“Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad al pueblo”(Salvador Allende Gossens, último discurso transmitido por Radio Magallanes). Fue el día 11 de septiembre de 1973, hace medio siglo, mientras la aviación de la Fuerza Aérea de Chile bombardeaba el Palacio de la Moneda, sede de la presidencia, como en un anuncio anticipado de la violencia que llegaba a terminar con la democracia.  

Apenas 18 días antes, un tal Augusto Pinochet Ugarte, era nombrado comandante en jefe del ejército de Chile, cargo que asumió “por su honor” en sustitución del general Carlos Prats que había renunciado. Aquel 11 de septiembre, en medio de una crisis política, económica y social, dirigió el golpe de Estado que derrocó al gobierno legítimo de la coalición denominada Unidad Popular, poniendo fin al período de la República Presidencial. Y traería una carnicería absolutamente criminal. 

El país vivía una tremenda tensión agravada por dos huelgas patronales del transporte que paralizaron a todos los sectores, dirigidas por León Vilarín, un sindicalista dirigente del grupo paramilitar de extrema derecha “Patria y Libertad”, y financiadas por la Central de Inteligencia Americana (CIA) en un plan de acoso y derribo, denominado Septiembre, contra el presidente Allende. ”Hay 10 millones de dólares a nuestra disposición, más si es necesario. Plena dedicación, con los mejores hombres que tenemos. Hay que arruinar la economía. El plan tiene que estar listo en 48 horas”, anotó Richard Helms, el jefe de la CIA. 

Sus apuntes forman parte de los más de 1.500 documentos de la CIA desclasificados en 2003 que demostraron la trama norteamericana que hizo caer al Gobierno de Salvador Allende La fase final de la operación, el golpe militar comenzó el día anterior, 10 de septiembre, cuando la escuadra naval chilena zarpó, en teoría para las maniobras navales internacionales Unitas de la armada de Estados Unidos con otras fuerzas navales latinoamericanas. 

El golpe

Al tiempo, fuerzas del Ejército se acuartelaron con la justificación del posible desafuero de dos congresistas, Altamirano y Garretón, denunciantes de una conspiración de altos oficiales de la armada para derrocar al gobierno constitucional, que justificó Augusto Pinochet a Orlando Letelier, el ministro de Defensa, “podía causar disturbios”. La madrugada del 11 de septiembre, la escuadra regresó a Valparaíso y las Fuerzas Armadas tomaron la ciudad. 

Se le comunicó al presidente Allende que la infantería de Marina estaba en las calles y tomaba posiciones de combate, por lo que pidió contactar con Pinochet y Leigh (comandante en jefe de la Fuerza Aérea), pero ambos estaban ilocalizables. Las ratas se ocultaban en sus madrigueras y el golpe había comenzado.  

Lo siguiente ya es conocido en los golpes militares que en el mundo han sido. Detenciones masivas sin respaldo jurídico ninguno, toque de queda desde las tres de la tarde y todos los derechos civiles anulados, asesinatos a mansalva (más de 3.000 muertos y “desaparecidos” entre 1973 y 1990), según los últimos datos del Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH) de Chile las víctimas de la dictadura superaron las 40.000 personas, las imágenes del Estadio Nacional repletas de detenidos conmovieron al mundo que, sin embargo y como tantas veces, miró para otro lado.  

El cine no permaneció ajeno a los hechos. Una película del cineasta Costa Gavras, Missing (Desaparecido) con Jack Lemmon y Sissy Spacek y basada en un hecho real, la desaparición y asesinato del periodista estadounidense Charlie Horman, por descontado prohibida en Chile hasta el año 2006, refleja crudamente cómo se sucedieron los días siguientes al golpe.  

Víctor Jara 

Entre los millares de detenciones que se produjeron de inmediato, por supuesto sin garantía jurídica ninguna, figuró una particularmente relevante, la del cantautor Víctor Jara. Fue arrestado y conducido al Estadio Nacional que hoy, en merecido reconocimiento y justa reparación lleva su nombre, donde se le sometió al horror de los más inhumanos malos tratos y torturas que concluyeron en su criminal asesinato.  

Su cuerpo fue abandonado cerca del Cementerio Metropolitano de Santiago y el examen forense reveló que tenía ¡56 fracturas óseas y 44 balas en su cuerpo!. Medio siglo después, se le ha hecho justicia ahora mismo condenando a sus asesinos con elevadas penas de cárcel.

Y Salvador Allende

El presidente Allende se mantuvo firme dignamente en defensa de la democracia en un país acosado por la reaccionaria ultraderecha interna y el apoyo exterior de Nixon y Kissinger con unos Estados Unidos entonces fieles al trasnochado “no tenemos amigos, tenemos intereses”. Sus últimas palabras, cincuenta años más tarde, han quedado para la historia: “...Tengo la certeza de que la semilla que hemos entregado a la conciencia digna de miles y miles de chilenos, no podrá ser segada definitivamente”. Y la que fue considerada la más sólida democracia de América vive hoy tiempos de esperanza en un futuro mejor.