Mario Amorós (Alicante, 1973) nos atiende desde Santiago de Chile donde ha estado promocionando su biografía sobre Salvador Allende editada por Capitán Swing, que se une a otros libros suyos sobre Augusto Pinochet y Víctor Jara. Explica que “la experiencia democrática y también revolucionaria” de Allende, “con un claro sentido socialista y marxista, era muy peligrosa para Nixon y Kissinger, que vieron que si tenía un cierto éxito, podía ser un espejo para países claves del tablero de la Guerra Fría como Italia o Francia. Por tanto, desde antes incluso de que se convirtiera en presidente se dio una agresión encubierta de Estados Unidos a Chile muy potente en términos económicos, diplomáticos y de financiación a los sectores opositores”. 

¿Qué ambiente ha visto en Santiago ante el 50 aniversario del golpe? 

–La derecha ha logrado situar una revisión muy crítica y sesgada de la figura de Salvador Allende y de su Gobierno. Así que el conjunto de las fuerzas democráticas no reconoce que Allende fue un demócrata. La derecha ha vuelto a instalar el argumento de que él y su Gobierno estaban haciendo una dictadura con su programa socialista. Es un retroceso notable.

¿Qué destacaría de su biografía, más allá de su dramático final?

–Fue un político singular en la historia del siglo XX. Socialista, masón, médico, diputado en los años treinta, ministro de Salud, senador durante 25 años, candidato presidencial en 4 ocasiones... Allende mantuvo en lo esencial una línea política consecuente a lo largo de toda su vida sobre la importancia de la unidad de las fuerzas de izquierda, y logró unir principalmente al Partido Socialista y al Partido Comunista. Ganó las elecciones en el año 70 con un programa aprobado por el pueblo chileno en las urnas, ratificado por el Congreso Nacional, y abrió una experiencia política singular en la historia del siglo XX. Fue un Gobierno democrático, que cometió errores, como todos, y que tuvo también grandes conquistas y logros históricos, que hasta hoy benefician a Chile, como la nacionalización de las grandes minas de cobre, y Allende fue un demócrata y un revolucionario, que se mantuvo leal el 11 de septiembre de 1973 al compromiso manifestado con su pueblo. 

Comenta en su libro que estaba dispuesto a convocar un plebiscito. 

–Chile estaba en una situación muy difícil, políticamente muy polarizada en el año 73, inmerso en una grave crisis económica, cuya principal responsabilidad recaía bajo mi punto de vista en los sectores opositores a Allende, que desestabilizaron la economía. Allende tenía previsto convocar un plebiscito la mañana del 11 de septiembre para que la ciudadanía chilena decidiera el camino a seguir. Se ha hablado mucho en torno a este plebiscito, se conocen pocos detalles, pero los últimos papeles desclasificados por Estados Unidos confirman que esa votación iba a producirse. Allende pensaba que el peligro en Chile era una guerra civil no un golpe de Estado. Y para conjurar ese peligro tenía prevista esa convocatoria, que llevaría aparejada posiblemente su renuncia a la presidencia si lo perdía.

Hablar de Allende desgraciadamente lleva a hacerlo sobre Pinochet, designado comandante jefe del Ejército por el propio Allende en agosto del 73.

–Pinochet era el jefe del Estado Mayor del Ejército desde el 72, y se había comportado de manera impecable durante el Gobierno de Allende. Cuando es designado jefe del Ejército ya la conjura golpista dentro de las Fuerzas Armadas está en marcha con apoyo de sectores civiles. Pinochet titubeará durante algunas semanas sobre unirse o no a esa conjura que él ya conocía. Dudará sobre si incorporarse al golpe hasta la tarde del 9 de septiembre cuando ya le ponen entre la espada o la pared, de poner por escrito su participación en la conjura o echarse a un lado. Él decide traicionar la confianza del presidente. Ese es el arte de la traición, asestar la puñalada por la espalda cuando la víctima está desprevenida. Se convirtió en presidente de la Junta Militar de una dictadura por ser el comandante en jefe de la institución armada más antigua del país, el ejército. Esa Junta le designa con una función meramente representativa, pero Pinochet en 15 meses construye un régimen personalista, a imagen y semejanza de su admirado general Francisco Franco, y crea la DINA, la policía secreta, la que comete la mayor parte de las desapariciones forzadas, crea centros clandestinos de tortura y desencadena el exterminio de la izquierda.