Nacido en Villafranca en 1951, Víctor Moreno contaba con 24 años en noviembre del 75 y combinaba estudios en la Universidad de Deusto con un trabajo como profesor de escuela. “Su muerte biológica nos pareció un acontecimiento estupendo por cuanto entendíamos de forma ingenua que aquello desaparecería por encanto. Pero pronto nos caímos del guindo. Vivíamos varios estudiantes en un piso, y varios trabajaban también, como yo. Lo celebramos abriendo unas botellas de cava y de cerveza. No militábamos en partidos, salvo uno, en la ORT, y no nos dijo nada.
A los días en la Universidad se me aparecieron dos conocidos, militantes de la ORT. Yo tenía compañeros en el trabajo, pero no comulgaba para nada con su ideología. Me dijeron que no me acercara por el piso, que había habido un chivatazo y la policía había ido”.
Detenido
Pasó casi un mes escondidos, sin salir de otro piso que le habían ofrecido estos militantes. “Se había muerto el dictador y estábamos peor que antes. Estábamos tan aburridos de la situación que me fui a a la escuela donde trabajaba. La directora del centro se portó maravillosamente bien conmigo porque no dieron parte a nadie. Pero a la media hora aparecieron tres policías, me sacaron esposado y me llevaron al cuartel de La Salve. Nada más llegar un policía me dijo que a tíos como a mí les disparaba el cargador de la pistola en un momento. Y yo, que era un ingenuo, le dije que me parecía imposible que un funcionario del Estado me pudiera disparar así como así. Me llovieron hostias por todas partes. Me metieron en un cuarto sin quitarme las esposas, y entró un señor alto y fuerte, y me acusó de repartir propaganda de la ORT. Posteriormente supe que le habían encontrado al compañero del piso una maleta con propaganda, pero no teníamos ni idea. A los años descubrí que el inspector que me interrogó era José Amedo., súbdito fundamental de los GAL. Me metieron en otro cuarto, me ataron con las esposas a una mesa, me dejaron allí prácticamente toda la santa noche de pie. Un policía le dijo a otro que tenían ahí a un comunista. A estos habría que fusilarlos a todos, dijo el otro”.
A la mañana siguiente quedó en libertad. Se encontró su piso “patas arriba”. “Empecé a ordenar las cosas y descubrí que me faltaban un montón de libros, entre ellos ‘La santa mafia: el Opus Dei’, de Jesús Infante, y otro del teólogo Dietrich Bonhoeffer. Y pensó “que la policía era intelectual”, dice irónico. También se llevaron fotografías, dinero y una maleta. “Desde ese momento vimos que lo de la muerte de Franco era un camelo en el sentido de que cuando menos las estructuras policiales seguían intactas. El sistema estaba atado y bien atado”