quizás es uno de los episodios más desconocidos de la historia de la ciudad, pero Tudela fue el centro neurálgico del cambio de régimen que se produjo en la Navidad de 1874: el final de un Gobierno que dirigía el general Serrano y que se prolongó durante un año de transición entre la República de Amadeo I y la Monarquía de Alfonso XII. El inicio de lo que se llamó la Restauración, que ponía fin a una pseudodictadura de este general colocado en el poder por el general Pavía tras entrar a caballo en el Congreso de la I República, vivió su centro de operaciones en Tudela. Serrano, enfrascado en plena contienda civil contra los seguidores de Carlos VII en el frente norte, viajó rápidamente hasta Tudela para hacer frente a los rumores que circulaban en retaguardia sobre la entrada por Sagunto del hijo de la destronada Isabel II, auspiciado por el general Martínez Campos y sus tropas. La capital ribera era la ciudad mejor comunicada de la retaguardia y desde allí podría conocer la evolución de los acontecimientos a través del telégrafo.

A través del Manifiesto de Sandhurst (1 de diciembre de 1874), el joven Alfondo XII comunicó que contaba con mucho apoyo en España para el establecimiento de una monarquía constitucional y que consideraba "huérfana a la nación" y él "legítimo heredero del trono por abdicación de su madre, Isabel II", poniéndose a disposición de todos los españoles.

El cronista tudelano Mariano Sáinz narra con todo lujo de detalles en sus Apuntes Tudelanos la breve estancia durante dos días en la ciudad del general Serrano, que durmió en el Palacio Decanal como presidente y se despertó como militar depuesto y perseguido. El alcalde, Ángel Frauca, se vio en la obligación de proporcionar una vía de escape y un disfraz al general Serrano, a quien sus camaradas de Madrid le dieron rápidamente la espalda en cuanto conocieron la presencia del Borbón. El telégrafo situado en la calle Carrera, en la sede que hoy ocupa el Banco Santander frente al hostal Remigio, resultó clave en aquellas 48 horas que fueron imborrables para quienes lo vivieron.

la llegada

Las autoridades en la estación

Navarra vivía de cerca la tercera contienda carlista y Tudela, punto de gran importancia al contar con vía férrea, tenía guardia permanente del cuerpo de voluntarios local denominado Auxiliares de la Libertad. Las 24 horas del día vigilaban tres lugares estratégicos: El Humilladero (al otro lado del puente del Ebro), el cerro de Santa Bárbara (se hizo un fuerte en los restos del castillo) y la torre Monreal. El objetivo era frenar las acometidas del conocido como Bartolillo, Gregorio Úcar, que con una partida de carlistas merodeaba por Bardenas en la zona entre Caparroso y Tudela. En aquel invierno de 1874, el ejército de Carlos VII era dueño y señor del País Vasco y Navarra donde había establecido un estado paralelo al que dirigía Serrano con capital en Estella y que contaba con moneda, sellos y universidad propios si bien, como en ocasiones anteriores, el no haber conquistado grandes ciudades (como Pamplona o Bilbao) acabaría con sus posibilidades de triunfo y de conseguir ayuda militar desde fuera de España.

El general Moriones, marqués de Oroquieta por su aplastante victoria ante Carlos VII en 1872, decidió en febrero de 1874 que no podía hacer frente a las huestes carlistas y pidió el relevo, que lo tomó el general Serrano, nombrado presidente de la República en una especie de dictadura encubierta dado que Amadeo I había abandonado ya el país. El 29 de diciembre Serrano se encontraba en Tafalla estudiando cómo romper el cerco que los carlistas habían establecido sobre Pamplona y habiendo conocido las pretensiones de quienes respaldaban a Alfonso XII decidió trasladrase a Tudela para poder comunicar mejor con Madrid. En pocas horas él y todos sus oficiales llegaron en tren a la capital ribera donde le esperaban en el andén toda la corporación, con Ángel Frauca al frente, así comola banda municipal (dirigida por Elías Villar) y todas las autoridades civiles y eclesiásticas imaginables, no en vano era el presidente de la República.

Eran otros tiempos y nadie conocía en la capital ribera la situación de "anarquía política" que retrata Mariano Sáinz, dado que las noticias no habían llegado a un pueblo de menos de 8.000 habitantes como era Tudela, sin demasiados lujos pero sí con varios periódicos y un telégrafo. En su relato del recibimiento narra los agasajos previstos por Fracuca. "Encargó comida-cena a don Modesto Indiano, propietario del Café del Recreo, y? un suntuoso y artístico ramillete de dulces finos a la confitería de Valentín Mensat (en la calle Concarera Baja, número 6), obsequio que sustituyó al de las riquísimas anguilas del Ebro con que se agasajaba a los altos personajes, como cuando estuvo Espartero".

