“Terfa” es un insulto que habitualmente se dispensa en las redes a las mujeres que expresan disconformidad con la idea representada en la Ley Trans que está tramitando el Gobierno. Proviene del acrónimo inglés “TERF”, “Trans-Exclusionary Radical Feminist” que en su traducción literal al español significaría algo así como “Feminista Radical Trans-Excluyente”. Algo parejo a “tránsfobo”, que es aplicado por igual a mujeres y hombres. Está la cosa entretenida, y no es fácil hacer una síntesis de la maraña. El movimiento queer es una mezcolanza indigerible de ideas sobre la sexualidad y la identidad de género, en la que uno de sus postulados establece que las personas pueden relacionarse unas con otras sin la necesidad de responder a un modelo hegemónicamente establecido. Llevado a un extremo político, postula que cada cual debería poder elegir su sexo. Eso es justamente lo que ha asumido Unidas Podemos, con su ministra Irene Montero al frente, para elaborar la llamada Ley Trans. Una de sus estipulaciones plantea que cualquier ciudadano, incluso menores de edad, tiene derecho a declararse lo que quiera, hombre, mujer, inespecífico o fluido, y que esa mera declaración surte efectos jurídicos idénticos a los que constata el registro civil cuando somos inscritos al nacer según el tocólogo haya observado pene o vulva. Frente a esta visión, hay una respuesta de lo que se ha denominado el feminismo clásico que viene a denunciar que si fuera tan fácil transitar de un sexo a otro dejarían de existir las causas de discriminación que justifican ese mismo feminismo, y también buena parte del activismo de la comunidad homosexual. Simplificando, que para qué hay que reivindicar la igualdad si cada cual puede optar por lo que quiera y encajarse en la zona de identidad en la que más satisfecho se encuentre. El jaleo conceptual ya ha cristalizado en crisis política. En UP les gusta lo queer y ahí andan, redimiendo a todos esos que las ministras designadas por Iglesias creen que han nacido en un cuerpo equivocado, propagando a los cuatro vientos que ha llegado la podemia para conceder nuevos derechos. En cambio, en el PSOE parece que anida ese feminismo de corte tradicional, el que ha puesto el grito en el cielo, hay que decir que con bastante solvencia argumental. Se achaca a la autodeterminación de sexo una tremenda incongruencia tanto con nuestro derecho civil como con la tradicional lucha por los derechos de mujeres y homosexuales. Hay cosas evidentes: la ley de Montero va a acabar con el deporte femenino –cualquier hombre podrá declararse mujer y competir con ellas, superándolas por una mera razón biológica–, e incluso podría trastocar los planes sucesorios del actual rey si su hija menor se declarara hombre –tendría ese derecho– y superara a su hermana en lo que la Constitución prevé como mecanismo de preferencia. Pero salvando anécdotas, cae por su peso la aberrante contradicción con la realidad. Una cosa es que una persona experimente de manera consistente, traumatizante y acreditada la necesidad de cambiar de sexo –lo cual merece amparo social, respuesta médica y empatía humana– y otra que esto sea el cachondeito de la formulación actual del proyecto legislativo, en el que hasta los menores que carecen de discernimiento suficiente podrán someterse a tratamientos y mutilaciones anatómicas irreversibles. Está por ver si en el plano político se sale con la suya Montero o, por el contrario, Sánchez impone una línea acorde con lo que parece representar históricamente su partido. El destrozo puede ser inmenso, se decida lo que se decida: o se pone en riesgo la coalición, o se expulsa del PSOE a figuras feministas que llevan mucho tiempo articulando una referencia en este campo.

Qué pretende Podemos con este pulso es algo que admite muchas interpretaciones. Hay quien piensa que todo es fruto de la diarrea mental de las Montero y Belarra, paralela a su habitual verborrea vacua. Otros mantienen que se trata de buscar una clientela, el mundo trans, votos cada vez más necesarios. En realidad, la Ley Trans es, bajo su apariencia libertaria, una expresión de autoritarismo. Sólo existe el Estado. No existe la biología, existe el Estado que te da la llave para que elijas sexo. No existe la familia, existe el Estado que te acompañará en tus cuitas. No existe el criterio profesional, existe el Estado que te ofrecerá el bisturí o las hormonas. No existe nada salvo un ente político inmanente en el que gentes como las ministras de Podemos dispondrán y ordenarán todo lo que afecte a tu vida. Y el que acepte que las construcciones ideológicas están por encima de las realidades evidentes, se podrá acercar una mañana cualquiera por el registro civil.