Han pasado dos semanas desde el ataque indiscriminado de Hamás en Israel. Una masacre que ha dejado más de un millar de muertos y un centenar de personas todavía secuestradas, y que ha dado paso a una escalada bélica con la que Israel está castigando al conjunto de la población palestina. Es difícil cuantificar desde la distancia el dolor y el sufrimiento que estos días se vive en Gaza, pero las imágenes hablan por sí solas

Según datos de las Naciones Unidas, el 25% de las casas de la Franja han sido destruidas, lo que ha dejado ya sin hogar a más de 100.000 personas. 50 puestos sanitarios y 170 centros escolares también se han visto afectados por unos bombardeos que dejan ya más de 4.000 muertos. 300 al día. Un niño cada 15 minutos. Y van a ser muchos más mientras persista el bloqueo de agua, alimentos y energía. Datos fríos que describen un castigo colectivo cruel e inhumano que cada vez resulta más difícil de entender y de explicar. 

No es difícil imaginar lo que puede ocurrir en los próximos días si continúan los bombardeos y si Israel finalmente apuesta por una operación terrestre cuerpo a cuerpo contra Hamás en las calles de Gaza. El Ejército sionista tiene a su favor la tecnología, el dinero y las armas, y antes o después logrará cumplir sus objetivos en el campo de batalla. El precio en vidas resulta secundario en medio de la inacción, cuando no del apoyo expreso, de las principales potencias occidentales. 

"No está claro si Israel mató a 500 refugiados indefensos en el hospital, pero todos le creyeron capaz de hacerlo"

También el de la Unión Europea, víctima de dos semanas de conflicto que han dilapidado toda su legitimidad moral para impartir lecciones de ética y democracia por el mundo. ¿Qué argumentos puede ofrecer ahora Europa para sancionar a Rusia por la invasión de Ucrania cuando ha decidido ser cómplice del régimen de apartheid y de vulneración sistemática de los derechos humanos? ¿Cómo va a defender los valores democráticos ante el mundo árabe si justifica la venganza como legítima defensa y relativiza las atrocidades que comete el Gobierno israelí? 

No solo en Gaza, también Cisjordania, donde ni Hamás tiene el poder ni hay ataques terroristas. Pero donde sigue habiendo ocupación y abusos por parte de colonos que actúan con impunidad y bajo protección militar. Y donde solo en las dos últimas semanas el ejército ha detenido a más de 600 palestinos sin proceso judicial en una nueva demostración de que bajo dominio israelí impera la ley del más fuerte. 

Una guerra perpetua

El dilema de Israel es que ninguna de estas prácticas van a solucionar sus problemas de seguridad y de convivencia con los países de su entorno, como tampoco lo hicieron sus ofensivas anteriores. Podrá acabar con la cúpula de Hamás, destruir Gaza, seguir ocupando tierras palestinas y aplicar un castigo que se recuerde durante décadas. Pero siempre quedará un huérfano criado en un campo de refugiados, sin futuro ni esperanza, dispuesto a morir matando. Solo será cuestión de tiempo. El sufrimiento de hoy son los cimientos de las guerras del futuro.

Eso es algo que ya saben en Israel, porque ya lo han vivido de forma recurrente desde 1948. Y que no preocupa en exceso mientras la desproporción económica y militar siga jugando a su favor y los muertos del enemigo sean muchos más que los propios. Lo que hace sostenible una guerra perpetua que cuenta con el beneplácito de la comunidad internacional.

Pero esta guerra también tiene un coste para Israel, que ve cómo se alejan sus esperanzas de normalizar las relaciones con el mundo árabe. Y que con la respuesta militar indiscriminada que ha dado al último ataque de Hamás vuelve a hundir su imagen como país. Las imágenes de estos días perdurarán en la memoria de toda una generación, como antes lo hicieron las de las dos intifadas, las de los brazos rotos o las de los tanques en las calles de Ramala, Nablús o Tulkarem.

Esta no es una guerra por territorio ni por seguridad. Es una guerra de legitimidades, y ahí la derrota de Israel es absoluta. Porque la cuestión no es tanto si ha sido Israel quien ha matado a más de 500 personas, muchos de ellos menores, que estaban refugiadas en un hospital. Sino que todo el mundo le cree capaz de hacerlo. 

"Esta no es una guerra por el territorio ni una guerra por la seguridad. Es una guerra de legitimidades y ahí la derrota de Israel es absoluta"

Es el precio que sus dirigentes han decido pagar porque cuentan con cohesión interna y cobertura internacional. Pero que añade tensión y riesgo de escalada en una zona del mundo ya de por sí inflamada donde se entremezclan sentimientos de agravio, fanatismo religioso y geopolítica. Y que tiene sobre todo en la pobreza y en el subdesarrollo la raíz del problema. 

No habrá estabilidad en Oriente Próximo mientras no se solucione el conflicto palestino, y no habrá paz mientras siga habiendo pobreza. Nada que no ocurra en otras partes del mundo, y que en las sociedades occidentales observamos desde la lejanía y con resignación mientras dura la noticia. Triste consuelo para justificar una indiferencia que en el fondo nos hace también responsables del sufrimiento del pueblo palestino. Del de hoy y del que llegue en el futuro.