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Euskal Herria insólita

Gobas de Laño. El secreto de los eremitas

Araba. Ascetas y eremitas comparten su deseo de alejarse del mundanal ruido en pos de su espiritualidad. El asentamiento que hoy visitamos les sirvió de acomodo

Gobas de Laño. El secreto de los eremitasAsier Ventureira San Miguel

La Capadocia es una región de Anatolia Central, en Turquia. Una zona con una geología muy particular, que es mundialmente conocida por la presencia de numerosas cuevas tanto naturales como artificiales. En nuestra tierra, contamos con nuestra pequeña Capadocia particular; una zona ubicada en territorio alavés donde nuestros antepasados horadaron cuevas artificiales para retirarse del mundanal ruido.

Aunque son varios los pueblos alaveses que atesoran en sus terrenos cuevas artificiales como son Faidu, Markinez, o Gaubea, hoy caminaremos entre estas grutas en la localidad de Lañu. Aparcamos en el centro de la localidad, para comenzar a caminar en su plaza, siguiendo las señales del sendero de gran recorrido “GR-38, la ruta del vino y del pescado”, que coincide, en parte, con nuestro sendero. Caminamos unos metros por el asfalto que nos ha traído hasta aquí, hasta que vemos unas señales indicando “Las Gobas”, un corto trayecto nos lleva a otro desvío donde abandonamos la GR y, tras subir unos escalones, nos hallamos totalmente inmersos en la profunda magia de Las Gobas. En el caso de Laño, las cuevas se dividen en dos sectores: el primero, este en el que nos encontramos, se denomina “Las Gobas”, propiamente dicho, y consta de 13 cuevas excavadas. Frente a nosotros, al otro lado del desfiladero, se localiza el sector llamado “Santorkaria”, que tiene 18 cuevas excavadas a las que nos acercaremos más tarde.

FICHA PRÁCTICA

  • ACCESO: A Laño llega la carretera BU-V-7418 desde la CL-127.
  • DISTANCIA: 7 kilómetros.
  • DESNIVEL: 200 metros.
  • DIFICULTAD: Fácil.

El nombre de Goba, pudiera derivar del euskera, traduciéndose como cueva. Las gobas se utilizaron como casas, o iglesia, cementerio, e incluso almacén, una auténtica obra de ingeniería que, aun hoy, sorprende profundamente tanto por su factura como por los motivos profundamente íntimos que llevaron a estas gentes a retirarse a este lugar. A ellas llegaron religiosos que querían huir de las reglas de los monasterios, buscando una conexión más perfecta con Dios, algo que no fue visto con buenos ojos por la ortodoxia de la iglesia. Eran los eremitas, que en ocasiones se confunden con los ascetas, si bien, tienen marcadas diferencias.

El ascetismo es la doctrina filosófica que busca, por lo general, purificar el espíritu por medio de la negación de los placeres materiales o abstinencia. Pero surge una contradicción ya que, en muchas tradiciones religiosas, los ascetas disfrutan de un estatus especial, son muy valorados por la sociedad. Esto se debe a que es habitual atribuirles ciertas habilidades sobresalientes; a veces, incluso, sobrehumanas. A ellos se les consulta, como si se trataran de auténticas autoridades religiosas, esperando consejos varios e instrucción espiritual y, a veces, hasta curación. Esta situación presenta una contradicción ya que, cuanto más estricto y exitoso se lleva a cabo el ascetismo, más admirado es el asceta y más atención social recibe. Cuanto más famoso se vuelve, más lo buscan quienes piden su consejo, y mayor se vuelve su autoridad.

El eremitismo, en cambio, es el retiro voluntario de la sociedad por motivos espirituales o religiosos.

Ya en el siglo IX y principio del X, el poblado se trasladó a la actual ubicación de Laño, momento en que las cuevas se comenzaron a utilizar como lugar de enterramiento, creando una autentica necrópolis. Podemos ver en su interior diferentes nichos antropomorfos, rectangulares y trapezoidales excavados en la roca. Pasado el tiempo y ya en el siglo XVI, el lugar fue perdiendo su carácter sagrado y se comenzaron a utilizar las gobas como cerramientos para guardar el ganado. De esta forma, hasta nuestros días, en los que tenemos la oportunidad de disfrutar de la fuerza ancestral de las cuevas con el máximo respeto que merecen, que no siempre se aprecia, a juzgar por las indeseables pintadas en sus paredes.

De goba en goba

Nos vamos perdiendo por entre los mil y un recovecos y rinconcitos de los habitáculos, entrando por aquí y por allá y, de esta forma, llegamos a una cueva un poco más separada, denominada como la “Cueva de la doctora”. En ella, según cuenta la vieja mitología, vivió la última de los jentiles, siendo una de las pocas leyendas, en las que aparece una de estas gigantes con género femenino.

Debemos continuar para seguir conociendo las Gobas; para ello, retomamos el sendero balizado con las señales de GR y atravesamos bellos campos de cultivo, propios de esta tierra, hasta llegar a un cruce de pistas en el que tomamos hacia nuestra derecha buscando la carretera que lleva a Laño. Caminamos un breve tramo por asfalto, hasta dar con una señal que marca el siguiente sector, “Santorkaria”, al que accedemos por una estrecha y breve senda. Merece la pena dejarse llevar por las gobas; es un placer entrar en los habitáculos, pasear por aquí y por allá, vagabundear por su esencia, dejar que el tiempo pase sin prisa, disfrutando de este entorno mágico.

Abandonamos las cuevas eremíticas, con el sabor de haber conocido un paraje único, mágico, sublime, que esconde una vieja y curiosa historia milenaria. Para terminar nuestra ruta debemos tomar unas marcas verdes y blancas que nos llevan a un precioso encinar, árbol sagrado para los celtas, y llegar hasta el collado del Pericón. Aquí giramos a nuestra derecha por un pinar que nos lleva a la carretera. Enseguida, una pista en descenso nos deja en otra de las sorpresas de la ruta, un abrumador hayedo. Es el perfecto colofón de nuestro caminar: dejar que la hojarasca acaricie nuestras viejas y gastadas botas, dejarnos envolver por la magia del bosque. Con el alma en calma y en paz llegaremos a Laño.