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La cascada de Bolao, un río que salta al mar en un rincón secreto de Cantabria

La cornisa cantábrica se caracteriza por unos espectaculares acantilados, pero prácticamente no hay ríos que lleguen al mar desde lo alto

La cascada de Bolao, un río que salta al mar en un rincón secreto de CantabriaPalación

De la encrespada cordillera Cantábrica se habla, y alaba, mucho de sus vistas, paisajes, acantilados y playas. Bien está que sea así porque lo merece. Pero entre grietas, recodos y secretos se esconden sorprendentes y mayoritariamente desconocidos rincones que se convierten en pequeñas joyas, ya que su peculiaridad las hace escasas. Se trata de los ríos que llegan al mar dando un salto al vacío, haciendo de su desembocadura una cascada.

En Cantabria, el acantilado de El Bolao es probablemente el de belleza más serena, siempre que se supere el vértigo de sus rectas paredes cayendo hacia las olas que rompen contra la costa. Quienes prefieren no mirar hacia abajo descubrirán que es uno de los lugares donde disfrutar de los más bellos atardeceres del norte peninsular. En este reborde entre el mar y la tierra, el arroyo de la Presa alcanza el mar precipitándose entre las rocas en un salto al vacío que llena de espuma el ambiente.

La represa y los restos del molino de Bolao, donde empieza la cascada que se lanza al mar.

Un molino abandonado, un banco y el indio de piedra

Entre las localidades de Cóbreces y Toñanes, ambas pertenecientes al municipio de Alfoz de Lloredo, el arroyo de la Presa se libera de los límites que le imponen los verdes prados para arrojar sobre el mar el agua dulce que ha regado los campos y ha dado fuerza a los molinos, de los que solo queda uno en pie y en desuso.

Desde las localidades colindantes, entre ellas Cóbreces y Toñanes, se puede llegar cómodamente en coche hasta este rincón, aunque lo recomendable es hacerlo en bicicleta o a pie para disfrutar del entorno. En cualquiera de los casos, ambas rutas son aptas para todos los excursionistas.

Al lado de la cascada, casi al borde del acantilado, en el recodo final del río, se alza un antiguo edificio en ruinas, el único molino del Bolao que queda en pie de los tres que había en la zona. En él los vecinos llevaban a moler el trigo y el maíz que cultivaban y necesitaban para su subsistencia.

El banco que corona el mirador y se orienta hacia el oeste para disfrutar del ocaso.

Este enclave es sin duda uno de los más fotografiados de la costa cántabra, ya que, además de su belleza natural, se une el hecho de ser un mirador desde el que disfrutar de la puesta de sol. Un solitario banco de madera hace que disfrutar del sol poniente sea más cómodo.

Este rincón esconde una sorpresa más. Una cabeza de indio de roca se oculta entre los perfiles que forman los farallones de piedra que caen hacia el mar. Esta figura natural parece tallada en la roca del acantilado. Aunque una vez localizada su afilada nariz recortada contra el cielo es fácil verla, son muchos los que ven otros indios en los dibujos que forman los relieves y las sombras de las piedras.

Toñanes y Cóbreces, el pueblo que abraza el acantilado

Los dos pueblos que son la puerta para visitar la cascada y el molino de Bolao son Toñanes y Cóbreces, y ambos merecen una parada para visitarlos. Ambos son ejemplo de la más típica arquitectura montañesa, por lo que pasear por sus calles permite disfrutar de las casonas tradicionales de la comarca.

En Toñanes, destaca la casa palacio de Gómez de Carandia, un edificio de piedra del siglo XVIII reconvertido ahora en hotel. También la iglesia de San Tirso es otro referente del patrimonio local. Levantada sobre un edificio anterior del siglo XII, tras muchas remodelaciones ahora domina el estilo clasicista del XVI.

Panorámica de Cobreces.

Por su parte, Cóbreces es conocido por su abadía cisterciense de Santa María de Viaceli, la primera construcción de hormigón que se realizó en España. En el monasterio, los monjes elaboran queso y mantequilla. A este edificio se unen las casas solariegas, como el Casal de Castro y el palacio de Villegas, y varias ermitas que forman parte de una visita guiada.

Las otras cascadas al mar

Pero la cascada de Bolao no es la única que cae directamente al mar. En la cornisa cantábrica pueden visitarse otras dos: la de la playa de los Covachos, en Santa Cruz de Bezana, también en Cantabria, que además incluye una isla a la que se puede llegar andando con la marea baja; y la cascada de la Ñora, en Asturias, que en realidad cae sobre la ría que se forma en la desembocadura y donde la marea se hace notar.

En la costa atlántica, en A Coruña, se puede visitar la más famosa de todas: la cascada de Ézaro, en plena Costa da Morte. Su caída de 40 metros se puede contemplar tanto desde tierra adentro si se llega en coche como desde el mar si se dispone de embarcación.

En la costa mediterránea, en Nerja (Málaga), se puede disfrutar de la cascada de Maro, en la que el río Sanguino, tras una caída de 15 metros, llega al mar. En este caso, el caudal de agua es muy variable, ya que depende mucho de las lluvias en la región.