El abogado y ensayista Javier Enériz contaba con 16 años aquel 20-N, pero mantiene recuerdos muy frescos en su rutina.
“Había empezado COU, vivía en la calle Curia de Pamplona, un lugar privilegiado para ver las cargas de la Policía Armada sobre trabajadores y manifestantes. Todo el mundo estaba pendiente desde días antes del inevitable fallecimiento.
A mí me habían dejado impactado los fusilamientos de septiembre, el cierre de las fronteras –vamos a pasar hambre, repetían los más pesimistas–, la manifestación del 1 de octubre en la plaza de Oriente de Madrid que la tele cifraba en un millón de personas (lo cual se decía que era imposible por pura capacidad del lugar)” y una enfermedad “cuya evolución nos había permitido aprendernos de memoria 'el equipo médico habitual':
“El boca a boca transmitía algunas chanzas y augurios: Franco se ha resfriado por no llevar una mano tapada con un guante (la otra sí lo estaba), la fecha de la muerte va a ser el 19 del 11 de 75 porque es la suma del 18 del 7 del 36 y del 1 del 4 del 39 (días de inicio y final de la guerra); como no se muera pronto, se me va a helar el champán en el frigorífico…
El ambiente
El personal estaba a verlas venir. Las octavillas de los partidos de izquierdas volaban por algunas calles tan rápido como se recogían, la policía secreta paseaba discreta con sus insignias bajo las solapa de los abrigos presta a detener a los agitadores, la Policía Armada patrullaba en sus jeeps de color gris imponiendo un miedo atroz y en cualquier momento bajaba un guardia con gorra de plato y abrigo largo y soltaba un porrazo provocando carreras…
Cuando Franco murió, había gente con la cara compungida y otros con una sonrisilla fina. Mostrarse muy contento no era aconsejable.
En el interior de las casas se comentaba la escena ridícula y llorosa de Arias Navarro compungido, cuando afirmó lo que ya se sabía desde horas antes: Españoles, Franco ha muerto.
La televisión comenzó a retransmitir la cola interminable de gente pasando delante del féretro. Muchos de los que pasaban levantaban el brazo derecho cuando llegaban al catafalco. Otros y otras lloraban inconsolables. La proclamación de Juan Carlos como rey fue el 22 de noviembre sábado por la mañana. Franco había muerto el jueves. La oposición al régimen apodó a Juan Carlos El Breve.
Esa mañana la Policía Armada lo controlaba todo. Andaba muy poca gente por la calle. Había una mezcla de miedo, preocupación, expectativas, alguna sonrisa y más caras serias que otra cosa. Al día siguiente fue el entierro de Franco. Todo se televisó.
En las semanas siguientes la sensación que tuve es que seguía el franquismo policial. La amnistía no empezaría a pedirse con fuerza en las calles de Pamplona hasta el 24 de diciembre, con motivo de Olentzero.
La gente no sabía cuál iba a ser el futuro, ni se atisbaba. Estaban los que seguían creyendo que 'Franco salvó a España de caer en las garras del comunismo', como nos repetían machaconamente desde que tenías uso de razón, y quienes gritaban 'Libertad, Libertad' en cuanto tenían la más mínima oportunidad, antes de salir en estampida perseguidos por los implacables ‘grises’. Con Franco o sin él, bromas las justas en aquellos días de luto nacional y de viva el rey”.