¿Hay cosas en común entre los abstencionistas o cada uno se queda en casa por motivos diferentes?

—Desde luego, tienen rasgos comunes. Lo que guardan en relación los abstencionistas es una visión negativa e ineficaz de la política. No solo no se ven interpelados por la misma, además entienden que no sirve y, por tanto, su voto no es determinante. En el caso de los barrios más humildes, sabemos que es por esto. La política y estos barrios se han divorciado desde hace tiempo. En el caso de los jóvenes, tenemos más dudas. Sabemos que es una participación intermitente. A veces salen en masa a votar (como en las generales de 2015), y otras veces se quedan en casa (como Francia o el Brexit).

¿Sociológicamente quiénes son los que se quedan en casa? Siempre se ha dicho que las clases altas acuden mucho más a votar.

—Los abstencionistas son más pobres, más jóvenes y más de izquierdas. El perfil del abstencionista general en los últimos años es una persona joven, con baja renta y con estudios. Esto es un patrón que hemos visto en Francia recientemente y que en Andalucía se ha repetido. Con un añadido en Andalucía: la movilización fue asimétrica ideológicamente hablando. La derecha se hallaba a días de las elecciones hasta 20 puntos más movilizada que la izquierda. Por ponerlo en datos: la participación ha bajado hasta tres puntos en las zonas más pobres y, sin embargo, ha subido hasta dos en las más prósperas (respecto a 2018).

Hay una creciente sensación de que los políticos no son capaces de dar respuestas o soluciones al ciudadano medio.

—La percepción de que la política cada vez opera en espacios decisorios más estrechos es un hecho. Sabemos con datos que la globalización ha reducido la capacidad de los Estado-nación, pero es falso que estos ya no importen. De hecho, desde la pandemia ha surgido una corriente neoestatista que reivindica el Estado y pone encima de la mesa su radical actualidad y necesidad. Pero sí, la sensación de que la clase política y los estados han perdido centralidad es un hecho.

¿La coyuntura de crisis e inflación aumenta la desafección?

—Aumenta el miedo y la necesidad de seguridad, pero no tiene por qué aumentar la desafección. A veces olvidamos que la desafección es algo eminentemente político. Si los gobiernos no dan soluciones a coyunturas críticas entonces sí puede aumentar la desafección. La ciudadanía debe saber que hay alguien, elegido democráticamente, que les ayuda y protege en los momentos más difíciles. Una nueva oleada de desafección como la que produjo la crisis del 2008 podría llevarse consigo varios sistemas políticos. Y hay pistas suficientes para creer que esta ola podría ser de carácter reaccionario (Le Pen, Meloni, vuelta de Trump...).

La abstención alcanza ahora cifras escalofriantes entre los jóvenes. ¿Siempre ha sido así?

—Como decía antes, hay muchas dudas al respecto. Desde un punto de vista de ciclo vital, podríamos pensar que es normal que un joven vote menos. Porque todavía no ha pagado impuestos, no se ha enfrentado al mercado laboral, no ha sido padre o madre... Por tanto, ve menos incentivos para actuar políticamente. El ciclo vital dice tranquilos, ya votaréis. El otro enfoque, el de cohorte, lo que nos dice es que es probable que los jóvenes voten menos con cada generación que pasa. Pero esto no está sustentado claramente en evidencia empírica. Es decir, hay que tener cuidado con esta hipótesis porque muchos la usan para alertar sobre un resquebrajamiento por el cual a los jóvenes no les convence ya la democracia. Yo no creo que sea así, pero sí es cierto que hay que cambiar formas y fondos.

¿Deben hacerse lecturas similares en Francia y en Andalucía, o en cada elección o país la abstención tiene sus particularidades?

—Todas tienen raíces compartidas. La democracia adquiere tintes censitarios cuando en toda elección participan, sistemáticamente, más unos que otros. Dicho esto, hay que entender que cada país o región tiene sus propias características y hay que desvincularlas de la matriz compartida y general.

¿La creciente abstención puede poner en peligro el funcionamiento de las democracias occidentales?

—Sí. En tanto que esta sea una problemática que se enquiste en el tiempo. Las clases más populares tradicionalmente han participado siempre menos, pero la brecha ha aumentado. Hoy puedes encontrar zonas, clases profesionales o generaciones que participan casi la mitad que otras. La democracia no solo debe permitir participar a todos y todas, además debe incentivar que lo hagan. Y parece que nuestras democracias pueden prescindir de un porcentaje inmenso de la población.

En España, a pesar de ser un país descentralizado, las elecciones generales suelen movilizar más a la ciudadanía que las autonómicas o locales. ¿Por qué se perciben como las más trascendentales?

—Ocurre en todos los países. Hay elecciones de primer orden, percibidas como más importantes, y elecciones de segundo orden (municipales, autonómicas), que se entienden como menos trascendentales. Al final la gente consume noticias nacionales y las más cercanas están en segunda fila. Es algo normal, aunque a veces equivocado.