Hola personas, ¿qué tal va la despedida del verano? Se acabó lo bueno, se acabaron las piscinas, las playas, las fiestas del pueblo, las partidas de mus en el porche, las noches al fresco en una terraza, los viajes de aquí para allá… y, con la nueva estación, viene otra vez la rutina, colegios, gimnasios, reuniones, poco a poco vendrá el frío, los árboles enseñarán sus vergüenzas y en nada nos plantaremos en la navidad. El otoño, que a mí me gusta mucho, es una estación como de transición del rico verano al largo invierno y se pasa sin pena ni gloria. El invierno es hogar, calor de chimenea, la primavera es explosión, todo renace, el verano es libertad, no hay puertas y… ¿el otoño? ¿qué es el otoño? ¿hongos y setas? ¿el Irati tostado y ocre?, ¿los días más y más cortos? el otoño siempre será una estación como prescindible, ojo, no entro en el terreno científico y naturalista en el que sé que no ya una estación, sino un solo día del año tiene su importancia, me refiero, social y vitalmente. Este domingo que me leéis empieza, ya veréis como en nada lo estamos despidiendo. Mientras tanto vamos a disfrutarlo que tiene cosas ricas. Es vida y la vida hay que comérsela a bocaos.

Hoy vamos a pasear por el tiempo. Recordaréis que la semana pasada os conté que había viajado en tren a Madrid, y que llegué a la estación para cogerlo a las 6 de la mañana, pues bien, esa escena me trajo a la memoria muchas vivencias tenidas en torno al tren y pensé esto se merece un ERP y aquí vamos a ver que se me ocurre. No me hará falta estrujarme mucho el magín porque son imágenes y hechos que mi memoria conserva muy vivos.

Ya desde mi más tierna infancia conozco el tren y la estación. Se daba la circunstancia de que mi abuelo tenía una hermana en Madrid y mis abuelos iban con relativa frecuencia a visitarla e iban en tren, y lo tomaban, lógicamente, en la Estación del Norte, a donde, a veces, acompañábamos a mis padres para despedirlos. Recuerdo ver pasar trenes con la locomotora de vapor echando nubes blancas por la chimenea y por los laterales, imagino que para descargar presión y frenar. Antes de que llegase el tren, bajábamos a la vía y poníamos una peseta sobre ella que tras el paso del convoy se quedaba del tamaño de aquellos pesetones de 2,50 y nos hacía felices creyendo que habíamos duplicado nuestro capital. De aquellos tiempos tengo en la cabeza palabras como TAF, TER o Talgo, que eran palabras usadas en casa refiriéndose al tipo de tren en el que D. Antonio y Dª Angelita iban a realizar su viaje. En la estación recuerdo la fonda, famosa Fonda Tejedor por estar regentada por dicha familia, a uno de cuyos miembros, Ricardo, gran pintor, debemos los preciosos carteles de San Fermín de 1907 y 1921. La fonda estaba abierta casi siempre, cerraba muy tarde y abría muy pronto, en ella se daban cita los viajeros que esperaban su tren y unos cuantos parroquianos del barrio, a veces en elevado estado de felicidad pasajera dando la nota de sedentarismo a un lugar de clientela nómada. Recuerdo también al jefe de estación que paseaba por el andén con su gorra de general francés para dar salida al tren de turno levantando un palo que empuñaba con gran autoridad. Los anuncios por la megafonía de la estación han variado poco: por vía uno, anden primero, va efectuar su llegada el tren expreso procedente de Barcelona y con destino a Santiago de Compostela. La puntualidad de aquellos servicios era caótica, los retrasos estaban a la orden del día, no se sabía a ciencia cierta a qué hora salías ni a qué hora llegabas. Eran trenes lentos y desvencijados. Excepto el Talgo que siempre fue el rey de la escudería.

También recuerdo perfectamente la plaza que había en el exterior, con el sempiterno Bar España en una esquina y la entrada a los muelles de carga, siempre llenos de cachivaches y mercancías de lo más heterogéneas, en el lado opuesto, tocante al edificio principal.

Mi experiencia personal más lejana en ese medio de locomoción, se remonta a mi infancia, cuando un verano que pasábamos en Deba, tomamos un tren para ir a Zarauz a ver a la reina Fabiola, que venía a pasar unos días al palacete que poseía en dicha villa marinera. Sería el año 1961. Mi segundo viaje en tal medio fue unos diez años más tarde con un grupo montañero, viajamos de Pamplona a Huarte Araquil, donde hicimos noche de acampada, para subir a la mañana siguiente a la cima de Aralar. Mi primer y último monte.

Ya de adulto mi época más ferroviaria fue sin duda la mili. Pasé un año montando casi todos los fines de semana en un tren que me llevaba a Lérida. Era un tren en el que viajaba mucha soldadesca, con sus botellas de patxarán para el viaje, sus bocatas compartidos y todo tipo de cosas para fumar. Con todo ello antes de llegar a Tudela yo caía frito en el incomodo asiento de aquellos compartimentos en los que se dividían los vagones de segunda; estaban forrados de un escay azul que daba calor en verano y frío en invierno. Recuerdo que en cada compartimento, entre el respaldo del asiento y la bandeja porta equipajes, había una foto alargada como de 50x15 cms. con una “bonita” vista de algún lugar pintoresco del país, la plaza de España de Sevilla, la Plaza Mayor de Salamanca, la catedral de Burgos y cosas así a un lado y un espejo en el otro. Se fumaba dentro y fuera del cubil, los pasillos eran lugar de charla y ligoteo si alguna señorita compartía viaje y quería compañía. Los W.C. eran una cochambre infinita, pequeños, feos, fríos, sucios, malolientes y algún otro calificativo que se me olvida, había un letrero que decía: no utilizar durante las paradas, lo cual quiere decir que tenía salida directa a la vía. A media noche cuando ya habías cogido el sueño, indefectiblemente, pasaba el revisor y te arrancaba de los brazos de Morfeo, (toma modismo), para solicitarte, secamente, el correspondiente billete, abría ruidosamente la puerta para avivar al durmiente y gritaba: billetes por favor. En fin, historias de abuelo cebolleta que empiezan y no acaban.

Hoy en día la cosa ha cambiado mucho, independientemente de los frecuentes robos de cable o de los mil motivos que originan un retraso, el servicio es infinitamente superior. Los asientos son cómodos, huele bien, los WC están limpios y son espaciosos, el bar es un vagón que invita a viajar en él mientras te tomas una caña. Los tiempos son mucho más cortos, antes ir a Madrid era echar la noche, ahora son tres horas. Y se dice, se comenta, corre el rumor que algún día llegará a nuestras vías el ansiado AVE.

Ver venir.

Besos pa tos.

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