uiso celebrar el PP los tres años de presidencia de Casado, y se fueron a mantener una reunión al parador de Gredos, donde se dice que se celebró el primer encuentro de los ponentes que alumbraron la constitución. Simbolismo indisimulado, aunque francamente fallido. El reflejo que se consiguió trasladar a los medios fue prácticamente nulo, estando el país como está, para cualquier cosa menos para la poesía política. El aire de la sierra debe atontar. No consta que hayan afeado la conducta, con el cuchillo en la boca, a esa ministra que dijo que era el momento de olvidar la mascarilla y dar paso a las sonrisas, tras lo cual estalló la quinta ola de contagios. Los populares ya han optado por una estrategia que creen es la que les llevará en un futuro próximo a la Moncloa: no hacer nada, no espantar a nadie, y esperar. Tienen creído que lo de Sánchez va a ser un desastre cada vez mayor, e indefectiblemente los electores volverán a buscarles como lo que los americanos llaman un safe harbor, el puerto seguro en el que amarrar cuando las cosas se ponen mal. Una estrategia parecida a la que llevó a la presidencia a Rajoy. Apenas disputar el partido, dedicarse a contemporizar, no mostrar aristas. Aguantar el paso del tiempo y decir a cada cual lo que quiera escuchar, que es lo que hace Casado entrevista tras entrevista. Eso, y mostrar una sonrisa rara, cretinoide, venga o no venga a cuento, y que asusta cuando ilustra el comentario sobre algo verdaderamente relevante. El caso es que las encuestas que se publican -muchas apenas tienen trabajo de campo, son meros análisis de gabinete porque ponerse a trabajar una muestra cuesta una pasta- dicen que en efecto el PP está en cabeza, y hoy ganaría unas elecciones. Tan inconsistente referencia sirve para que en Génova ocurran dos cosas, ambas peligrosas para ellos. Una, refrendar la vía de la insustancialidad como pasaporte para el poder. Dado que sin hacer nada vamos los primeros, sigamos sin hacer nada. Y lo segundo, que ya hay Teodoros varios que se ven como vicepresidentes dentro de una veintena de meses, con lo que el nivel de superficialidad se incrementa proporcionalmente a las ansias porque pasen los días. Fruto de ello, el PP es hoy un partido que está obsesionado por sí mismo, no en la labor que le podría corresponder si llegara a gobernar, y sin apenas capacidad para interactuar con áreas relevantes de la sociedad civil, como el poder económico o las organizaciones sectoriales. Se escuchaban estos días carcajadas cuando filtraron a la prensa que a su próxima convención pensaban a invitar a pensadores de nivel internacional, los Pinker y Applebaum -una birria su último libro, Twilight of Democracy-, como buscando una redención intelectual de la que carecen palmariamente en el día a día, esa batalla cultural que han abandonado sin rubor. En efecto, habrá una convención tras el verano en Valencia, de la que Casado espera que se pueda percibir el cuajo del partido como alterativa llave en mano, y mil veces se dirá en los discursos lo de “preparados para gobernar”. Las convenciones se hacen para copar a modo de publireportaje los informativos de varios días seguidos, y para dar algo de emocionalidad política a la militancia y los cargos territoriales, que viajan para confraternizar. Cuestan un dineral, pero a veces es dinero que se acaba desperdiciando sin siquiera comenzar las reuniones. Recuérdese la última que se hizo en Sevilla en el año 2018. Después de tenerlo todo montado, incluyendo un dron con el que el pueril Teodoro salió al escenario, la víspera estalló el lío de Cifuentes y ahí acabo todo. Era la única noticia, el único motivo por el que los periodistas perseguían en los pasillos a los dirigentes. Cientos de miles de euros tirados a la basura. Veremos si antes de lo de Valencia no hay otra cosa que arruine el fervorín.

Todo conforma un escenario previsible. Sánchez empeñado en recuperar vuelo -sigue en caída libre- y los de Casado descontando días del calendario. Pero si algo es verdaderamente previsible en la política actual, es que nada es previsible. No se da cuenta el PP que el auge en las encuestas tiene más que ver con el reflujo de las elecciones en Madrid, donde la candidata ganadora ha mostrado un perfil diametralmente distinto al oficial, de enfrentamiento claro y credenciales a la vista. Y además, está Vox, a quien una parte importante del electorado sí percibe convencido de las ideas que un día germinaban en el PP. Aciertan los de Abascal en su estrategia de achacar a los populares que si apenas tienen coraje para disputar el partido, mucho menos lo tendrán para revertir aquello que hoy constituye el desaguisado sanchista. Dos años es bastante tiempo, y no cabe descartar que los verdes se pongan por delante de los azules. Mientras Casado siga con su sonrisa inane, será posible.

Los populares ya han optado por una estrategia que creen es la que les llevará en un futuro próximo a la Moncloa: no hacer nada