Miguel Izu (Pamplona, 1960) publica nuevo libro, crónica de un trauma histórico. El impacto del golpe de Estado del 36 en la corporación municipal del Ayuntamiento de Pamplona, formada por 29 concejales que “pasaron de ser compañeros a enemigos”. Un ensayo editado por el Gobierno de Navarra gestado con el oficio del Izu escritor y la perspectiva del Izu ex concejal en tiempos en los que ETA mató a Tomás Caballero, otro episodio traumático, 62 años después, con el que traza un paralelismo.

El escritor se introduce en 1936 para detenerse en un contraste tan dramático como ilustrativo: Entre la muerte por pulmonía del republicano Nicasio Garbayo, exalcalde de Pamplona, despedido en abril de 1936 por toda la corporación con honras fúnebres y banderas a media asta, y el “sepulcral silencio” en los meses siguientes de lo que quedó del Ayuntamiento ante las muertes de varios compañeros de la candidatura de Garbayo, fallecidos, ironiza Izu, “a consecuencia del Glorioso Movimiento Nacional”. 

“Todos se conocían bien”. Un título llamativo y con mucho fondo.

–Viene de una cita de Rafael García Serrano de 1951, que retrata muy bien qué pasó en Pamplona en julio de 1936. En una ciudad pequeña donde efectivamente todos se conocían bien, con unas relaciones muy estrechas, y de pronto en unos pocos días estaban en guerra. 

“De las actas se deduce que en el Ayuntamiento de Pamplona en la República no había una mala convivencia”

¿Por qué este libro?

–Ha sido a raíz de que me reclutaran para un capítulo de un libro colectivo sobre Natalio Cayuela (que había sido presidente de Osasuna y de la Comisión Taurina de la Misericordia, asesinado en 1936). De las actas municipales se deduce que en el Ayuntamiento de la República no había una mala convivencia, sino un ambiente normal, con enfrentamientos políticos, por supuesto; en algún momento fuertes, pero en general se llevaban bien. Muchas cosas me recordaban a mi propia experiencia como concejal. Me llamó la atención la convivencia en esa corporación del año 31 al 36, y cómo fue el cambio. 

Porque de repente…

–El último pleno antes de la guerra fue el 17 de julio, sobre temas absolutamente normales, y eso que 3 días antes había sido el asesinato de Calvo Sotelo. A la misma hora del pleno, en Melilla, ya están pegando tiros. Y uno de los primeros en caer fue un señor de Pamplona, Virgilio Leret, que estaba destinado allá.

“El último pleno en Pamplona antes de la guerra fue el 17 de julio, sobre temas absolutamente normales”

¿Cómo era esa corporación? El papel de su alcalde, tras el 18 de julio, ilustra el drama ocurrido.

–En el 31 la república llegó como ‘una revolución de terciopelo’. En Pamplona, el comité revolucionario fue recibido por el alcalde accidental, y se hizo una transmisión de poder pacífica. Salieron al balcón, y proclamaron la república. Fue todo así de suave. El 5 de junio, cuando tomó posesión el Ayuntamiento, eligieron a Mariano Ansó como alcalde, con los votos también de los concejales de derechas. Con discursos de lo más conciliadores, de colaboración por el bien de la ciudad, entre ellos el de Tomás Mata, que sería alcalde en el 36. Aquello de pronto se rompió en ese año. Mata parecía un hombre muy conciliador, muy tolerante, y de repente, no solo es que apoyase el Alzamiento. Tomó la iniciativa de convocar y ponerse al frente de una manifestación para celebrar la toma del Alcázar de Toledo. Ese viraje le sucedió a él y a mucha gente. El ardor guerrero inundó el ambiente. 

En los últimos años hay una reversión sobre un olvido muy profundo sobre nuestro pasado.

–Con la memoria histórica en España hay una anormalidad: que haya tardado tanto en salir. Hay siempre un lapso de tiempo, más o menos largo, en todos los países en los que han sucedido hechos traumáticos, para poder afrontarlos. Lo mismo pasa cuando el trauma en vez de colectivo o social, es individual. De entrada, a la gente le cuesta afrontarlo, se calla e intenta olvidar. Por ejemplo con los abusos sexuales a manos de religiosos, o el Me too. En España lo anormal es que el trauma ha sido mucho más largo, tras los 40 años de franquismo, de una dictadura, posteriormente necesitamos 20 o 30 años más, porque el reparo persistía. Esto se destapó sobre todo a partir del nuevo siglo para ver lo que pasó y las cicatrices que nos ha dejado.  

El último libro del historiador José Álvarez Junco se titula ‘Qué hacer con un pasado sucio’. 

–Primero hay que contarlo. Lo tenemos que hacer colectivamente. A partir de los años noventa se tomó conciencia masivamente de que no lo habíamos hablado lo suficiente. Hay que ir a la microhistoria, a los protagonistas anónimos.

El terror se erigió como amenaza hasta para los compasivos. 