Pero, lejos de hacer aprecio a los agasajos, el general Serrano pidió a Frauca que le condujera rápidamente al telégrafo. El joven tudelano José Oñorbe era responsable del aparato y fue testigo de la relevancia de los mensajes que Serrano cruzó con Primo de Rivera, al que había dejado al frente del Gobierno en Madrid. Uno de los que, por su humanidad, más llamó la atención en aquellos momentos claves para el cambio político que se avecinaba, se produjo cuando Serrano preguntó por su familia. "¿y mi Antonia, y mis hijos?; ¿qué es de ellos?", vía morse le contestaron que estuviera tranquilo, pues el ministro de la Guerra, Primo de Rivera (tío del dictador Miguel Primo de Rivera), velaría para que nada les sucediese. Serrano sufrió entonces un acceso de furia y, cerrando los puños y dando un fuerte golpe sobre la mesa, exclamó "era lo único que me faltaba: que la duquesa y mis hijos corran a cargo de Primo de Rivera", y, según recuerda Sáinz le contó el propio Oñorbe, involuntariamente se echó a llorar.

Con evidente mal humor, Serrano llegó en el coche de caballos del marqués de San Adrián al Palacio Decanal y nada más bajar hizo que la banda, que le esperaba desde hacía horas, dejara de tocar y que se dispersara el pelotón de guardia que le rendía honores. Sin que nadie supiera nada, todo era un ir y venir de documentos, uniformes y oficiales por las escaleras del palacio. No en vano, el cuartel de San Francisco (Sementales) estaba ocupado por infantería y el exconvento de Dominicos (ubicado en el actual colegio de jesuitas), por la caballería. El frente se encontraba en Pamplona y Tudela era un lugar donde muchos militares aguardaban destino para entrar en la Guerra Civil.

general depuesto

La huida

Para la madrugada del día 30 de diciembre, los diferentes generales habían ido ya decantándose por la opción subversiva de Martínez Campos y Alfonso XII. A primera hora de la mañana del día 30 de diciembre Serrano ya no tenía apoyo en el ejército y sin él no podía ocupar el cargo. En esa situación, lo primero que hizo fue llamar al alcalde de Tudela para tratar de buscar la mejor vía de escape, dado que veía en peligro su vida. "Preciso salir de aquí y he de hacerlo con todo sigilo pues los acontecimientos políticos me imponen la expatriación y como en mi equipaje no tengo si no uniformes militares que, por el momento no puedo usar, necesito se me confeccione un traje de paisano". Para ello se trasladaron a la plaza de la Constitución (hoy de Los Fueros) número 6 donde tenía su tienda el sastre tudelano Benigno Luis cuyo trabajo no debió resultar tan bueno como se esperaba, ya que Mariano Sáinz relata que "no había visto en su vida tipo de tela más rara, de color indefinido y a rayas y que además el traje estaba hecho como sin medidas". La idea de la huida era salir de noche caminando campo a través "por Sancho Abarca a Tauste y de allí, atravesando Bardenas, marchar (a caballo) a la raya de Francia".

Cuando el general Serrano estaba a punto de abandonar Tudela llegó a la ciudad el gobernador civil que le entregó un telegrama en el que el Gobierno, a cuyo frente se encontraba ya Cánovas del Castillo, se dirigía a todas las autoridades para que "con absoluta libertad se trasladase al general donde tuviera por conveniente". Todos, y por supuesto los tudelanos Frauca, Ezquerra y Arguedas, que urdieron la huida de su huesped, respiraron aliviados, "nunca olvidaré la hidalguía con que han procedido ustedes", les dijo Serrano antes de abandonar la capital ribera. Al día siguiente la corporación tudelana aprobó en reunión urgente un manifiesto en la que elogiaban "la noble actitud y disposición del general Serrano, que ha impedido que en la actual variación política se dividiesen las fuerzas liberales al frente del Carlismo y hubiese derramamiento de sangre". El pronunciamiento del Consistorio terminaba felicitándole por su "actitud y abnegación", dándole las gracias "por los males que ha evitado a la población".

lo que pudo ser y no fue

Una guerra dentro de otra

Sin que los tudelanos lo supieran, un cambio de Gobierno, a través de un nuevo golpe de Estado como el de Pavía un año antes, se había gestado teniendo a su ciudad como núcleo de una posible guerra civil dentro de otro conflicto que ya se estaba viviendo entre carlistas y liberales. El 9 de enero de 1875 Alfonso XII entró en Barcelona y pocos días más tarde fue entronizado en Madrid. El 21 de enero pasó por Tudela en dirección al frente, por esa misma Tudela que había recibido a un presidente de la República y despedido a un general depuesto.

Al igual que con Serrano, la ciudad se volcó con el rey, fabricó arcos florales de bienvenida en el puente pero el Borbón y su ejército solo atravesaron el puente del Ebro para marchar en dirección a Pamplona.