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La batalla de Bilín

los habitantes dEl pequeño pueblo de Cisjordania se manifiestan cada viernes frente al muro israelí

La batalla de Bilín

Viernes 14. Doce del mediodía. Grupos de palestinos y activistas extranjeros se agrupan en la pequeña aldea de Bilín, 20 kilómetros al sur de Ramala (Cisjordania). Inician una marcha de veinte minutos hasta el muro de cemento construido por Israel para separarlos del asentamiento de Modi´in Illit; allí hay cerca de 60.000 colonos, protegidos en todo momento por los militares. El asentamiento ilegal (está dentro de la Línea Verde marcada en 1967) engulló en su momento casi todas las tierras fértiles de la aldea palestina y el muro acabó por aislarlos de su propio entorno. Por eso cada viernes se plantan a diez metros del muro y reclaman a gritos la tierra que hasta hace poco fue suya. "¡Palestina libre!", "¡la tierra palestina para los palestinos!", exclaman mientras muestran orgullosos los colores de su bandera.

Un centenar de personas se arrima hasta la barrera gris, donde asoman los casos y las armas de los soldados del Tzáhal, que apuntan al cuerpo de los más osados, una docena de jóvenes y niños que tratan de colar alguna bandera entre las alambradas. El resto de manifestantes se ha quedado atrás. "A esto le llaman la colina de los cobardes", dice uno de los activistas que prefiere mirar los toros desde la barrera. Abajo siguen los gritos y las proclamas, que se apagan con los primeros disparos. Los soldados lanzan granadas de gas lacrimógeno, pequeñas latas redondas y negras que dibujan peligrosas parábolas de humo. Los chicos se esconden al abrigo de los olivos y los peñascos, y las bombas siguen cayendo. Unos pocos resisten mientras la mayoría se retira, agobiada por los efectos del gas, que oprime la garganta y hace que los ojos se encharquen, impidiendo la visión. Las granadas israelíes son más efectivas que los artefactos lacrimógenas al uso, y alcanzan una velocidad considerable; hace unos años el impacto de una de estas granadas mató a una niña y un activista acabó también malherido. "En los últimos años han muerto dos personas en estas manifestaciones, y los heridos se cuentan por centenares. Los israelíes no perdonan y usan todo tipo de armas, incluso la munición prohibida, como las balas dum-dum (expansivas) o las mariposas, que actúan como pequeñas taladradoras dentro del cuerpo", explica en la retaguardia el cooperante catalán Luca Gervasoni.

La refriega se prolonga durante unos veinte minutos donde se intercalan las carreras, los gritos, los escarceos, los disparos y alguna que otra broma. Juegan al gato y al ratón, como si se tratara de una forma de matar el tiempo de un viernes bochornoso cualquiera. Pero conscientes de que juegan con la muerte. "No tengo miedo a morir, si Alá lo quiere moriré, está escrito", dice Roni Burnat, un clásico en esta romería de locos muy cuerdos. Los disparos cesan, los soldados se relajan y los jóvenes se retiran dejando atrás el oleaje del humo, que difumina un pequeño incendio. Tosen, ríen, gritan y lloran, hinchados por la excitación del momento. La semana que viene volverán para provocar al temido Tzáhal.

La aldea irreductible Los habitantes de Bilín recuerdan a aquellos intrépidos guerreros de la aldea gala, rodeada por las legiones romanas, que crearon Uderzo y Goscinny hace más de medio siglo. La pequeña población del suroeste de Cisjordania (1.300 habitantes) resiste "todavía y siempre al invasor", aunque en este conflicto no hay mucho margen para el chiste y la sonrisa fácil.

Cuando el muro que aísla Cisjordania del resto del mundo llegó a Bilín, los habitantes del poblado ya conocían las miserias de la ocupación. En 2004, en la segunda Intifada, un hombre fue abatido a tiros en un check-point por querer saltarse la cola; su mujer estaba pariendo en Ramala y él estaba impaciente. Apartó el plástico que cortaba la carretera y pasó al otro lado de la barrera. Lo acribillaron. A los cinco días un miembro de los Mártires de Al Aksa, brazo armado de Al Fatah, regresó al puesto de control y abatió a doce soldados. A partir de ahí llegaron las represalias: detenciones, aislamiento, humillaciones y hambre.

Tras esa dura etapa, los lugareños llegaron a dos importantes conclusiones: por un lado, los soldados muertos a manos del miliciano no eran los mismos que asesinaron al padre ansioso, por lo que la supuesta venganza quedó coja, y por otro vieron que esas acciones repercutían en la población civil de la zona. Decidieron cambiar de estrategia. En 2005 se formó un Comité Popular y optaron por la oposición no violenta, por la resistencia pacífica, una táctica que les ha aportado notables beneficios. En los últimos años el caso de Bilín ha traspasado fronteras y a los palestinos se les han unido decenas de activistas de diferentes lugares del mundo, incluida la propia Israel (se trata de uno de los pocos ejemplos de movilización conjunta entre palestinos e israelíes).

Pero esa no ha sido la única victoria de los habitantes de la aldea irreductible. Las manifestaciones han tenido siempre un objetivo concreto, el de reclamar las tierras expropiadas por los colonos y el Ejército israelí (el 70% de las tierras fértiles del pueblo). La insistencia de los palestinos y las denuncias interpuestas dieron como resultado el desmantelamiento parcial del muro. El 7 de septiembre de 2007 la Corte Suprema israelí ordenaba al Gobierno modificar la ruta del muro ya que era "altamente perjudicial" para sus habitantes. Éstos recuperaron la mitad de sus posesiones y centenares de olivos centenarios.

Pero la lucha no acabó ahí. El 13 de marzo de 2009 una bomba de gas lacrimógeno impactó en la cara de Tristán Anderson, activista norteamericano del International Solidarity Movement, que se encuentra en coma desde entonces. Y el 17 de abril del mismo año Bassem Abu Rahme murió frente a las cámaras, víctima de un disparo. Aún así, los habitantes de Bilín siguen manifestándose frente al muro todos los viernes, convencidos de que la resistencia pacífica es el mejor de los caminos para alcanzar sus anhelos de tierra y libertad.