–Fue así. Pongo ejemplos conocidos de gente que escondió a otra. Es curiosísimo el caso del juez Elío, que ahora da nombre a la plaza del Palacio de Justicia. Le escondió Blas Inza, administrador de la Misericordia, y miembro de la Junta Central Carlista de Guerra. Luis Elío estuvo 3 años escondido en la Misericordia, en la casa de Blas Inza, y cuando acabó la guerra logró ir a Francia, se reunió con su familia, se exiliaron en México, y murió allá. Este hombre escribió sus memorias en los años sesenta, y contó cómo le detuvieron el 19 de julio, ocultando lo que pasó de verdad, que en la comisaría se encontró con Generoso Huarte, capitán de requetés, amigo suyo. Huarte lo sacó por la puerta trasera y le llevó a su casa para ponerlo a salvo. En el diario Arriba España los falangistas amenazaron: sabemos que hay gente de derechas que está ocultando rojos en su casa. Cuidado, que vamos a ir a registrar las casas. Generoso Huarte no se sintió seguro de tener a este hombre en su casa, y lo llevó a la Misericordia, porque Blas Inza también era amigo suyo. Los falangistas fueron a registrar la Misericordia, pero Luis Elío estaba bien escondido y no lo cogieron. Ese era el clima que había. Elío en sus memorias no se atreve a contar la verdad, y no menciona ni a Generoso Huarte ni a Blas Inza, porque los dos estaban vivos, y no quería que hubiese represalias. Así que contó una mentirijilla, y dijo que había sido el comisario Izquierdo Larramendi el que le soltó, que ya estaba muerto, con lo cual ya no había problema. No se puede reducir la historia de la Guerra Civil a buenos contra malos, porque se estaban enfrentando familiares, amigos, vecinos… En los dos bandos hubo muchos casos de gente que ayudó, porque el clima de terror era general.

En contraste, la miseria de la delación, como la que acabó con la vida de Gregorio Angulo, dirigente socialista que había logrado escapar a Ponferrada.

–Allí un día se asomó a un balcón y pasó una banda de música de Pamplona, alguno le reconoció y le denunció. Lo detuvieron, lo trajeron y lo asesinaron. En una guerra pasan desde comportamientos nobles y heroicos, a los más rastreros y miserables. 

“El alcalde, Tomás Mata, parecía muy conciliador y tolerante. De repente, apoyó el Alzamiento”

El alcalde culpó a concejales republicanos de ‘desafectos al Movimiento Nacional para la salvación de España’ al destituirlos.

–El 19 de julio empezaron a detener a los dirigentes del Frente Popular, para no darles opción a oponerse al alzamiento militar. Días después comenzaron a detener y a asesinar indiscriminadamente, porque el golpe se había convertido en una guerra de exterminio. El 26 de julio abrieron como cárcel el colegio de Escolapios. El 21 de agosto destituyeron a los concejales republicanos. El pleno del Ayuntamiento estaba convocado a las seis y media, pero empezó tarde, porque a las seis, el alcalde y (los concejales) estaban en la plaza del Castillo en un mitin de Millán Astray. Supongo que no fue casualidad. Ese mismo día el gobernador civil, puesto a dedo por Mola, firmó la destitución de los 11 concejales republicanos que en teoría quedaban, porque uno había muerto de muerte natural, 3 habían dimitido, y aunque ya habían asesinado a Corpus Dorronsoro, todavía no se sabía. 

¿Qué habían hecho esos concejales desde el estallido del golpe?

–Unos habían salido pitando. Mariano Ansó estaba en Madrid, porque además de concejal era diputado, otros por diversas circunstancias estaban fuera de Pamplona; otros se quedaron. A algunos los detuvieron, a otros les terminaron asesinando, y otros tuvieron más suerte, fueron detenidos unas semanas y les soltaron... Solo hubo uno, al que yo sepa, no le detuvieron, Severino Oscoz, teniente de alcalde, porque era del Partido Radical, junto a otro concejal, y ya habían roto con el resto de los concejales republicanos, pues el Partido Radical de Lerroux había gobernado con la CEDA. Salieron mejor librados que otros, pero ojo, tampoco se libraron de la destitución. No les perdonaron su pasado republicano.

Los concejales asesinados no tuvieron una placa en su recuerdo hasta 2011.

–En 2011 la pusieron en el zaguán del Ayuntamiento con un nombre erróneo, y en 2017 la corrigieron. Fueron 7 los concejales históricos asesinados, (Florencio Alfaro, Gregorio Angulo, Corpus Dorronsoro, Victorino García, José Roa, Mariano Sáez y Amadeo Urla) además de 9 trabajadores del Ayuntamiento, que también nombro. 

En cambio el comandante Rodríguez Medel, primer asesinado en Pamplona, no tiene placa.

–Cierto. Lo mataron la tarde del 18 de julio. En principio lo enterraron en un panteón prestado por una familia, sin inscripción. Ahora sí que tiene una plaquita en dicho panteón para recordarle. Murió delante del antiguo cuartel de la Guardia Civil, ya desaparecido. Pero bueno, se podría poner en la calle una placa, sí.

