Entramos en esos tres días, y dos noches, en que quienes tienen querencia por un festivo escalofrío de terror imaginario y los que disfrutan disfrazándose de seres monstruosos y sangre de pega tienen marcado en rojo en el calendario. Además, este año cae en fin de semana. Empalmando la noche de Halloween el 31 de octubre, el día de Todos los Santos el 1 de noviembre, la noche de ánimas y el Día de Difuntos el 2 de noviembre se puede hacer un maratón de almas en pena, demonios que vienen del inframundo y monstruos sanguinarios para hacer temblar al más curtido. Aunque sea por agotamiento.

Para aquellos que lo de las fiestas no les atraiga más allá de una reunión con amigos uno solo de los días, y además prefieran las oscuras leyendas locales tradicionales, una alternativa puede ser un recorrido por la naturaleza a plena luz y adentrarse en los bosques burgaleses de la Sierra de la Demanda en busca de un lugar donde se abre un enorme pozo al abismo. En este bucólico paraíso otoñal, entre pinares infinitos y barrancos silenciosos, se abre una puerta de entrada al mismísimo infierno… el Poceairón.

Poceairón, la puerta que el pueblo celta de los pelendones eligieron para comunicarse son sus dioses. Raúl Peñaranda/Turismo de Burgos

El infierno puede esconderse Aldea del Pinar

El lugar es ideal para una escapada rural de fantasía: de ésas que uno se imagina entre pinos, paisajes ocres de otoño y una taza de chocolate caliente entre las manos frente a la chimenea. Aldea del Pinar, bonito pueblo serrano de Burgos, cuenta con los ingredientes perfectos. Sin embargo, con la llegada del otoño, el susurro del viento entre los pinos, la niebla que se desliza entre los troncos y el murmullo callado de la leyenda del Poceairón confieren al lugar un aire más siniestro...

Para la ciencia, el Poceairón es un fenómeno geológico: una profunda cavidad formada por el lento trabajo del agua filtrándose durante siglos entre calizas y areniscas. Una laguna de origen kárstico con forma prácticamente circular, de unos 50 metros de diámetro en su parte más amplia y cuya agua es ligeramente salobre.

Sin embargo, para la creencia popular es mucho más. Para unos, un abismo sin fin; para otros, un manantial cuyas aguas hierven al compás del inframundo. Este humedal recibe el nombre del dios Airón, deidad prerromana del inframundo, del tránsito al más allá y de la vida renacida, muy venerado por el pueblo celta de los pelendones, que hace unos 2.500 años poblaba la actual comarca burgalesa de Pinares. Entre sus ritos, era frecuente la ofrenda de armas, que arrojaban a las aguas para obtener la protección, en este caso, del dios Airón, en sus frecuentes guerras con los pueblos vecinos. Quién sabe si también personas.

En épocas más recientes, cuenta la leyenda que hace siglos un viajero curioso quiso explorar sus profundidades. Jamás regresó. Dicen que, días después, su voz fue escuchada entre los ecos del pozo. Desde entonces, cuando sopla el viento en el valle, muchos aseguran que el aire parece murmurar su nombre.

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Cómo llegar al infierno

El camino hasta el Poceairón desde Aldea del Pinar discurre entre senderos tapizados de agujas de pino, donde el silencio se rompe con el escalofriante crujir de ramas o el graznido de algún ave solitaria. Solo un kilómetro separa el núcleo del pueblo del lugar.

A medida que uno se acerca, el aire parece espesarse, los colores se apagan y los ruidos se amplifican. Una boca oscura en medio de un paraje agreste, entre pinares silvestres, sabinas y enebros que crecen sobre un terreno pedregoso. Alfombras de musgo y líquenes cubren el suelo en esta época del año, en contraste con el color cobrizo de los barrancos que tiñen las hayas. Los ciervos, corzos y jabalíes se dejan ver entre las sombras al amanecer, mientras el buitre leonado sobrevuela los riscos, custodiando en silencio el secreto más oscuro de esta sierra.

El aire aquí es puro y frío, impregnado de resina y tierra húmeda. Cuando cae la tarde, una bruma desciende desde los picos más altos, envolviendo el paisaje en una penumbra propia de cuento antiguo. Es entonces cuando el Poceairón parece cobrar vida, respirando al ritmo del bosque. Cada gota que cae desde su borde suena como un eco lejano, como un corazón oculto en las profundidades de la tierra.

Entre setas y piedras milenarias

Para quienes estas historias no les resulten especialmente llamativas, el otoño no solo trae leyendas a la Sierra de la Demanda: también es tiempo de setas. La micología es una de las joyas naturales de esta comarca, donde los pinares que rodean Aldea del Pinar, Palacios de la Sierra o Quintanar de la Sierra ofrecen una increíble variedad de especies. Níscalos, boletus, senderuelas o amanitas cesáreas atraen cada año a aficionados y expertos de toda España. Pero ojo, que aunque se sea descreído en lo que respecta a seres del bosque, no hay que llevarse las que puedan ser hogar de alguno de ellos.

La necrópolis de Cuyacabra. Cesar Manso/Turismo de Burgos

Los montes de la zona forman parte del Coto Micológico Pinares del Sur, incluido en la red MICOCYL de Castilla y León, con zonas reguladas y permisos de recolección, lo que garantiza una experiencia sostenible y respetuosa con el entorno. Caminar entre los bosques, con la cesta en la mano y el aire impregnado de resina, se convierte aquí en todo un ritual para locales y visitantes.

Pero no todo lo que esconde esta tierra nace del bosque. Otro de sus grandes tesoros nos transporta a la Alta Edad Media: las necrópolis rupestres excavadas en la roca de Cuyacabras, Revenga o Palacios de la Sierra son testigos silenciosos de las comunidades que habitaron estas montañas hace más de mil años. Entre tumbas antropomorfas y lápidas talladas en la arenisca, el paisaje adquiere una belleza sobrecogedora, uniendo naturaleza e historia en un rincón único de la Península Ibérica.