a luz va a pasar factura al Gobierno. Pedro Sánchez se ve con los dedos pillados. Le asedia un tema tan lesivo para el bolsillo del ciudadano medio y la economía que no se puede desviar la atención ni siquiera con los juegos floretes de Florentino Pérez, las lágrimas de cocodrilo de Messi ni mucho menos con las imágenes de las olas de calor que desbordan el gasto eléctrico. La preocupación social inquieta tanto al presidente por su hondura que le deja mudo, también en vacaciones. Su último gesto de silencio supone otro abominable desprecio al derecho a la información, nada propio del progresismo. Posiblemente porque ante el desbocado precio del kilovatio no encuentra más solución evasiva que repartir las culpas con el pasado. Tampoco le falta razón: PP, sobre todo, y PSOE nunca quisieron ni pusieron las luces largas en este tema de tan honda repercusión y que el acervo popular siempre lo ha reducido a nivel de calle a la dictadura caprichosa del oligopolio y las puertas giratorias.

Unidas Podemos ha visto la luz. Aquel grupo que ahora mismo desde la oposición estaría galvanizando las calles sin desmayo contra el Gobierno por favorecer a las burguesas clases dominantes y castigar al pueblo llano con una lacerante tarifa eléctrica, se muerde, al menos, un labio. Se siente obligado a regañadientes a aminorar tácticamente su descarga crítica ante una cruda realidad bajo el peso de la púrpura como socio de una coalición de izquierdas que no quiere romper por nada del mundo. Lo hace a camino entre la devoción y la obligación, combinando palo y zanahoria. De saque, adopta una ineludible posición crítica ante un alza descabellado e imparable de los precios. Seguidamente, se hace acompañar de una propuesta ponderada pero inviable como cortafuegos inmediato. Sin embargo, les sirve para comprometer, y mucho, a los socialistas, superados por la situación.

Hay suficiente descarga eléctrica en el ambiente para los primeros chispazos entre PSOE y Unidas Podemos. La polémica de la futura ampliación de El Prat es mucho más que un debate ecológico. Dispone de un trasfondo político con todos los aditamentos para irse envenenando con el paso del tiempo por las disputas entre partidos, que no entre gobiernos. No son imaginaciones, sino realidades que empiezan a cuajar: descolla la disponibilidad del PSC como escudero para que ERC no descarrile ni se someta a la unilateralidad. El ofrecimiento decidido de Salvador Illa para garantizar los primeros Presupuestos de Pere Aragonès no es ningún brindis al sol, sino toda una carta de intenciones. La apuesta por el hub internacional en el aeropuerto de Barcelona conjuga una estrategia económica y política difícil de disociar del cuaderno de bitácora que Sánchez ha ideado para encauzar las relaciones del Estado con una gran parte de esa sociedad desengañada con los cantos de sirena del procès.

El Prat será un foco permanente de tensión. Ahí quedan asegurados incontables chispazos de alto voltaje.

Es fácilmente imaginable que Ada Colau obligará a Yolanda Díaz a incluir un expreso rechazo a esta simbólica infraestructura de proyección internacional como condición inexcusable cuando se pongan a redactar un más que previsible acuerdo de estrategia electoral. No será menos probable que el soberanismo callejero amenace la consistencia de la mayoría independentista si continúa adelante el propósito que Sánchez entiende como una primera concesión al empresariado y a quienes apuestan por el diálogo desde Catalunya como única alternativa para dar viabilidad a la convivencia entre diferentes.

Ante semejante panorama, es fácil colegir que empiezan a sonar las grietas en el Consejo de Ministros sin que lo recuerde el repetitivo soniquete del PP. Además, lo hace de la mano de dos temas de calado fácil. Una interminable cascada de precios desorbitados de la luz tensaría al límite la paciencia de la conciencia verde de Unidas Podemos porque ensancharía el espacio crítico del sector Errejón, que tan bien lo exprimió en Madrid. De paso, retrataría la incapacidad del sanchismo para adecuar una alternativa real sin escudarse en la exasperante lentitud de la Unión Europea o en una irrisoria reclamación a Putin por su venganza gasista. Mucho más después de erigirse por la vía de los hechos en el cabecilla de la lucha contra el cambio climático. Ahora bien, nada comparable con la magnitud de un chispazo en El Prat que fuera capaz de fundir buena parte de los plomos del clima de diálogo.