Es terrible que décadas después, se diera un paralelismo, por ejemplo con el asesinato de Tomás Caballero, con comportamientos similares.

–Es que no tenía más remedio que acordarme de los años de plomo de ETA, cuando mueren concejales asesinados por ETA, y en las corporaciones donde ellos estaban había otros concejales que lo que hicieron fue guardar silencio o lanzar balones fuera para no condenarlo. Incapaces de condenar el asesinato de un compañero de corporación, con el cual te has estado sentando durante años, aunque estés en las antípodas ideológicas. Eso pasó mucho, pasó en el Ayuntamiento de Pamplona y yo fui testigo, cuando asesinaron a Tomás Caballero. Hubo concejales que dijeron que lo sentían mucho, pero que no condenaron. Lo mínimo era decir: condeno, matar está mal. Eso no se dijo muchas veces cuando mataba ETA, pero eso tampoco se dijo en el año 36 ni en el 37 ni en el 38, no se dijo nunca. Concejales que cuando habían pasado años después de la Guerra, y ya no había el mismo miedo, podían haber dicho algo. Pero nunca dijeron nada públicamente. Hubo un silencio espeso, que duró hasta después de que muriera Franco. A mí ese paralelismo me llamó la atención y por eso lo cito, porque es una experiencia personal.

No eran unos sádicos. 

–No, no, eran personas normales. Cito a Hannah Arendt, que dijo que es casi más espantoso que gente normal sea capaz de hacer o de tolerar el mal. Gentes que colaboran con el mal sin ser monstruos. Hubo mucha en Alemania, en España y en muchos países, por desgracia . Que se creían que eran buenas personas, y que probablemente en la mayor parte de su comportamiento lo fuesen. Pero que de alguna manera hicieron el mal porque colaboraron y fueron incapaces de plantarse enfrente. 

Lo más inquietante , cuando se habla a menudo de garantías de no repetición, es que con un clima determinado, esto potencialmente podría volver a suceder. 

–Es que puede suceder, y sucede de vez en cuando. En la Segunda Guerra Mundial ya se mataron entre croatas y serbios. Y no aprendieron, porque 50 años más tarde se volvieron a matar. No estamos a salvo nunca de que vuelva a pasar. 

“Tras la Guerra, convivieron con mucho silencio quienes habían matado y a quienes les habían matado a alguien”

La foto de esta entrevista se ubica en el espacio de la antigua cárcel de Pamplona. Una placa recuerda ahora este enclave. 

–Los primeros días los presos pensaban que van a estar detenidos una temporada. A partir sobre todo del crimen de Valcardera, tras coger a 53 presos de la prisión, anunciarles un traslado y después matarlos, ya fueron conscientes de que cuando supuestamente liberaban a la gente en realidad era muchas veces para matarla. Supongo que se generó un clima de terror en las cárceles, porque no solo fue esta prisión. Se habilitaron los dos colegios de Escolapios y Salesianos, y el Fuerte de San Cristóbal, que ya funcionaba antes, y que incrementó sensiblemente su número de presos. Avanzada la guerra hubo algún lugar más, como el convento de la Merced, que funcionó como prisión. Para entonces yo creo que se era consciente de que los presos tenían muchos números para no salir vivos. 

Para las familias de las personas represaliadas en la Pamplona de posguerra y dictadura, ¿queda un libro para contar su historia?

–Quedan muchísimos libros. Hubo muchos años de silencio en Pamplona entre todo el mundo. La gente de mi generación cuenta que en su casa no se hablaba de eso, porque nuestros padres y abuelos tenían el trauma, y porque Pamplona seguía siendo pequeña y todo el mundo se conocía y se trataba. Y en muchísimas familias había gente que había estado en los dos bandos, porque eso es una guerra civil. Estaban conviviendo quienes habían matado y a quienes les habían matado a alguien, los que habían encarcelado y los que habían pasado por la prisión. ¿Eso cómo se resuelve? Pues con mucho silencio. No querían hablar. Ha costado mucho que empezaran a contar historias.

Una sociedad muy perforada, muy dañada en los cimientos.

–Sí, sí, efectivamente. Fue un trauma que ha llegado a nuestra época, y se ha mantenido. Básicamente se le dio la salida del silencio, y en la generación siguiente apenas oímos hablar. En general, no querían hablar ni de la Guerra ni de lo que había pasado inmediatamente, así que el trauma se transmitió a la generación siguiente, que ha tardado muchos años en empezar a preguntarse. Prácticamente ya han sido los nietos los que ya lo tienen más lejano, los que empezaron a hablar más.

EL LIBRO.

  • Editado por el Gobierno de Navarra. Por el Instituto Navarro de la Memoria. (Dirección General de Paz, Convivencia y Derechos Humanos, del departamento de Relaciones Ciudadanas. El libro (190 páginas) incluye un prólogo de Ángel Sanz Marcotegui. 
  • Fotografías y documentos. Tomados del Archivo Casa de Misericordia de Pamplona, Archivo Municipal de Pamplona, Archivo Real y General de Navarra, Biblioteca Nacional de España, Museo de Navarra, Museo del Carlismo.