a semana del resbalón. Alguno, sonado de verdad. Traspié histórico de Sánchez, ahora más que nunca encapsulado entre el laberinto pernicioso de Marruecos, Sahara y Argelia. Una onda expansiva que pone en vilo a la UE y de ahí que se lance en tromba a repudiar semejante bofetada. En el caso de Feijóo, su tropiezo deja huella dentro de casa. Fue un desliz de ignorancia preocupante. Empezó con la estruendosa confusión en torno a la prima de riesgo durante su puesta de largo en el Senado y en verdad provocó vergüenza ajena. Aún sin reponerse, alargó su personal bochorno al criticar abiertamente la isla energética hispano-lusa media hora después de que ésta recibiera la bendición de Europa. Aún no se sabe si los atribulados asesores económicos de la única esperanza blanca de la derecha mantienen su puesto de trabajo. Podrían correr la misma suerte, eso sí, que los osados consejeros de Asuntos Exteriores a la vista del error de cálculo perpetrado con el Magreb. En cambio, Rufián, trastabilló a conciencia llamando "tarado" a Puigdemont porque sencillamente fue un brote de sinceridad. Y al presidente socialista le ocurrió otro tanto cuando, hastiado de la mínima colaboración para renovar los cargos constitucionales pendientes, calificó enérgico de "estorbo" a sus oponentes del PP.

La tensión parlamentaria no para de crecer, a pesar de que la raya del voltaje asoma incandescente a estas alturas de la legislatura. Se suceden las descargas. Sirva como ejemplo más pirotécnico la pirueta geoestratégica de Sánchez agradando a EE.UU. con su pleitesía a un sátrapa que humilla al pueblo sahariano. El despropósito augura una agonía para el presidente. Si ya era difícil justificar la arriesgada ciaboga norafricana, que solo genera sospechas malévolas, la rebelión argelina ahora ensancha internacionalmente las derivadas de un conflicto vecinal torpemente engendrado.

Además, las desgracias nunca vienen solas. En estas estaba Sánchez pletórico por la esperada bendición de Europa a su feliz idea de la isla energética ibérica cuando va Argelia y suelta el bombazo de su ruptura de relaciones con España. La intranquilidad por este cisma, que turbó de rebote muchas cancillerías, se lleva por delante el interés mediático por la rebaja en la tarifa de la luz que se pretendía con razón. Será difícil encontrar un momento político-económico menos propicio para entregarse a las exigencias de Marruecos que el elegido por el ala socialista del Gobierno español. A las puertas de la Cumbre de la OTAN, el anfitrión sufre un desaire que traspasa fronteras, carece del respaldo expreso en política exterior del principal partido de la oposición -otra cosa es que, como advirtió Aitor Esteban, el fariseísmo del PP en este espinoso asunto-, y, por si fuera poco, su servicio de vigilancia interna sigue aireando documentos que comprometen secretos de Estado.

Frente a tal cúmulo de desdichas, tampoco ha sido la semana de sus rivales. Después de dar vida a ese Senado desconocido para el común de los mortales mediante una expectación acrecentada por la riada de medios que ya le quieren ver entronizado como presidente, va Feijóo y la pifia. Si Nadia Calviño hubiera estado más diligente para advertir a su jefe del error de parvulario económico que se acababa de escuchar, Sánchez podría haber hecho sangre con su rival, a quien, por otra parte, empieza a temer. Eso sí, después de los dos dislates del líder popular, queda demostrado, más allá de las buenas formas, que una cosa es dominar el terruño propio con la palma de la mano de cuatro mayorías absolutas y otra muy diferente encarar con acierto las apremiantes exigencias de la poliédrica política nacional.

Aunque para desconcierto basta con palpar la histérica convivencia de la izquierda progresista. La escabechina acaba de empezar y promete sensaciones fuertes. Las familias empiezan a atrincherarse por su abierta enemistad y declarado protagonismo. Irene Montero no ha tardado un segundo en pasar por la guillotina del despido a una supuesta yolandista. Va en el manual cainita: sin piedad en la venganza con el desertor. Por eso, Amanda Meyer, confesa referente de IU con pedigrí familiar, ha penado con su puesto la intransigencia de Alberto Garzón en la lista andaluza. Este fulminante despido en el Ministerio de Igualdad no será el último porque encierra una colérica advertencia para aquellos indecisos en Unidas Podemos, deseosos de saltar al barco Sumar. También en ese caso, cuidado con tropezar. l