Hola personas, un placer estar de nuevo con vosotros en torno a un ERP que va a tener varias vertientes.
Empezaré con unas cositas que he de comentar como ciudadano que soy de esta ciudad, pamplonauta a tiempo completo, y lo que aquí sucede a mí me sucede, a nosotros nos sucede.
A ver, pregunta: si yo planto una tienda de campaña, y me dispongo a vivir en ella, en cualquier rincón de la ciudad ¿Cuánto tiempo creéis que tardarían en llegar los municipales obligándome a levantar el campamento?, pues eso, nada, medio minuto. Y, sin embargo, cuatro tíos, tres de ellos con problemas con la justicia, acampan en mi querido Camino, serpentín que baja de Beloso al río, y nadie les dice nada. Y ahí seguirían sino llega a ser porque cuatro desalmados el otro día violaron a una chica en la zona y ¡¡Oh, casualidad!!, en el camino había una tienda de campaña con cuatro tíos y en su interior pertenencias de la chica, a la que también saquearon y le quitaron, incluso, su ropa interior. ¿Será un trofeo?
Antes de seguir adelante quiero dejar clara y patente mi solidaridad y mi empatía con la chica agredida y le deseo una pronta y total recuperación, sobre todo psíquica, porque el trago que esos malnacidos le han hecho pasar es el peor de los tragos y necesita tiempo para ser digerido. Ánimo.
Bien, dicho lo dicho, seguiré con el asunto, y el asunto es que estos lamentables, censurables, execrables hechos no son un hecho aislado, sino que son una gota más en el vaso y éste se va llenando. De unos años aquí Pamplona ha visto incrementada su peligrosidad, y la causa todos la conocemos. Recordaréis, quienes me seguís desde el principio, que yo siempre paseaba de noche, y me metía por todos lados. Ahora no, ahora paseo de día y si lo hago de noche lo hago por la ciudad habitada, nada de paseo del río, nada de Aranzadi, nada de Vuelta del Castillo, y… ¿Por qué?, pues porque tengo miedo, porque Pamplona no es una ciudad segura. No me van a matar, pero puedo volver a casa sin teléfono, sin cadena, sin peluco, sin cartera y con las orejas calientes. Y no sé si me apetece mucho. Si hace falta más policía, se pone, si hacen falta más controles, se hacen, no sé, yo no soy técnico anti delincuencia urbana, pero lo que está claro es que hay que ponérselo difícil a los malos. Ellos nunca descansan.
Otro de los temas ciudadanos que están en el tapete son las estatuas de los Reyes del Paseo de Sarasate. Cuando hace unos meses se empezó a oír que los iban a trasladar a la Taconera, me pareció un despropósito, sin embargo, ahora, tras darle unas vueltas al caletre, pienso, ¿qué más da? también la Taconera es ciudad y estarán allí tan ricamente.
Estas pobres estatuas ya nacieron cojas, con perdón. Fueron encargadas, por una locura de Sabatini, arquitecto del palacio Real de Madrid, para coronar las fachadas de dicho palacio. Eran 99 estatuas que representaban a los que habían sido reyes de Castilla, Aragón y Navarra a lo largo de los siglos. Se encargaron a escultores de poco fuste y no se les exigió gran finura, ni magníficos materiales, son de piedra caliza, ni una pureza de líneas, ni nada de eso, porque iban a ir colocadas a muchos metros de altura y nadie las iba a apreciar. Pero, hete aquí, que la reina viuda Isabel de Farnesio, madre de Carlos III, una noche sueña que las estatuas de marras, van a abandonar sus pedestales y la van a matar, en base a lo cual ruega a su hijo que las retire, y el niño, que nada podía negar a mamá, las retiró. También pesó la teoría de que se podían caer, he incluso de que su peso podía dañar las paredes. Sea por lo que fuere, se quitaron de las alturas y vinieron a las bajuras. Unas se quedaron en los jardines de la plaza de Oriente, otras en los de Sabatini y el resto se repartió por el país, procurando ceder a cada uno su rey.
La historia de las nuestras comienza en 1885, año en que se acomete la reforma de la calle de Valencia para convertirla en Paseo. Ese año, según nos cuenta el maestro Arazuri, Pamplona sufrió uno de los inviernos más duros, llegando a bajar el mercurio a 20º bajo cero y llegando a congelarse el Arga, con un espesor de hielo de 14 cms. Igualito que ahora. Bueno, el caso es que en abril de ese año, el Ilmo. decide solicitar a Madrid unas cuantas de esas estatuas que tiene de sobra y acuerdan la compra de seis estatuas en 12.000 duros, 360 €. Alguien fue a la capital, y en el viejo almacén en el que estaban arrumbadas las estatuas sobrantes, a las que el tiempo, la humedad y el abandono habían pasado factura, eligió las seis que vinieron a Pamplona. El lamentable estado en el que llegaron fue tal, que hubieron de ir directas al hospital de estatuas de piedra. Madrid, al ver las joyas que nos había endilgao, optó por regalarlas. El restaurador cobró por restaurarlas y colocarlas en sus pedestales 8.365 pesetas, unos 50 €. El presupuesto actual para parecido trabajo es de 150.000 €. Una vez en casa fueron movidas varias veces de aquí para allá y en 1972, hubo cambios y dos de ellas, Fernando VI y su parien, Barbara de Braganza, volvieron a Madrid, corte que tanto le gustaba a ella, y, a cambio, llegaron a Pamplona un francés, Felipe III y un Sancho, el Restaurador. De los otros cuatro nada se sabe. Estos días los han dejado más bonitos que un San Luis y los llevan a nuestro gran jardín. Pierden protagonismo, pero ganan en tranquilidad que, a sus años y con tantos avatares, ya les va haciendo falta. Ahora lo que me preocupa es lo que vayan a poner en el céntrico boulevard. Ver venir.
Para terminar, y cambiando radicalmente de registro, os voy a hablar de un libro que se presentó el miércoles en la Cámara de comercio y cuyo contenido me parece lo suficientemente interesante como para haceros partícipes. Se trata de un tocho de 4 kilos de peso en el que se narran y muestran los proyectos que en Navarra se han creado, se han ideado, sean pergeñado, pero que, por una cosa o por otra, se han quedado en eso, en proyectos. Su autor, el prolífico profesor universitario y director de la Cátedra de patrimonio y arte Navarro, Ricardo Fernández Gracia, acompañado por una cuadrilla de 41 primeras figuras del mundo del arte, la conservación y la archivística, han dado a las prensas una magna obra que nos muestra aquello que pudo haber sido y no fue, pero que, a los curiosos de lo nuestro, nos gusta saber. Y saber que, por ejemplo, San Miguel de Aralar podía tener una preciosa hospedería diseñada por Eusa o por Moneo, en lugar del barracón que tiene hoy. Esa situación y otras las definió Ricardo con una máxima que suscribo plenamente: visión sin acción, es un sueño, acción sin visión, una pesadilla.
Ciertamente en esta obra vemos proyectos maravillosos que no han visto la luz y en su lugar obras mediocres que si se han llevado a cabo. El libro no se vende, pero está completo en la red, buscadlo y echadle un vistazo.
Vale la pena.
Besos pa tos.
Facebook : Patricio Martínez de Udobro
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