arboleda que hay entre la muralla y la barandilla que se asoma a la Rotxapea. Unos pasos más adelante llegué a la altura del Campo de deportes de Larraina. Y, ya que lo nombro, quiero aprovechar la ocasión para despedir a Javier Larumbe Zazu, el socio más fiel de dicho club a donde acudía a diario, los 365 días del año, sin fallar ni uno. Insigne zapatillero de la calle Mayor, simpático, parlanchín, pamplonés de pura cepa, auténtica computadora de todo lo referente a nuestra ciudad, nada ni nadie se escapaba a su conocimiento. Buen viaje Javier, conociéndote seguro que te has ido andando.

Pasada la Piscina, crucé la Cuesta de la Reina, así llamada porque por ella entró en Pamplona Isabel de Valois recién llegada de su Francia natal, camino de Guadalajara donde le esperaba, en el palacio del Duque del Infantado, su recién estrenado marido Felipe II.

Bien, cruzada la calzada y cruzada también la de Monasterio de Irache, me personé en las oficinas de seguridad ciudadana y en dos minutos realicé mi trámite. Salí e hice derecha. Esta parte del barrio de San Juanes de las más antiguas. Las llamadas casas de Larraina serán del comienzo de los años 60 y durante años estuvieron allí solas y aisladas, sin más vecinos que los internos de la cercana cárcel. Hacía una rica mañana y seguí paseando y disfrutando por la acera que da a la trasera de la audiencia. Pasada la rotonda cambié de acera para entrar en la calle Virgen del Puy y lo hice recordando el viejo archivo de protocolos notariales que allí se encontraba y donde tantas mañanas fui rebuscando en el pasado. Entré en la calle y a pocos metros tomé otra que se me ofrecía a mi derecha y que me devolvió a Mº de Iratxe. Vi que se llamaba Calle Virgen del Villar, la corellana, y me di cuenta de que jamás la había pisado, ni sabía de su existencia. Citaré de nuevo a Pascual cuando dice en otra de sus Glosas: ¿Descubrir el Mediterráneo? ¿Para qué? una vida no basta para descubrir la propia ciudad. En unos metros llegué a las viejas casas de Eguaras, la parte más vieja del barrio. Son apenas tres bloques de casas que conforman las calles Mº de Iranzu, calle y plaza, Mº de Iratxe y Mº de Eunate. Son casas que levantó en 1950 D. Ruperto Eguaras en terrenos que en aquellos años no es que fuesen extramuros, es que eran el extranjero, el más allá. Tierra lejana, agreste. Durante muchos años estuvieron solas, las construcciones que hoy las rodean tardaron mucho en llegar. Tengo recuerdos de los tiempos de zangolotino, en los que alguna tarde de verano nos acercábamos a lomos de nuestras bicis a lugar tan lejano, tan inhóspito. Si entrabas por Mº de Iratxe había que atravesar una vaguada que era la carretera de la Granja provincial. Era más fácil llegar desde la carretera del cementerio, hoy avenida de Bayona. Era lugar de mil aventuras.

Pasadas las casas de Eguaras llegué a la que llamábamos la Plaza Roja, con el bar Zagit en su centro en el que pasamos muchos ratos haciendo de todo y nada bueno. En una esquina había otro garito, no recuerdo su nombre, que abría al amanecer y daba algo de comer, no me acuerdo cual era su especialidad, quizá albóndigas, da igual, el caso era matar esa gusa asesina que entraba al salir del Reverendos. Lo malo, o lo bueno, es que de allí salías de día. Salí a Mº de Velate y tomé dirección ciudad para llegar a la plaza de Mº de Azuelo en donde me senté en una terraza a descansar y a mitigar hambre y sed que se habían hecho presentes. En los porches de esa plaza se encontraba el Jokers, tugurio delicioso en el que dimos grandes recitales. Por aquellos años a algún iluminado del Ayuntamiento se le ocurrió poner allá una especie de teatro romano de hormigón que nadie entendió jamás. Con pólvora del Rey buenos cañonazos, si lo tuvieran que pagar de su bolsillo pensarían dos veces las astracanadas que de vez en cuando son capaces de llevar a cabo un concejal y un arquitecto. Tomado el refrigerio crucé la avenida de Bayona y en la Plaza del Obispo Irurita, el de Larrainzar, desanclé una bici municipal que en dos pedaladas y atravesando la vuelta del castillo, que está de dulce, me plantó en casa.

Un disfrute de paseo, fui lento, saboreando calles y casas, descubriendo y reconociendo el nuevo San Juan que a tantos nos acogió y recordando el viejo barrio de casitas y huertas, de excursiones y aventuras que no volverá.

Así es la vida.

Besos pa tos

Facebook : Patricio Martínez de Udobro

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