El 20 de diciembre de 1936 el jefe del Servicio de Información Militar (SIM) enviaba a Francisco Franco en persona un informe sobre una carta confiscada a Miguel de Unamuno que pretendía hacer llegar al escritor Henry Miller, en París. Advertía en el informe que Unamuno en la misiva “además de insistir en los conceptos injuriosos consabidos sobre la situación nacional, se apunta el deseo de huir al extranjero”.
Once días después don Miguel moría en extrañas circunstancias. Recordemos que el propio don Miguel denuncia ante Miller que le retienen en Salamanca “con orden, si intento salir de ella, hasta de asesinarme.” Una orden como esa solo podía ser emitida por Franco, dada la importancia de la víctima. El informe del coronel Salvador Múgica, jefe del SIM, no debe cogernos por sorpresa, toda vez que el mismo general Franco, el 12 de octubre de ese mismo año, le ordenó que se presentara en su Cuartel General de Salamanca.
Fue el día en el que Unamuno, harto de la salvaje represión, se enfrentó contra los fascistas en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca. Allí dejó clara su postura, tras haber apoyado durante un breve plazo de tiempo una asonada militar que creyó rectificadora de algunos excesos del Frente Popular –excesos también denunciados por otros líderes de izquierdas como Clara Campoamor– y que supuso sería tan incruenta como la del general Miguel Primo de Rivera. Independientemente de las palabras exactas que emplease Unamuno en el Paraninfo, son indiscutibles las consecuencias: destitución de sus cargos públicos, incluido el de rector.
El propio don Miguel relata a Miller: “Prediqué la concordia y dije que vencer no es convencer, ni conquistar es convertir, y que hay que renunciar a la venganza que no es justicia. ¡La que se armó!”. Debemos recordar también que en ese último acto público de su vida reivindicó que él era vasco, respondiendo a los estaban allí insultando a vascos y catalanes. Los testimonios constatan que sufrió vigilancia desde ese mismo día, pero también sabemos que algunos periodistas le entrevistaban con cierta libertad.
Fruto de estos encuentros, el 10 de diciembre apareció publicado en el semanario derechista francófono Candide un reportaje que incluía críticas de don Miguel a la política franquista, algo que podía poner en peligro el apoyo a Franco por parte de la derecha francesa, dado el prestigio de Unamuno en el país galo. Además, Unamuno trataba de enviar cartas al extranjero denunciando los crímenes de los franquistas.
Esas cartas también podrían influir en la opinión pública mundial de forma muy negativa para los facciosos, que en esas fechas estaban detenidos tanto en el frente del norte como ante Madrid, por el coraje de la resistencia republicana. Era incierto aún el resultado de la contienda. ¿Pero cómo neutralizarle? Si impiden el paso a los visitantes se constataría su encarcelamiento domiciliario; sería un escándalo dada la relevancia internacional de Unamuno. Además, tarde o temprano acabaría descubriendo que no salen sus cartas fuera de España al no recibir respuestas, y podría intentar dar esa información de otro modo. De manera que parece altamente probable que tomasen la decisión de eliminarle haciendo que pareciera una muerte natural.
La tarde del 31 de diciembre recibió la visita de Bartolomé Aragón. Sabemos por testimonio indirecto de un hijo de Aurelia, la criada que les abrió la puerta, que llegó acompañado de otra persona. Y al parecer Unamuno murió súbitamente en el transcurso de la reunión. Reunión en la que el mismo Aragón reconoció que hubo gritos, –que alarmaron a Aurelia– golpes, y que una de las zapatillas de Unamuno se quemó en el brasero.
Todos estos elementos desde el punto de vista de la criminalística pueden determinar un acto violento. El médico llamado para atender a Unamuno es un represaliado que consignó en el acta un fallecimiento por hemorragia bulbar, algo estadísticamente muy improbable y que hubiese requerido autopsia para su comprobación. Si hubiese anotado infarto no habría dejado nada sospechoso para la posteridad. El doctor, Adolfo Núñez, había sido un buen amigo de don Miguel en vida. Ahora sabemos que lo fue también después de su muerte.
El rumor de su asesinato recorrió inmediatamente la ciudad. Como Bartolomé Aragón era falangista, la Falange corrió a portar el féretro en el entierro para, paradójicamente, intentar quitarse el muerto de encima. El perfil de Aragón es ambiguo: fascista capaz de hacer una quema de libros, pero a la vez reivindicar a Lorca, Juan Ramón Jiménez y Rafael Alberti en el mismo acto.
Era también profesor de la Universidad de Salamanca y soldado del ejército franquista obligado a cumplir órdenes. No parece un fiero asesino. Pero sí útil para solicitar la cita con don Miguel por motivos nunca bien aclarados. Sabemos que Franco fue informado de la muerte de Unamuno en la noche del mismo día 31, mostrando un interés por don Miguel que desapareció por completo al día siguiente, al no acudir siquiera a los funerales el 1º de enero de 1937.
Lo que no olvidó Franco hacer también en persona antes de que acabara ese mismo mes, fue premiar al jefe del SIM, Salvador Múgica, con un “cargo de superior categoría”: Gobernador Militar de León. Las circunstancias del momento, los testimonios recogidos y los documentos aportados no dejan, a mi juicio, lugar a dudas: Miguel de Unamuno fue asesinado por medio de un complot dirigido personalmente por Francisco Franco, Jefe del “Estado español”. Posiblemente por asfixia o fractura de cuello, atacado desde atrás con toda probabilidad por el hombre que subió con Aragón, necesario para garantizar el éxito de una operación de ese tipo.
¿El móvil? Hacer callar a Unamuno de una vez para siempre. En nuestras manos está que Miguel de Unamuno, un vasco universal, siga teniendo voz, evitando así el triunfo de sus asesinos.
*Investigador, autor de ‘’Miguel de Unamuno ¿Muerte natural o crimen de Estado?’ y miembro de la Asociación Unamuno Elkartea AUE