Este mes se celebra el 75 aniversario de la simbólica colocación de la primera piedra de la Txantrea. La principal seña de identidad del barrio es el auzolan en el que docenas de obreros levantaron sus viviendas. Uno de esos pioneros, el vecino Jesús Tirapu, de 92 años, explica cómo fue su experiencia y el duro trabajo que llevaron a cabo en la primera fase del barrio.

Todos los que vinimos aquí éramos gente de la construcción, trabajadores de empresas de este gremio. El gobernador civil, don Luis Valero Bermejo, quiso poner en marcha esto y pensó que para empezar a andar necesitaba gente con experiencia en la construcción. Yo entonces no llegaba a los 18 años y trabajaba como mecánico de mantenimiento”, explica. Les ofrecieron la oportunidad: “Vino un tipo con papeles, haciendo propaganda, y nos apuntamos. En este grupo fuimos 23 trabajadores, pero hicimos 24 casas, todas las de la calle A, después bautizada como Lucio Arrieta y actualmente Imarcoain. Satur Goñi, que falleció hace poco (septiembre de 2024), y yo éramos los más jóvenes”, recuerda.

Jesús nació en 1933 en la maternidad vieja de la calle del Carmen, y cuando comenzó a trabajar en la Txantrea vivía “en la calle Tejería. Mi padre, que era también de capital –“de la capital del valle de Unciti”, como le gustaba decir en broma–, también trabajó en la casa de la Txantrea, pero como era capataz en la misma empresa casi siempre andaba fuera. Creo que yo era el único del grupo de Pamplona, los demás procedían de distintos pueblos de Navarra. Un tal Villava que era de Burlada, gente de Orkoien…, mis vecinos Sola, Induráin, Lecumberri, etc”.

Jesús conocía los terrenos de la Magdalena porque “veníamos de críos a jugar por aquí. Esto era un páramo, todo cascajo. Había algún pedacico de tierra cultivable, pero pedacico… Una pequeña viña, algo de trigo, pero lo demás era todo cascajo. Había una empresa que explotaba ese material. Por aquí cerca solo estaba la casa del pastor”, recuerda.

Cuadrilla de obreros construyendo la Txantrea.

El trabajo

Como Jesús no era albañil, hacía “de peón o de lo que me tocara. Salíamos de trabajar a las seis y media de la tarde, tras una jornada de 10 horas, y teníamos media hora para merendar y bajar corriendo a la Txantrea, porque aquí estábamos de siete a nueve. Aunque si tocaba rematar algún trabajo, igual salíamos más tarde… Los domingos se trabajaba de ocho a una, y ya eran cinco horas en las que se avanzaba bastante”, rememora. “Entonces no se trabajaba el domingo, era casi pecado. Sin embargo, a nosotros nos dio bula el obispo. Casi nos la quitan, ya que se suponía que teníamos que ir primero a misa a las Josefinas de la Magdalena, pero como era a las siete y media de la mañana no iban más que cuatro… El obispo quiso suspender lo de trabajar en domingo porque no se iba a misa, pero el gobernador civil, el maño ese, dijo: ‘Eso dirás tú, pero estos a trabajar los domingos, que si no para rato me van a terminar las casas...’”.

Valero Bermejo se preocupó por el buen funcionamiento de las obras. “Las visitaba casi a diario. Era simpático, muy majo. Venía en coche, con sus escoltas. Y los jefes de grupo cada dos por tres también estaban en su despacho pidiendo materiales o lo que hiciera falta. Eran tiempos de mucha escasez…, después de la guerra funcionaban las cartillas de racionamiento, aunque también el contrabando, el estraperlo. Y el gobernador siempre se preocupó de que no nos faltara material. Lo hizo bien y al salir de aquí le nombraron ministro de la Vivienda”.

También sufrió la huelga de 1951, primera en tiempos de Franco. “‘Me habéis fallado’, nos decía. ¿Qué quería? Habían parado todas las empresas, fábricas, comercios de Pamplona, y nosotros no íbamos a trabajar”. Las obras empezaron en 1949 y las casas se inauguraron en 1952. “Cuando vino Franco en diciembre no estaba todo terminado. Las casas más o menos sí, pero faltaban las huertas, los gallineros…”.

Antes, el 19 de marzo de 1950, se puso oficialmente la primera piedra. “A mí me tocó poner un triángulo de madera, la estructura para la grúa que sirvió para poner la primera piedra cuando fue el obispo, el gobernador... Ese día nos dieron algo de moscatel y unas pastas”. Una vez terminadas las casas, “en mi grupo se sortearon todas. Los jefes de grupo también entraron en el sorteo. A la mía primero entró una prima de mi padre. Yo no bajé a la Txantrea hasta que me casé”.

Al margen de su trabajo, por la casa pagaban “casi cien pesetas al mes, con seguro de incendios incluido. Los que tenían chalet pagaban un duro más. Eso se pagó durante 20 años. Al terminar me costó 14.000 pesetas hacer los papeles de propiedad. Nos ofrecieron también pagar los muebles a plazos, los ponía el Patronato, y pusimos el comedor entero. Por eso pagábamos 30 y pico pesetas al mes durante 5 años. Más adelante, los que no trabajaron en sus casas, sino que las compraron, pusieron una entrada de 7.000 pesetas. Nosotros nada”.

Además de las casas, cuando Franco fue al barrio se inauguró el colegio de las Salesianas. “Salió a saludar desde el balcón en el Hogar del Productor, pero el local todavía no se había terminado. Yo no fui, porque si voy mi padre, que era muy de izquierdas y su familia lo pasó mal en la guerra, me hubiera dado una paliza. Sí me contaron una anécdota. Después de los discursos le iban a enseñar a Patxi una casa, y prepararon la primera que hay al entrar en la calle, la antigua Federico Mayo, la del lado izquierdo. La pusieron muy chula, pero por el jaleo de toda la gente, Franco se metió en la del lado derecho. Aún estaba por hacer y estaban hecha una mierda”, se ríe.